Enrique Cardenas

¿Y las instituciones?

Las instituciones y contrapesos democráticos deben evitar los cambios de ánimo de quien llegue a la presidencia; el problema es que en México son muy vulnerables.

El ambiente político que estamos respirando continúa polarizando a la sociedad. Los precandidatos (o realmente candidatos) presidenciales ya anunciados parecen mostrar el razonamiento que tendrá el electorado: quienes buscan un cambio profundo de la situación actual, tanto lo que ha representado el mal llamado 'modelo económico', que no acaba de estar bien definido, o los problemas de corrupción, impunidad, inseguridad y polarización económica y social, ven en Andrés Manuel López Obrador el personaje que con mayor seguridad impulsará un giro significativo. Quienes buscan una continuidad a pesar de los problemas de corrupción y de las mañas cada vez más evidentes del PRI y sus aliados, se perfilan por José Antonio Meade. Y quienes buscan una suerte de cambio, sin garantía alguna, pero que no sea excesivo ni que ponga en entredicho lo logrado hasta ahora, aunque tampoco ataque los problemas centrales mencionados, parecen perfilarse por Ricardo Anaya. Cambio sí, pero despacito.

Mi experiencia reciente al recolectar firmas en la calle para lograr mi registro como candidato independiente a la gubernatura de Puebla, me ha dado un pulso de cómo ven las cosas miles de ciudadanos. En primer lugar, hay una gran cantidad de ellos que tiene miedo, desesperanza, que no cree en el futuro, que tiene dudas de que el proceso electoral sea realmente justo. La gran mayoría está harta de los partidos y de los políticos. El nivel de desaprobación que reflejan las encuestas es apenas cercano a la realidad. Su descrédito es enorme y es parejo. Ninguno se escapa ni tiene credibilidad. Hay una profunda crisis de partidos que se palpa en la calle.

Y la opinión que constaté, sin ninguna representatividad estadística, es que la mayor parte de la gente con quien hablé quiere un cambio y van a votar por AMLO. Otros prefieren a Ricardo Anaya, pues buscan continuidad pero sin la carga de corrupción que representa el PRI; y otros más, los menos, son los duros del PRI. De los partidarios del cambio, hay de dos tipos: los que de plano quieren un cambio a como dé lugar, y quienes están conscientes de la incertidumbre que representa votar por AMLO y los riesgos que implica. En particular, quienes temen que al llegar al poder López Obrador inicie una contrarreforma energética, laboral, educativa, de telecomunicaciones y que, ante la falta de dinero, recurra al endeudamiento e incluso amenace la autonomía del Banco de México. Aquella frase de López Obrador de hace años, "al diablo las instituciones", sigue retumbando en las cabezas de millones de mexicanos, independientemente de que no llegue a concretarse y que sea en realidad una exageración.

Tal y como ocurrió en Estados Unidos ante la llegada de Trump a la Casa Blanca, una persona que amenazaba con cambiar todo, sus instituciones y contrapesos democráticos, incluida la independencia del Poder Judicial, han logrado atenuar los exabruptos presidenciales. En México, en caso de que un loco llegara a Los Pinos, nuestras instituciones y contrapesos debieran evitar los exabruptos presidenciales, pero lamentablemente nuestras instituciones son mucho más débiles y por tanto menos efectivas. Somos más vulnerables en caso de que un loco llegue a la presidencia.

Y la paradoja es que aquellos partidos que hoy están abajo en las encuestas y que estuvieron en el poder por decenios, y que ahora argumentan que AMLO va a destruir las instituciones, son los primeros que las han lastimado. No les han tenido ningún respeto. Van unos ejemplos: los golpes al INE que le han restado credibilidad ante la opinión pública; la carga partidista en la gran mayoría de los nombramientos claves del Estado mexicano (del mismo INE, INAI, Tribunal de Justicia Federal y Administrativa, PGR, Inegi, entre otros); las alianzas partidista para no llegar a acuerdos para la transformación de la PGR en la Fiscalía General de la República; la falta del nombramiento del fiscal anticorrupción y la destitución del fiscal electoral reciente; los obstáculos para hacer funcional el Sistema Nacional Anticorrupción y un largo etcétera. Los responsables del debilitamiento de las instituciones son justamente los líderes políticos de siempre, provenientes de todos los partidos, que poco les ha importado la ciudadanía. Sin excepción.

Ante la creciente probabilidad de triunfo de AMLO y el 'miedo' a una potencial contrarreforma, que sólo puede evitar la fortaleza de las instituciones democráticas, quienes han minado la solidez institucional ahora muestran signos de preocupación por lo que ven venir. Ojalá ello sirva para, ahora sí, acordar la transformación profunda y eficaz de la PGR, que se eche a andar el SNA cabalmente, que se fortalezcan realmente las instituciones. A ver si así, ante el temor de perder las elecciones y al grito de un 'sálvese quien pueda', se decidan a ver por la solidez institucional y, muy a su pesar, por el bienestar de la gente.

COLUMNAS ANTERIORES

El referéndum del 2 de junio
“Enfermedad holandesa” una vez más

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.