Leer es poder

Podemos elegir

Es probable que la heredera de López Obrador reciba de él la banda presidencial, porque la gente tienen confianza de que ella seguirá repartiendo dinero.

¿México es un país mejor luego del gobierno de López Obrador? Definitivamente no, si pensamos que hay mayor violencia que en el pasado, mayor número de personas sin servicios de salud, más niños fuera de la escuela, mayor corrupción ejemplificada con los hermanos y los hijos del presidente, una democracia erosionada, un Poder Judicial bajo acoso, un clientelismo electoral desbordado, el crimen organizado controlando vastas zonas del país. No podemos decir que hayamos avanzado en estos seis años de gobierno populista. ¿Vamos a votar masivamente para echar a estos ineptos del poder? Es probable que no.

López Obrador desarrolló una fórmula sencilla y eficaz de gobierno: regalar dinero y hacer propaganda. Aunque López Obrador estudió Ciencias Políticas, fue un estudiante mediocre: la teoría política no es su fuerte. Recurrió a lo más básico: pan y circo, y la estrategia funcionó. Una fórmula que viene de la antigua Roma y cuya eficacia sigue vigente. Quién lo iba a decir. Reparte dinero en efectivo a 25 millones de personas y todos los días a las siete de la mañana se para frente al público e improvisa su espectáculo: pone canciones, inventa mentiras, crea un mundo fantástico en el que los mexicanos viven en paz, se acabó la corrupción y los servicios de salud son mejores que en Dinamarca. Regala dinero y cuenta cuentos. Pan y circo. Panem et circenses. Como en la vieja Roma.

Abundan en México los politólogos y los comentócratas y tenemos una intelectualidad sofisticada. Pero el grueso de la gente no come teorías. El presidente pone canciones de Chico Ché y de Juan Gabriel, dice tontería y media, y la gente lo disfruta. Mientras yo reciba mi transferencia en mi tarjeta del bienestar qué me importa que el país se caiga a pedazos.

A pesar de los múltiples intentos de democratizar al país, México sigue siendo paternalista, centralista, vertical y autoritario. A punto de terminar su gobierno, López Obrador registra una aprobación del 60 por ciento. Salinas cerró su sexenio con el 73 por ciento de aprobación, Fox con el 58 y Calderón con el 56. Pero ni Salinas ni Fox ni Calderón despertaban en la gente el fervor casi religioso que despierta López Obrador. Salinas repartía dinero con Solidaridad: el gobierno ponía la mitad de las obras y la población la otra mitad (o su trabajo). Zedillo y Calderón también repartieron dinero, pero a cambio la gente tenía que llevar a sus hijos a la escuela y vacunarlos. López Obrador reparte el dinero a mansalva. Por ser mayor de edad, por inscribirse a la escuela aunque no aprendan, por talar árboles para sembrar otros en su lugar. Keynesianismo al extremo. Mover ladrillos de un lugar a otro. En este gobierno no se tiene que trabajar para vivir bien, dice Sheinbaum. Keynes más PRI: el dinero te lo regala el presidente, si no votas por Morena te van a quitar los apoyos sociales. Un ejército de decenas de miles de personas —los siervos de López Obrador— recorre el país para recordarle a la gente quién les regala el dinero que reciben.

En un país mayoritariamente pobre repartir dinero a cambio del voto que les permitirá seguir regalando dinero es una fórmula tan buena que uno se pregunta por qué no la pusieron a funcionar antes. La respuesta es que sí lo hicieron, pero no con la maquinaria (los siervos, las tarjetas, los bancos) que implementó López Obrador. Él mismo se encargó de decir que no lo hacía por ayudar a los pobres. “Ayudando a los pobres, uno va a la segura… No es un asunto personal, es un asunto de estrategia política” (El Universal, 4.Ene.23). No hace falta ser un genio para entender estas verdades tan básicas. Si los políticos de otros partidos no hicieron antes lo mismo no fue por nobleza o dignidad sino porque no se les ocurrió: la gente pobre no era su objetivo político. Ese es el mérito de López Obrador. Por eso es probable que su heredera reciba de él la banda presidencial, no porque la gente crea que ella no es corrupta o haya sido buena gobernante sino porque tienen confianza en que ella seguirá repartiendo dinero, organizando conciertos ‘gratis’ en el Zócalo y que todas las mañanas continuará con el show. Pan y circo.

Nos encaminamos a una elección de Estado en la que los cárteles de narcotraficantes participan del lado del gobierno: asesinando, amenazando, coaccionando. Porque no se trata de querer mantenerse en el poder para ayudar a los más pobres. Se trata pura y llanamente de conservar el poder a cualquier costo. Podemos creer, claro está, que la abuela, la mamá y las tías de Sheinbaum se llevaron sus ahorritos a Panamá, en lugar de meterlos en cualquier banco. O podemos pensar que es dinero de Sheinbaum mal habido escondido en paraísos fiscales. Podemos creer que vive en un departamentito o pensar que traspasó sus propiedades a sus hijos para disimularlas. Podemos seguir con el pan y el circo o podemos abrir los ojos y echarlos del poder. Podemos hacer una cosa o la otra. Todavía podemos hacerlo. Quizá sea la última oportunidad para hacerlo.

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