Ser o no ser

Para comprender nuestra época

  

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La época en la que vivimos, dicen algunos, está caracterizada por la aceleración. Todo tiene que ser rápido, inmediato, tal y como lo dicta la lógica del desarrollo tecnológico y la de la acumulación, que van de la mano. En una época tal, en la que importa sólo el instante, la historia sale sobrando. Por lo mismo, recuperarla y entenderla se vuelve más importante que nunca.

Esta fue la tarea a la que se abocó el historiador británico Eric J. Hobsbawm durante toda su vida. Llegué a Hobsbawm mientras cursaba mis estudios en Ciencia Política. El primer trabajo suyo que leí fue aquel en el que aborda las transiciones del feudalismo al capitalismo, en el cual estaba ya latente su interés por la modernidad occidental y su impacto en el resto del mundo. Luego leí a otros historiadores, filósofos, sociólogos, politólogos, economistas, antropólogos y narradores, en un intento por comprender nuestra época. Pero no fue sino hasta que pude adentrarme en ese grandísimo edificio hecho a base de palabras, análisis y pensamiento que constituye su trilogía sobre el siglo XIX largo —La era de la revolución (1789-1848); La era del capital (1848-1875); La era del imperio (1875-1914)—, complementada con su Historia del siglo XX, que pude entender bien en dónde estamos parados y cómo llegamos hasta aquí. Como si se tratase de magia, todas aquellas lecturas anteriores se engarzaban y cobraban sentido en cuanto eran hiladas por la narrativa histórica de Hobsbawm.

Sus presupuestos son claros desde el inicio. La modernidad, nos dice, nace de una doble revolución: económica, por un lado; política, por el otro. Dos son, pues, los pilares de nuestra era: la Revolución industrial, gracias a la cual se consolida el capitalismo como sistema económico, y la Revolución francesa, de la que emerge la democracia como régimen político. En la interacción entre estas dos matrices se juega la comprensión de un periodo en el que, por primera vez en su larga historia, el ser humano decide matar a Dios, pero sólo para verlo renacer, secularizado, en nuevas entidades metafísicas: el Mercado y el Estado, por hablar de las más importantes.

Si la premisa del primero es la libertad económica —para comprar, vender y, por tanto, acumular—, la del segundo será la igualdad política, en la que se ancla la noción de soberanía popular. A ambas entidades corresponden las dos grandes corrientes ideológicas de la época: liberalismo y socialismo, que no son exclusivamente económicas o políticas, sino que están entremezcladas. Si a la primera le preocupa la protección de la propiedad privada y de los derechos individuales frente al poder del Estado, la segunda pretende una propiedad colectiva en la que dichos derechos quedan garantizados por un Estado proletario, encarnación de una sociedad sin clases.

Si miramos con atención, es esta misma disputa entre Mercado y Estado la que sigue latente en la actualidad, aun con la caída del socialismo en los años 90 del siglo pasado. ¿Unión Europea o Brexit? ¿Libertad de comercio o proteccionismo económico? ¿Diversidad étnica y cultural o Nacionalismo? Son éstas las grandes interrogantes de hoy. En el fondo, se trata de una disputa entre principios que, llevados hasta sus últimas consecuencias, resultan incompatibles: la libertad y la igualdad, no sólo políticas, sino también económicas. Cada una jala agua a su molino, generando tensiones capaces de desmembrar a las sociedades.

Pero Hobsbawm no habla sólo de política y economía. Habla también de las transformaciones en el arte y la cultura, de cómo los cambios en cada época van siendo reflejados en estos ámbitos, ya como mero registro, ya como reacción a los tiempos. Lo mismo respecto a la ciencia y la tecnología. Para, a fin de cuentas, desembocar en la vida cotidiana de las personas, sujetos a la vez activos y pasivos de la historia. La hacen pero también la resienten. La transforman y al mismo tiempo son transformados. Sería necesario un espacio mayor para hacer un análisis puntual de la obra de Hobsbawm y sus implicaciones. Valga este breve texto, simplemente, como una invitación a ella.

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