Opinión

El laberinto de la informalidad


 
 
 
Sergio Negrete Cárdenas
 
 
Diagnóstico acertado pero, lástima, estrategia equivocada. Productividad es la palabra repetida un día sí y otro también por el presidente Peña y los miembros de su gabinete. El afán gubernamental, se reitera, es aumentarla, para que el crecimiento económico se acelere. Lo sorprendente no es la repetición, sino que la palabra haya brillado por su relativa ausencia en el vocabulario oficial hasta hace pocos meses.
 
 
Entre 1981 y 2012 el PIB per cápita aumentó cada año en promedio 0.59%. A ese ritmo, tarda en duplicarse, nada más, 119 años. No es de sorprender que las cifras más recientes del Coneval apunten prácticamente a un estancamiento de la pobreza en décadas recientes.
 
 
El problema es que el gobierno busca aumentar la productividad… por decreto. Un ejemplo lo representa la estrategia ante la informalidad laboral. El argumento es que los trabajadores informales (alrededor de 60% del total, de acuerdo con el INEGI) son considerablemente menos productivos que los formales. Por tanto, hay que convertir a los informales en formales.
 
 
Aparentemente, presto, se hicieron más productivos.
 
 

Destacadamente, ese es el objetivo del Programa para la formalización del empleo 2013 presentado en semanas recientes en Palacio Nacional a bombo y platillo. Básicamente, se trata de promover el registro de trabajadores en el IMSS. El titular del Trabajo y Previsión Social, Alfonso Navarrete Prida, instruyó a las delegaciones estatales de su dependencia a 'fomentar la formalidad'.
 
 
Para lo que resta de 2013 la meta es 'formalizar' a 200,000 trabajadores. Uno casi puede imaginarse a ansiosos delegados buscando cumplir una cuota para alcanzar la tan deseada estadística.
 
 
No es tan sencillo. La productividad es tan fácil de definir como difícil de aumentar. Simplemente, es la cantidad que se produce durante cierto periodo de tiempo. Y básicamente se explica por la combinación de capital humano y tecnología.
 
 

Formalizar a un trabajador ante el IMSS le dará derecho a servicios de salud y una pensión. Nada despreciable, sin duda. Sin embargo, el recién formalizado individuo no saldrá de las instalaciones del Seguro Social más capacitado o educado.
 
 

Tampoco, evidentemente, con nueva tecnología bajo el brazo. La formalidad laboral no aumenta la productividad. Más bien, la causalidad es inversa, con la productividad llevando a la prosperidad y, con ella, a la formalidad. El problema no es que las empresas tengan trabajadores informales sino que éstas (muchas micronegocios familiares) son informales, con todas las limitaciones para aumentar su productividad, particularmente acceso a mejor tecnología, que ello implica.
 
 
Por otra parte, el recién formalizado trabajador costará a la empresa por lo menos 26% más (no por nada muchas empresas optan por la informalidad). Formalizar por decreto puede llevar a la empresa a reducir el empleo o, en una paradoja, disminuir la inversión en tecnología o capital humano. Formalizar trabajadores puede ayudar al IMSS para postergar una quiebra que parece inevitable, pero incluso afectando negativamente la productividad.
 
 

¿Qué hacer? Formalizar empresas, no trabajadores. Esto es, reducir las regulaciones y costos (como los asociados con la contratación y despido de empleados) que las incentivan a optar por las sombras. Nada fácil.
 
 

Ciertamente, es más sencillo empujar una limitada formalización por decreto.
 
 
Peña Nieto dijo al presentar el Programa que 'la informalidad es una salida falsa'. Sin embargo, en ese laberinto la estrategia oficial también lo es. Puede haber mucho de positivo en reducir la informalidad, pero esperar aumentos en productividad (y  crecimiento) es anticipar peras del olmo.
 
snegcar@iteso.mx
 
 

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