Gerardo Herrera Huizar

La republicana Guardia Civil

Las amenazas del México de Juárez fueron externas, las del México de hoy son internas y de magnitud preocupante para la paz social.

Con una evidente inspiración juarista, el Presidente electo, en sus declaraciones respecto al futuro de las Fuerzas Armadas, ha señalado su intención de convertirlas, primero, en una Guardia Nacional, y ahora, en una Guardia Civil, donde se integrarían tanto las fuerzas militares como la Policía Federal; planteamiento no más extraño que los anteriores, aunque sí más confuso al sugerir que actuarían como un ejército de paz.

Voces diversas han afirmado que México no requiere Fuerzas Armadas, toda vez que son inexistentes las amenazas externas. El propio Presidente electo ha dicho que en todo caso la guerra la haría el pueblo. Esto recuerda la arenga del Benemérito de Guelatao durante la invasión francesa y ante la carencia de un ejército profesional, organizado y adiestrado para hacer frente a la amenaza: "...¿Qué pueden esperar (los enemigos) cuando les opongamos por ejército nuestro pueblo todo y por campo de batalla nuestro dilatado país?"

Quizás sea esta la fuente inspiradora de la visión del futuro jefe del Estado mexicano y, en ese carácter, responsable del establecimiento de la política general, de la doctrina militar y de defensa de la nación, en virtud del mandato constitucional (Art. 89, Fr. VI) que le convierte en jefe exclusivo de las Fuerzas Armadas y responsable tanto de la seguridad interior como de la defensa exterior de la Federación.

Las circunstancias del México de Juárez y el de hoy deben ser entendidas en su justa dimensión. Las amenazas de entonces fueron externas, las de hoy son internas y de magnitud preocupante para la paz social, que es indispensable para el desarrollo, el bienestar y la viabilidad de la nación.

La contienda ha concluido y el triunfo es inobjetable. Ahora, resulta obligado dejar atrás el discurso electoral y enfocarse en el diseño de políticas sensatas, libres de ambiciones y rencores acumulados, blindadas a la ocurrencia y, sobre todo, a la tentación.

El poder, cual elixir, puede ser gratificante, pero exige prudencia en su dosificación, pues en exceso puede resultar letal.

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