Ezra Shabot

El final

El columnista hablo sobre lo que sigue después de las campañas electorales y el papel del voto útil.

Se terminaron las campañas electorales y nos encontramos en el momento donde la ciudadanía y los aparatos partidarios de movilización están a punto de definir quién será el próximo presidente por seis años y qué tipo de Congreso lo acompañará, al menos tres años en Cámara de Diputados. Una contienda con un puntero en las preferencias electorales de principio a fin, y dos más disputándose el segundo lugar para buscar el voto útil que los ponga en situación competitiva frente al líder.

Dos proyectos en disputa, uno que pretende profundizar la vinculación con el comercio exterior y la economía de exportación, en un intento de sacar de la pobreza a buena parte de la población con un modelo ligado a la globalización y a la ruptura con las formas tradicionales de producción y distribución del ingreso. Y otro que insiste en el reforzamiento del mercado interno bajo la lógica de que es posible crecer y reducir la pobreza con el Estado como rector de la economía, y la reconstrucción de una industria nacional alejada del principio de las ventajas comparativas que rigen al mundo, a pesar de los esfuerzos proteccionistas en distintas latitudes.

Esta segunda opción, encabezada por Morena y López Obrador, representa un golpe de timón en lo estrictamente económico, pero también en lo político y social. Se trata de meterle freno a las reformas aprobadas en este sexenio e iniciar un movimiento en reversa, destinado a recuperar para el gobierno federal las atribuciones perdidas a raíz del abandono del nacionalismo revolucionario y la instrumentación del neoliberalismo como política de Estado. Tras el desmantelamiento de gran parte del aparato corporativo priista, la propuesta morenista insiste en su recomposición con nuevas modalidades y atribuciones, pero bajo el principio básico de que esta nueva organización sirva de instrumento de control político de obreros, campesinos, trabajadores del sector servicios y eventualmente empresarios.

El círculo virtuoso del Pacto por México, que permitió la aprobación de cambios constitucionales de gran calado en un diálogo PRI-PAN-PRD nunca antes visto, terminó convirtiéndose en el pleito más profundo que se haya visto en el México democrático entre priistas y panistas. El desencuentro, ocasionado a raíz de la elección mexiquense y la decisión de Anaya de aliarse con el PRD, abrió el camino para que la disputa por la continuación del proyecto globalizador y de apertura económica produjese un choque de trenes, que le abriera el camino a la propuesta de reconstrucción del nacionalismo revolucionario con su carga de autoritarismo y proteccionismo.

Países como Argentina y Brasil, con economías y democracias reconstruidas después de experiencias dictatoriales, experimentaron con los Kirchner y Lula la apuesta populista basada en un proteccionismo tradicional y en el aumento del gasto público, que eventualmente se les salió de control para generar una situación de crisis económica propia de aquellos políticos confiados en que la bondad de sus actos de gobiernos se financian por sí solos.

Hoy, cuando estos países giran de nuevo al modelo de la apertura globalizadora, todo indica que nosotros nos encontramos a punto de dar un giro radical para intentar vivir la experiencia nacionalista, como antaño.

Por supuesto que la última palabra la tiene el electorado, tanto en su decisión sobre quién ocupará la silla grande como en la conformación del Congreso, que podrá resistir o no el intento regresivo de aquellos que al ganar la elección pretenderán revivir el México del siglo XX en su versión más actualizada. En unos cuantos días sabremos cuál es la voluntad de los mexicanos y las consecuencias de la irracionalidad de la clase política mexicana.

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