Opinión

Gasto público y bienestar


 
Mario Rodarte E.

Se sigue discutiendo mucho, por lo menos en el país, la necesidad que existe de que el gobierno haga los ajustes necesarios para que la política fiscal tenga los mayores efectos positivos en el bienestar de la población. Para esta discusión se toma como referencia lo que recaudan otros países, tanto los desarrollados, como los que compiten con nosotros de similar nivel de desarrollo y salvo excepciones, en la mayoría la recaudación fiscal como porcentaje del producto supera a la de nuestro país. De no existir el régimen fiscal de Pemex, que permite al erario complementar sus ingresos, el gasto público sería considerablemente menor, como porcentaje del PIB, a lo que actualmente tenemos.
 
 
De aquí se desprende como planteamiento lógico, sin discusión, que el país necesita ampliar sus ingresos, para así poder gastar más y, casi sólo de pasada, algunos refieren la necesitad de quitar la dependencia del gasto de los ingresos petroleros. La razón es que aquí somos tan machos, que nos jugamos todo a la siguiente apuesta y cuanto entra, lo gastamos, sin tomar en cuenta el ejemplo en otros países, como Noruega, o Chile, que ahorran parte de sus excedentes por exportaciones de los denominados commodities, para las épocas de vacas flacas. Siempre cuentan con recursos para inversiones extraordinarias y para aplicar la denominada política fiscal anticíclica, que aquí no podemos aplicar y debemos recurrir a elevar el déficit y endeudarnos, como si el mal ejemplo de los últimos 40 años de historia no nos hubiera dejado amargas experiencias.
 
 

Volviendo al argumento irrebatible de la necesidad de mayores recursos por parte del gobierno, para gastar más, pocos cuestionan la manera como el gobierno incide en el bienestar de las personas. No es cosa de varitas mágicas ni de leyes de la naturaleza, ya que la incidencia depende de donde extrae sus recursos el gobierno y en qué y cómo gasta. Se dice que extraer recursos gravando el esfuerzo y la actividad productiva, es un desincentivo para que la gente trabaje más e invierta. De hecho ya ha sido demostrado en algunos lugares del mundo que cuando disminuye el impuesto sobre la renta a las personas físicas y a las empresas, normalmente la gente trabaja, hay más inversión y actividad productiva y por lo tanto el gobierno recauda más. En México está tan distorsionado el sistema del impuesto sobre la renta de las personas y empresas, producto de las intervenciones que diferentes grupos de interés han hecho durante años para cambiar lo que ellos llaman pequeños aspectos, que realmente es imposible decir a quién beneficia o perjudica cualquier cosa que se proponga para cambiar.
 
 

Otros grupos de poder intervienen a través de despachos de asesores contables y legales para modificar leyes y reglamentos, creando huecos por los que se evaden cantidades importantes y para contrarrestar, el gobierno ha complicado de tal manera las cosas, que cumplir con la ley y pagar es una actividad muy costosa para todos, perjudicando más, obviamente, a quienes tienen menos recursos y que terminan por pagar las tasas más elevadas, al no poder planear fiscalmente.
 
 
Pasando al tema del gasto, la mayoría piensa que sólo por gastar el gobierno hará que todo mundo esté mejor. Lo vimos cuando empezó a disminuir el ritmo de actividad económica en el presente año, que diversos grupos culpaban al gobierno de la situación por los subejercicios del gasto y el rezago en los pagos y participaciones federales, aunque la pregunta básica es ¿Qué hace una entidad pública promedio cuando recibe puntualmente sus recursos? Lo primero es cubrir sus gastos y pagar la nómina, preparando las adquisiciones de papelería, equipo de cómputo, gasolina, automóviles, celulares, contratando seguros y llenando plazas vacías, estando en primer lugar las oficinas centrales, en estricto orden jerárquico y luego las representaciones, o delegaciones estatales. Hasta aquí no se ha aplicado un solo miserable peso en el bienestar de nadie, ya que ningún burócrata con presupuesto y recursos, produce nada que tenga algún valor para el producto interno bruto.
 
 
Empezaría a incidir si empezara la producción de servicios de educación, salud, seguridad y procuración de justicia de calidad, no lo clásico que hemos visto en los últimos treinta años, sino que la productividad de estos trabajadores creciera razonablemente cada año, lo que quiere decir prestar más servicios por día, con un estándar de calidad mayor. Eso no se conoce en la burocracia y con los sindicatos que tienen, menos. La otra forma de incidir sería aplicando los recursos que los campesinos llaman apoyos para el campo, privilegiando acciones que promovieran la productividad; esto es, mayor superficie cultivable cada año y mayores rendimientos por hectárea, pero eso no lo hay. Otra sería que los organismos que producen electricidad, petróleo y gasolina disminuyeran sus costos de producción cada año y renovaran equipos, aplicando adelantos tecnológicos que ellos mismos hubieran desarrollado; esto puede pasar en Suecia, Australia, o Alemania, pero ¿en México? Imposible.
 
 
Otra enseñanza de la historia es que es más fácil nacionalizar alguna empresa, que reducir el presupuesto a algún programa o de plano eliminarlo. Todas son leyes que año con año se fondean, aunque no sirvan para nada, como es hoy el caso. ¿Más recursos? Mejor pensémoslo dos veces.
 

rodartemario@hotmail.com
 
 

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