Fernando Curiel

Lesby, asesinada

 

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Uno. El miércoles 3 de mayo, se encuentra, frente a la Facultad de Ingeniería de Ciudad Universitaria, el cuerpo sin vida de Lesby Berlín Osorio, de apenas 22 años. La habían estrangulado, o se había suicidado (lo determinará el dictamen criminológico, esperamos), con el cable de un teléfono público. En una mano, la cadena de un perro.

Dos. Sobre el terrible hallazgo, recae, salido de sí, un boletín electrónico de la Procuraduría capitalina, que "ningunea" el crimen. Ante la indignada y furiosa reacción de las Redes Sociales (nueva Ágora, terror de funcionarios), el boletín de marras se borra.

Tres. Adelantándose a su propia pesquisa legal, investigación y proceso, la Procuraduría, más Catón que Fiscal, decretó: "Era alcohólica y mala estudiante"; "estaba drogándose con unos amigos"; "se había ido de su casa y vivía en concubinato con su novio"; etcétera. Key words: "alcohol", "mala estudiante", "droga", "concubinato."

Cuatro. No obstante la operación cotidiana en un área gubernamental de comunicación, alguien con nombre y apellido que redacta un boletín, alguien con nombre y apellido que autoriza que se difunda (se le "suba" si va a la Nube), alguien con nombre y apellido que ordena su retiro; el Jefe de Gobierno anuncia una investigación, morosa pero eso sí "científica". ¿Y eso?

Cinco. Crece incontenible el rechazo a la práctica de culpabilizar, por las circunstancias, el atuendo, las costumbres, a la víctima. Río revuelto de abusos de la autoridad y la filtración periodística, siembra de pistas falsas con siniestros propósitos.

Seis. Días más tarde, sin mayores consideraciones ni consecuencias, presenta su renuncia al cargo la responsable de comunicación de la dependencia.

Siete. Al punto, en las redes había surgió la contra-información: "#Si me matan, que dirán de mí"; y se participaba la negra estadística general: 7 asesinatos de mujeres por día, todos con desatada violencia.

Ocho. El viernes 5 se lleva a cabo una manifestación de protesta en Ciudad Universitaria. Por la tarde, en un noticiario radiofónico escucho, reo de la nostalgia, la intervención de Ignacia Rodríguez, mi amiga taxqueña de infancia. Amiga cercana y vecina en el Barrio de La Veracruz.

Nueve. Junto con "La Tita", Ignacia, "La Nacha", formó parte de la mínima sección femenina de la dirigencia del 68, rematadamente masculina (y ya sabemos los extremos machistas de uno de sus sobrevivientes).

Diez. En aquella UNAM de 1962 (a diez años de su inauguración), en una Ciudad de México regalo chilango a sus habitantes, en la Zona Rosa "cafeteando" la intelectualidad (que había crecido una barbaridad como dice la zarzuela), ascendiendo en las galerías La Ruptura, multiplicándose las librerías, La Onda ondeando, indemne todavía Las Pérgolas de La Alameda; Ignacia y yo nos reencontramos en la Facultad de Derecho.

Once. Rector, Ignacio Chávez: director de la Facultad, César Sepúlveda, formidable profesor de Derecho Internacional. Los objetivos que en 1966, nuestro último año de carrera, con dedicatoria del presidente Díaz Ordaz, armarán la vergonzosa defenestración del cardiólogo y humanista, gloria de la medicina mexicana. Camorra en la que tomaron parte hijos de priistas, lamentablemente parte de nuestra generación 1962-1966.

Doce. Por diversas circunstancias, para Ignacia y para mí, los senderos del jardín de infancia se bifurcaron. Sin que se modificaran un ápice el afecto y la admiración por mi paisana.

Trece. Lo haya hecho un agresor, o por propia mano, Lesby fue socialmente asesinada.

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