Enrique Cardenas

La guerra comercial de Trump

El momento histórico de la reciente imposición de aranceles al acero y aluminio es totalmente distinto al observado en 1929, ya que la economía estadounidense está en crecimiento y cerca del pleno empleo.

Ya hace años que no veíamos una guerra comercial. Debe haber habido otras, pero no las tengo registradas. La más notable del siglo XX fue, sin duda, la ocurrida como consecuencia de la Gran Depresión de 1929. Al caer en recesión, muchos países trataron de defender su mercado interno a través de establecer aranceles a las importaciones, y de esa manera proteger el empleo. O dicho de otra forma, trataban "de exportar desempleo". El resultado fue que, al responder los socios comerciales elevando a su vez aranceles para proteger su propia actividad económica, el volumen de comercio mundial se redujo y con ello los países sufrieron aún más. Tanto consumidores como trabajadores resultaron afectados, pues el nivel de producción finalmente resultó menor y tomó más tiempo salir de la recesión. De hecho, sólo a través de una serie de políticas de expansión económica fue que países como Alemania, Estados Unidos, Inglaterra y Francia, así como México, Brasil y Argentina, lograron salir de la recesión a lo largo de los años treinta, lo que culminó con la Segunda Guerra Mundial.

Pero la guerra comercial de Trump es totalmente distinta. La diferencia radica, esencialmente, en que Estados Unidos no está en recesión sino en una ola de crecimiento económico elevado con prácticamente pleno empleo. Es absolutamente ilógico que en este momento el gobierno norteamericano imponga aranceles al acero o a cualquier otro producto, pues lo único que logrará es el encarecimiento de esos productos en Estados Unidos en el corto plazo. Se podría argumentar que precios más altos del acero y del aluminio atraerían más inversión, y por tanto más producción de esos productos en el mediano plazo, y que esa es la razón por la cual Trump impone esas tarifas. Pero dado que se encuentran en prácticamente pleno empleo, su política comercial no tendrá mayor impacto. Lo mismo ocurre si impone tarifas adicionales a los productos chinos. Se encarecerán en Estados Unidos y, en todo caso, podría atraer a otros países que reemplazaran a los proveedores chinos.

Pero, además, los países afectados no se quedarán cruzados de brazos. Todos van a tomar represalias comerciales contra Estados Unidos, tal como ya fue anunciado por México, Canadá y la Comunidad Europea, además de China, como una práctica válida de la propia Organización Mundial de Comercio en estos casos en que un país viola unilateralmente sus preceptos. Y al imponer aranceles, los países afectados por Trump también encarecen ciertos productos en detrimento de sus propios consumidores, y atraen a otros países a sustituir a Estados Unidos como proveedores. El resultado es que los países terminan por encarecer sus productos, disminuye el bienestar de los consumidores y no crea más empleo, sino menos. Si los países afectados toman represalias es justamente para evitar que un solo país gane a costa de ellos.

Trump ha argumentado desde su campaña que el trato comercial que ha recibido Estados Unidos ha sido injusto y que por ello tiene un déficit comercial excesivo. Por eso, dice Trump, Estados Unidos importa más de lo que exporta. Pero es ampliamente conocido por economistas y funcionarios comerciales y fiscales que un déficit comercial siempre se acompaña por un déficit fiscal equivalente. Es decir, si se tiene que pedir prestado para financiar el gasto público es porque también se tiene un ingreso mayor que permite aumentar las importaciones sobre sus exportaciones. En otras palabras, el déficit comercial de Estados Unidos se debe realmente al déficit comercial norteamericano, y no al supuesto trato injusto de sus socios comerciales.

Así, resulta incomprensible el estallido de la guerra comercial de Trump. Partiendo de que la economía norteamericana se encuentra en pleno empleo, y que acusa un déficit fiscal que además promete ser cada vez mayor por su reforma fiscal del año pasado, lo menos recomendable para la economía norteamericana es iniciar una guerra comercial con sus aliados políticos y comerciales. En todo caso, debería preocuparse por el déficit fiscal que está a punto de crear en los próximos años.

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