Opinión

Educación y lucha


Rafael  Aréstegui Ruiz
 
Asistí a San Cristóbal de las Casas  con dos compañeros del Centro de Estudios Sociales y de Opinión Pública de la Cámara de Diputados (CESOP), al Congreso Internacional de Ciencias Sociales el pasado 11 de septiembre, fecha dolorosa para la humanidad, no sólo por el atentado a las torres de Nueva York, sino también por el golpe de Estado en Chile que dio paso a una de las dictaduras de más terrible memoria para la democracia y la construcción de otro mundo posible.
En esa localidad chiapaneca nos encontramos con el hecho de que un grupo de  estudiantes de la UACh, inconformes con la reforma laboral educativa, tomaron las instalaciones de la Facultad de Ciencias Sociales e impidieron el desarrollo del Congreso sobre ¿Cuál es papel de las ciencias sociales en nuestros tiempos?
 
 
Cabe mencionar que al Congreso fuimos invitados 186 ponentes sobre distintos temas intentando abrir la reflexión acerca del rumbo que deben tener las investigaciones, los programas de estudio, en fin, la vida académica y el pensamiento crítico, no solo en un país y una sociedad que muestra cada vez más patente el agotamiento del modelo neoliberal y la destrucción del tejido social como consecuencia de una equivocada idea de un desarrollo que sólo se propone indicadores de crecimiento que tienen que ver con la macroeconomía, pero ningún referente con la calidad de vida de los ciudadanos y mucho menos con el más del 50% de la población en condición de pobreza.
 
 
La educación, como es una construcción social, presenta características que a lo largo del tiempo se van modificando porque reproducen los valores dominantes en la sociedad.
 
 

Por eso hay que diferenciar la educación del desarrollo cognitivo, y también debemos distinguir a la educación del mero destino de las pulsiones y de la instrucción. La enseñanza es una acción inserta en una trama de interacciones. La educación pertenece al campo de las prácticas sociales.
 
 
Hay que destacar este lugar de pertenencia a las prácticas sociales, porque se debe hablar de una crítica de las razones para educar. Poder dar razones, y cambiarlas, resignificarlas, es quizás lo más admirable de las acciones en la trama de las prácticas sociales. Poder exponerlas, discutirlas, argumentarlas es una de las mayores responsabilidades que tenemos los educadores.
 
 
La educación –indudablemente– significa la mejor estrategia para que el país salga del rezago y la pobreza; pero por si misma no se va a lograr sino se modifica un esquema de desarrollo que no sea exógeno, es decir que parta de que los actores asuman su propio desarrollo y se ponga énfasis en la producción para ser autosuficientes alimentariamente.
 
 
La protesta de los maestros ha caído en una situación desfavorable, es difícil encontrar sectores que les  manifiesten solidaridad o adhesión.. La reforma que enfrentan es en efecto una de tipo laboral que por sí misma no garantiza una calidad en la educación; no existe en ella un párrafo que hable de métodos pedagógicos o contenidos pertinentes y necesarios.
 
 
Cualquier estudioso del tema sabe que una reforma que carezca del entusiasmo de los mentores es un fracaso anunciado, la reforma solamente anula el control que antes tenía el sindicato sobre la asignación de las plazas y en efecto pone a la profesión del maestro por debajo de los derechos laborales de cualquier otra carrera en cuanto a la seguridad en el empleo.
 
 
La estrategia gubernamental pareciera apuntar a una gran distracción de la sociedad, mientras las acciones poco afortunadas de los maestros ocupan las primeras planas de los medios, la otra reforma, la energética, avanza sin que la sociedad se percate de la entrega de los recursos estratégicos al capital internacional.
 
 
 
 
 

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