Opinión

El espíritu Inútil: La coquetería


 
Pablo Fernández Christlieb
 
 
La democracia sacó su modelo de la coquetería.

La coqutería es la institución civil en la que dos andan tanteándose a ver hasta dónde llegan el uno contra la otra; el uno dice a ver cuándo nos tomamos un tequila (vamos al cine, me invitas a bailar, etcétera) y la otra contesta a ver cuándo, y a la siguiente vez ella pregunta qué pasó con el tequila y él responde: ¿sí, verdad?; y ambos se quedan contentísimos de tanta indecisición, como si ninguno de los dos quisiera el tequila sino sólo decirlo a ver qué cara ponen. Y a veces ni se necesitan palabras sino nada más miraditas, saluditos, sonrisitas, gestitos, atrevimientitos, indiferencitas, desplantitos, etceteritas, todos inofensivos y con un brillito en los ojos. Y siempre los dos saben de qué se trata, pero nunca, jamás, lo nombran. Y puede darse entre dos compañeros de trabajo, o el cliente y la dependienta, o dos que coinciden en el Metro todos los días, o un ex marido y su ex mujer. Y puede durar meses, una tarde, un antro, tres pisos en elevador, muchos años, aunque no toda la vida, porque la coquetería debe ser siempre sólo una aventura pasajera.
 

Y cuando parece que ya van a quedar en algo, le sacan la vuelta. Porque cuando la otra ya va a decir por fin que sí, el uno hace como que no oye, y cuando el uno se va a atrever a pedir cuentas la otra cambia de tema, y así sucesivamente, por lo que hay que esperarse a la próxima, y la próxima y la próxima. Parece entonces que la esencia de la coquetería está en saber postergar, aplazar, nunca llegar a nada, y por eso cuando uno se acerca demasiado la otra se aleja un poquito, y al revés: si uno se raja, la otra lo reta, y la coquetería se vuelve una danza de avances y repliegues, contraofensivas —mas bien contrainofensivas— y retiradas. Y mientras ambos fingen que no pasa nada, porque el coqueteo, por regla general, hace como que no.
 
 
La democracia es un sistema social que consiste en poner mucha atención al otro, porque se supone que las partes necesitan llegar a un acuerdo que para alcanzarlo debe negociarse, pero el único acuerdo al que parecen llegar es al de seguir negociando, y lo único que se nota es que nunca alcanzan nada, porque siempre están opinando lo contrario y así se anulan entre sí. Pero, entre tanto, se las ve muy entretenidas, incluso cuidando a su oponente para que tenga ganas de seguir negociando. El objetivo de la democracia es constituir la ilusión de una mejor vida para todos, en el entendido de que se puede constituir una ilusión pero no hacerla realidad, así que lo verdaderamente invaluable, precioso de la democracia, es el hecho de no llegar a ningún acuerdo entre las partes es lo que les impide destruirse: mientras sigan negociando, nadie queda eliminado. Se trata de mantener el poder en suspenso y renunciar a toda dominación.
 

La democracia y la coquetería surgieron por ahí del siglo XVIII, cuando ya la sociedad está lo suficientemente civilizada.
 
 
A los que coquetean les deja de interesar aquello que postergan: parece que va a alguna parte, pero lo que les gusta es el camino. A los que coquetean les parece más emocionante la postergación que los resultados, el aplazamiento que los logros, porque el encanto que tiene la coquetería es el de la ilusión, que suele ser mejor que la realidad, y por eso saben que en el momento en que el coqueteo se haga realidad, ahí mismo se acaba la coquetería. Si uno de los dos dice que no, la coquetería se acaba, pero si los dos dicen que sí, también se acaba, y eso se volverá amor o matrimonio o lo que sea, pero aquello tan complejo de armar y tan delicado de conservarse, tan frágil que se rompe de sólo mencionarlo, se deshace como burbuja de jabón.
 
 
La institución de la coquetería es un partido que todo el tiempo está empatado en el último minuto que no se acaba, y así es como hay que mantenerlo; o sea, mantener suspendida en el aire una burbuja de jabón. O, en otras palabras, las mejores historias de amor son las que ni siquiera empiezan, porque si empiezan se acaban, y la única forma de hacer que las ilusiones duren es no haciéndolas realidad. Georg Simmel, quien en 1909 escribió una Filosofía de la coquetería, dice que es una de las formas fundamentales de la sociedad.
 
Como puede verse, la coquetería es dificilísima, porque para hacerla que dure se requiere mucho talento, mucho temple, pulso firme, mente fría, o amarrarse al mástil para no dejarse arrastrar ni por la tentación ni por los resultados ni por el triunfo, porque aquí no se debe perder pero no se vale ganar, sino sólo un empate tembloroso. Y es por esto que el coqueteo es proverbialmente femenino, como si sólo las mujeres fueran capaces de tanta sutileza, de tener los nervios en su sitio para resistir la tentación del dominio y mejor pasársela jugando unas fuercitas interminables.
 
 
Y porque la coquetería es tan difícil, la democracia no se pudo sostener.
 
 
 
 
 
 

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