Fernando Curiel

Palacio Nacional

Fernando Curiel escribe sobre Palacio Nacional, edificio que considera sinónimo de la nación mexicana.

Uno. Una de las consecuencias de los disensos hacia el interior del sistema político, aparejó males al Palacio Nacional, bastión y espejo de la patria, de la mexicanidad.

Dos. Daño consistente, no en que el personero de una bandería ideológica opuesta, sucediera a un rival en la "Silla del Águila".

Tres. De lo que hablo es de un abandono de hogar, el del domicilio conocido, legal e histórico del Presidente de la República. De su paso, anti climático, degradante si se quiere, a Salón de Fiestas Oficiales (y Museo, el más empolvado e inmóvil de los recintos culturales). Triste, inmerecido desenlace para un edificio de su magnificencia y grandeza.

Cuatro. La cosa comenzó con Cuauhtémoc Cárdenas, de inextinguible ADN priista por cierto, en papel (que le quedó holgado) de Jefe de Gobierno de la Oposición, con el México-norteamericano (más lo segundo que lo primero) Ernesto Zedillo, en Palacio Nacional, cruzando la calle. Cárdenas, convertido al priismo crítico (aquel que pregonó a tiempo, pero en vano, Carlos Madrazo), uno de los artífices del PRD, ramal de la Corriente Crítica del PRI.

Cinco. La rivalidad empeora con AMLO, también de origen priista, también perredista (hoy morenista, Morena, ramal del PRD), con Fox de presidente enfrente. ¿Don Vicente nieto de aquel PAN que en 1939 le salió al paso el PNR (1929), el primero de los partidos revolucionarios?

Seis. No. Panista de ocasión, "nylon", priista de mañas. El caso es que su vecino se le vuelve tábano, le marca (marcaje personal), día a día, la Agenda Nacional.

Siete. El auto-desalojo de Palacio Nacional iniciado por Zedillo lo remata Peña Nieto (cómo olvidar la Fiesta Oficial, en uno de sus patios, en la que con bombo y platillo dio a conocer su declaración de bienes, nada despreciable fortuna formada por… donaciones).

Ocho. Anti climático, pues, insisto, el desenlace de un edificio paradigmático que había sido recinto Mexica (Casas Nuevas de Moctezuma); Palacio Virreinal; sede de los Tres Poderes Republicanos; sueño mudado pesadilla del general Bernardo Reyes; domicilio exclusivo a la postre el Ejecutivo Federal.

Nueve. Palacio Nacional que ha resistido en pie, además de un tercer (en los 20) y cuarto pisos (posterior), levantamientos populares y asonadas militares (la última, la que inauguró la Decena Trágica), inundaciones y terremotos (1965, 85, 2017). De las secretarías de Estado que se agolpaban en pisos y pasillos, sólo subsiste la de Hacienda. Por algo será.

Diez. Y ahí está la formidable fábrica. Tezontle, chiluca, cantera, multitud de estilos arquitectónicos. Al oriente de la Plaza de Armas, entre Catedral y el Cabildo, entre de un lado la Calle de la Moneda y del otro la Calle de la Corregidora (a sus espaldas, Correo Mayor).

Once. Con sus dos torreones, sus puertas Principal Mariana y de Honor; sus historiados patios; sus murales dieguinos; su Tesorería de la Nación; su Biblioteca (Fondo Histórico de Hacienda); su Jardín Botánico; sus Salones Panamericano y Guillermo Prieto; su recinto Benito Juárez; su Escalera de la Emperatriz; su Museo Nacional de las Culturas. En suma, su pasado histórico, sinónimo de la Nación Mexicana.

Doce. Me precio de haberlo tenido a la vista a diario en los 60, camino a la vecina Suprema Corte de Justicia, mi destino laboral. Recorrerlo más de una ocasión. Compartir antesala, con figuras de la Generación de Medio Siglo, en espera de Henrique González Casanova, al frente de una Oficina Técnica. Acudir a algunas cenas del Día del Grito. Dar fe de aquella Malhadada Ceremonia del Desagravio, la mañana siguiente a la noche que se izó la bandera rojinegra en el hasta bandera al que un Regente colocó un mojón de tierra (¿Sentíes?).

Trece. Y en contrapartida, en ocasión señalada, contemplar al amanecer, el izamiento de la bandera desde una habitación del Gran Hotel de México, en su origen porfiriano Gran Centro Mercantil.

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