Eduardo Guerrero Gutierrez

Tolerancia cero, humanidad cero

Trump quedará marcado ya no sólo como un gobernante frívolo y misógino, sino también como el presidente que arrebató niños pequeños de los brazos de sus padres

Mucho miedo y todo el peso de la ley. Una fórmula ganadora en política. Resolver problemas de fondo —como el desempleo, la violencia y la inseguridad— es difícil y toma tiempo. En el corto plazo es mucho más rentable construir un gran enemigo público y golpearlo ruidosamente. Muchas guerras se han emprendido con este fin, pero hoy en día el costo de esta opción es demasiado alto. Desde que estaba en campaña Donald Trump lo había logrado con gran éxito al dirigir sus energías en contra de los migrantes. Poco importa que la migración hacia Estados Unidos esté en sus niveles más bajos en décadas, o que los recién llegados desempeñen una función económica imprescindible. Son el enemigo ideal. No votan ni tienen mayores recursos, y la mayor parte viene de países muy pobres que tampoco pueden hacer mucho por defenderlos. Hay instintos racistas, y una visión rígida y ventajosa de la legalidad (se repite hasta el cansancio que los inmigrantes violan la ley), que facilitan enormemente la tarea de culparlos (por otro lado, a los votantes de muchos estados clave les gusta pensar que los inmigrantes son los responsables de todos los males).

A principios de su mandato, en enero 2017, Trump ya había lanzado su primera bomba nuclear en materia migratoria, la orden ejecutiva 13769, popularmente conocida como Muslim Ban. Dicha orden ejecutiva suspendía el ingreso de refugiados sirios a Estados Unidos y esencialmente prohibía el ingreso de ciudadanos de un grupo de países islámicos considerados peligrosos (Irán, Iraq, Libia, Somalia Sudán y Yemen). El Muslim Ban era tan arbitrario y tan injurioso que incluso la entonces encargada del Departamento de Justicia, Sally Yates, se negó a defenderlo legalmente (acto seguido fue cesada de su cargo por insubordinación).

Parecía que nada podía ser más bajo y más inhumano que el Muslim Ban en términos migratorios hasta abril pasado, cuando el gobierno de Trump comenzó a perseguir penalmente a todos los indocumentados que eran detenidos, lo que implica separarlos de sus hijos. El experimento, conocido como zero tolerance, duró algunas semanas durante las cuales dos mil 53 menores fueron separados de sus familias. La mayor parte de estos menores eran de origen centroamericano y fueron llevados a los infames albergues cuyas imágenes de niños pequeños encerrados en jaulas, llorando de miedo y desesperación, le dieron la vuelta al mundo. Incluso para un personaje tan políticamente incorrecto como Donald Trump, lo que se estaba haciendo con las familias de migrantes en Estados Unidos era una vileza. De ahora en adelante quedará marcado, ya no sólo como un gobernante frívolo y misógino, sino también como el presidente que arrebató niños pequeños de los brazos de sus padres.

Pareciera que nuevamente la administración Trump, en particular el fiscal general, Jeff Sessions y el asesor presidencial, Stephen Miller (que fueron los principales promotores de la medida), sólo querían provocar. La semana pasada Trump firmó la orden para poner fin a la política de separación de familias. En su breve duración no sirvió más que para fabricar dos mil tragedias y para generar incluso más antipatía en el mundo hacia el gobierno en Washington. Queda todavía por ver qué tan rápido y eficaz será el proceso de reunificación las familias. Por otra parte, un día después de que formalmente se pusiera fin a la política de zero tolerance, en un gesto que no parece casual, Melania Trump usó una chamarra con la leyenda "I really don't care do u?" al abordar el avión que la llevaría a visitar un centro de detención de menores en Texas.

En México a veces pensamos que el Estado de derecho se construye con la aplicación de castigos severos a todas las personas que violan la ley. Nada más alejado de la realidad. La tolerancia cero es un mito. Incluso si se pudiera poner en práctica, no daría buenos resultados. Hay amplia evidencia que demuestra que el uso indiscriminado de sanciones penales (o de deportaciones) no tiene un efecto disuasivo sobre las conductas que se busca desincentivar. Por el contrario, para ser eficaz, la cárcel debe usarse de forma estratégica (por supuesto, con base en criterios técnicos, no políticos, como generalmente hacen nuestras procuradurías).

Desafortunadamente, el populismo penal y el odio hacia quienes creemos peligrosos (con y sin razón) han ocupado un papel central durante las primeras décadas de nuestra democracia. No olvidemos que apenas en 1999 el candidato a gobernador del Estado de México ganó las elecciones con el eslogan "los derechos humanos son para los humanos, no para las ratas". No olvidemos que de todas las historias se pueden contar dos versiones. Al deshumanizar al otro y buscar castigarlo a cualquier costo, corremos el riesgo de que nuestras propias instituciones pierdan rasgos esenciales de humanidad.

COLUMNAS ANTERIORES

Tres prioridades para la seguridad del próximo gobierno
Las candidatas y la seguridad: más allá de las propuestas

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.