Ezra Shabot

Entre cuatro

Las campañas apenas empiezan y no hay garantía de una respuesta racional por parte de los contendientes en función de sus intereses materiales, objetivos y tangibles.

Con el registro de Margarita Zavala como única candidata independiente a la presidencia, el juego para la silla grande se convirtió en una contienda entre cuatro. Tres con partido y una independiente, cuyas combinaciones pueden modificar de manera determinante el resultado de la elección de julio. Hasta ahora, las encuestas han detectado a los votantes potenciales, pero no a aquellos que se esconden tras el reducido pero importante voto rural, así como a los jóvenes marginados de las zonas urbanas, cuya participación o no, será determinante en los comicios de julio.

Tanto Meade, como Margarita y Anaya, tienen en común el compartir la continuidad de políticas de mercado y de las reformas estructurales puestas en macha. El discurso antisistema de AMLO, ahora sin la presencia del Bronco en el norte, le abre camino para proponer una ruta diferente: la de la revisión de todo lo aprobado y echado a andar en este sexenio, desde la reforma educativa hasta la energética, pasando por el aeropuerto y lo que se le ocurra en el camino. Hasta ahora esta fórmula le ha funcionado.

Frente a los temas de corrupción que enlodan al PRI y señalan al candidato del Frente, López Obrador ha logrado separarse de ellos incluso cuando tocan a gente cercana a él. La animadversión Meade-Anaya, producto de agravios mutuos y reclamos de traiciones pasadas, le ha abierto la brecha al candidato de Morena, al grado de que liderazgos empresariales pretenden dialogar con él ante el temor real de que el tabasqueño derrumbe lo construido en energía, aeropuerto y educación.

Pero esto apenas comienza, lo que no garantiza una respuesta racional por parte de los contendientes en función de sus intereses materiales, objetivos y tangibles. La idea de que quien vaya adelante en la carrera final contra AMLO recibirá de los otros dos el apoyo de una u otra forma, es más un deseo anhelado por quienes creen que ni Margarita ni Meade ni Anaya están dispuestos a permitir que López Obrador gane a costa de sus propias diferencias con los otros contendientes. Los elementos de subjetividad existentes en una guerra electoral son tan fuertes como para llevar al poder al candidato no deseado por adversarios incapaces de supera sus diferencias en aras de un objetivo superior.

La presencia de Margarita Zavala en la boleta electoral atrae principalmente a votantes que dudan entre su lealtad al PAN y su estrategia frentista, atraídos simultáneamente por la figura de Meade sin el PRI, y que estarían dispuestos a votar por la ex primera dama sólo en caso de que ascendiera en las encuestas a un nivel competitivo con los otros tres. Sin estructura y sin dinero difícilmente podría producirse un escenario como este último, lo que obligaría a Zavala a redirigir a sus votantes hacia una de las otras opciones: el traidor Anaya que la excluyó del PAN, o el amigo Meade ligado con el inaceptable PRI.

De hecho, tanto para los frentistas como para los priistas, esa disyuntiva estará presente al final del camino. Meade y Anaya saben que más allá de las descalificaciones mutuas y las amenazas temerarias, no hay margen de maniobra al interior de un gobierno con Andrés Manuel. Se trata de retornar al pasado hasta donde los factores reales de poder lo permitan, pero en el mediano plazo el proyecto morenista no tiene nada que ver con apertura de mercados, globalización e impulso a la inversión extranjera.

En este juego de cuatro es fundamental entender que el consenso nacional lo tienen tres, y el otro busca construir un modelo alternativo basado en el voluntarismo del líder como instrumento de legitimidad para el cambio. Que no se les olvide a la hora de los golpes y las rupturas, a menos que estén dispuestos a perderlo todo por irracionales.

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