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El golpe posmoderno

Mejor el acuerdo que la consulta. Esa es la lección del 'procés' catalán para México, escribe Fernando García Ramírez.

Hace un año se desgarraba España: un movimiento nacional populista intentó consumar ilegalmente la independencia de Cataluña. El movimiento fracasó. ¿Qué lecciones podemos entresacar de lo ocurrido entonces?

Fue una derrota para Cataluña y para España. El que se consideraba presidente legítimo de Cataluña, Carlos Puigdemont, tuvo que salir huyendo y ahora está en calidad de fugitivo. El presidente del gobierno español, Mariano Rajoy, perdió la mayoría en el Congreso y el poder: ahora ocupa un puesto menor, retirado de la política.

Las encuestas y las elecciones muestran un país divido. Al polarizarse la conversación se degradó. Otro damnificado fue el catalanismo, así como la imagen del catalán industrioso, ahora convertido en el habitante de la autonomía rica que se niega a ser solidario fiscalmente con las regiones desfavorecidas de España, y lo que ello conlleva de supremacismo. Tampoco fue bueno para España. Aunque manipuladas por la propaganda secesionista, las imágenes de la guardia española golpeando a la gente que quería votar dio la vuelta al mundo.

La prensa extranjera desempolvó sus prejuicios al sacar a relucir el fantasma de Franco. Aumentó sin duda la desconexión emocional catalana hacia España. "Casos con un mandato más claro, con un mayor apoyo popular, con un entusiasmo mucho más indiscutible, no han logrado alcanzar sus objetivos", sostiene Daniel Gascón en un inteligente y oportuno libro: El golpe posmoderno (Debate, 2018).

Fue un intento de subvertir el Estado de derecho. Se disfrazó de lucha democrática (el derecho a decidir) lo que era un proceso unilateral de independencia. Para alcanzar su objetivo los secesionistas falsearon la Historia y crearon una mitología. Se fundieron pasiones nacionalistas con estrategias populistas. Las redes y su lenguaje emocional y simplificador contribuyeron en gran medida a la extrema polarización vivida en aquellos días sin gloria. Fue, afirma Daniel Gascón, un intento de golpe de Estado posmoderno sin tanques en la calle, toma del Palacio o del Congreso, asalto a las fuentes de energía ni a los medios de comunicación. Un golpe de Estado posmoderno a fuerza de introducir en las redes sociales mentiras y medias verdades.

Alegaron algunos que la democracia estaba por encima de las leyes. En nombre de la voluntad popular podía violarse el marco constitucional. Se intentó sustituir la democracia liberal pluralista por una concepción plebiscitaria. Todo esto nos parece conocido. En los próximos meses y años viviremos en México una tensión semejante entre la consulta popular y la opinión de los expertos; entre el plebiscito y la representatividad del Congreso; entre dos versiones de la democracia, la directa y la representativa; entre la elección polarizada y el pluralismo liberal. Lo que ocurrió hace un año en España puede arrojar luz sobre lo que se aproxima.

Según Juan José Sebreli, fueron los postmarxistas los que transformaron el concepto concreto de "clase" por la vaga e indefinida idea de "pueblo". El movimiento secesionista catalán –nacionalista y conservador– adoptó formas populistas: contacto directo del líder con el pueblo; denuncia del líder contra las elites; llamamiento al pueblo sano y sencillo, que no se equivoca; el llamado al cambio. En Cataluña, a un año de la intentona separatista, se advierten las secuelas del asalto populista: desgaste de las instituciones, polarización social, el adversario político convertido en enemigo del pueblo, la perpetuación de los problemas, la degradación del debate público. Nacionalismo y populismo: el golpe posmoderno.

Para Daniel Gascón, el frustrado proceso separatista fue "un golpe de diseño", planeado como operación de presión propagandística, movilización callejera y dislates legales; un ensayo de radicalidad democrática. Si alguna lección podemos rescatar de lo sucedido en España para lo que vivimos ahora en México y lo que viene, en relación a la democracia plebiscitaria y la democracia pluralista, es esta: "El referéndum no sirve para dirimir entre dos grupos prácticamente iguales". Produce una victoria pírrica para unos y una derrota humillante para los otros. Mejor el acuerdo que la consulta. Esa es la lección del procés catalán.

El proceso de secesión catalán se situó fuera de la ley. Se violó la Constitución en nombre de la democracia. Pasando por alto que "el sometimiento de los políticos a las leyes es un principio básico de la democracia constitucional", como afirma Gascón.

En México, Morena obtuvo en las urnas un poder colosal, en el Congreso y en el Senado, pero sobre todo a nivel estatal y municipal. Pese a ello ("por ello", dirán los morenistas) parece apostar por una democracia plebiscitaria. Hasta el momento en que una votación divida y polarice al país. O lo democratice más. Eso lo veremos en los próximos meses. Por lo pronto, lo que sabemos es que el populismo plebiscitario catalán fracasó estrepitosamente.

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