Eduardo Guerrero Gutierrez

La Paz de Dios

Eduardo Guerrero ve cierto paralelismo entre los conflictos feudales de la Edad Media y la violencia criminal que se ha instalado en Guerrero y otras regiones del país.

Durante buena parte de la Edad Media Europa fue un territorio asediado por la guerra y la inseguridad. En aquel entonces los reinos que sucedieron al imperio romano eran apenas un débil esbozo de los Estados-Nación que hoy conocemos. El poder real estaba altamente fragmentado entre una pléyade de señores feudales —los caciques de aquellos tiempos— y corporaciones religiosas que eran propietarias de buena parte de las tierras (es decir, de la riqueza). Para complicar el panorama, los señores feudales sustentaban su poder en milicias privadas, mismas que no dudaban en usar para atacar a sus rivales, e incluso para saquear las propiedades del clero. Las constantes guerras y los abusos de los señores feudales llegaron a convertirse en una amenaza seria para la viabilidad de las sociedades medievales.

La Paz de Dios (movimiento que emergió en Francia hace más o menos mil años) fue la respuesta de la Iglesia al caos imperante. Primero se establecieron una serie de restricciones, que hoy llamaríamos humanitarias, al uso de la violencia: no atacar gente indefensa y desarmada, no irrumpir en templos y no incendiar poblaciones. Los castigos a quienes violaran la Paz de Dios eran fundamentalmente religiosos. La excomunión y la imposibilidad de recibir cristiana sepultura estaban entre los más frecuentes. El éxito de la Paz de Dios llevó al clero a decretar a lo largo de los siglos XI y XII restricciones cada vez más estrictas al uso de la violencia. En particular, se impuso gradualmente la prohibición de hacer la guerra en fechas y días de la semana con peso religioso (primero los domingos, pero posteriormente también los viernes y los sábados, las cuatro semanas antes de Navidad, la Cuaresma, etcétera). Se llegó al punto en el que sólo quedaban en todo el año 80 'días hábiles' para el combate. Eventualmente la Paz de Dios dejó de ser observada. Sin embargo, por varias décadas fue un mecanismo eficaz para revertir la sangría económica y demográfica ocasionada por las guerras constantes.

Hay un cierto paralelismo entre los conflictos feudales de la Edad Media y la violencia criminal que se ha instalado en el interior de Guerrero y otras regiones del país. En ambos casos un Estado débil y distante convive con una multiplicidad de actores armados en conflicto. Por ello, no extraña que en la Iglesia mexicana empiecen a tomar forma iniciativas para contener algunas de las formas más cruentas de violencia. Los encuentros y las negociaciones de Salvador Rangel Mendoza, obispo de Chilpancingo-Chilapa, con capos del crimen organizado han sido hasta ahora las más notorias de estas iniciativas.

Rangel Mendoza reveló que el pasado 30 de marzo, Viernes Santo, se reunió "con uno de los líderes del narco en Guerrero… en un lugar de la sierra". Como en encuentros previos, el obispo Rangel pidió moderación a los criminales. En esta ocasión el principal objetivo fue evitar que se propagara la violencia en el contexto del proceso electoral (una preocupación muy real, en tanto varios precandidatos fueron asesinados en Guerrero durante el periodo de precampañas). Rangel Mendoza dijo contar con el compromiso de que, al menos en algunas regiones, los criminales dejarían correr libremente las elecciones.

No será fácil que la intermediación del obispo Rangel logre contener la violencia electoral. Desafortunadamente el narco tiene varios grupos y varios líderes que se disputan el control de los mercados criminales de Guerrero. En Chilapa, uno de los epicentros de la violencia del interior de Guerrero, la principal disputa es entre Los Ardillos y Los Jefes (previamente conocidos como Los Rojos). Sin embargo, en el territorio que comprenden las diócesis de Chilpancingo-Chilapa y de Altamirano (ambas a cargo de obispo Rangel) también operan actualmente Los Tequileros, Guerreros Unidos y el Cártel de la Sierra, entre otros grupos.

Los candidatos presidenciales no tardaron en retomar las declaraciones del Obispo Rangel. Como ya es costumbre en temas de seguridad, el posicionamiento de AMLO fue el que tuvo mayor resonancia mediática. López Obrador no sólo dijo ver con buenos ojos que pastores y sacerdotes busquen el diálogo para que se garantice la tranquilidad. A pregunta expresa sobre si buscaría un diálogo con los capos de la droga, AMLO respondió "nosotros vamos a buscar diálogo con todos los mexicanos".

Las declaraciones de AMLO son, más que otra cosa, un posicionamiento discursivo en el contexto de una campaña (es muy difícil adelantar en qué podría consistir un 'diálogo' entre un presidente de la República y el crimen organizado). Una cosa es que —ante una realidad que recuerda a la Edad Media— las iglesias busquen pactar una tregua con los criminales. El Estado es otra cosa. Diálogo siempre puede haber (aunque ciertamente no podría haber reuniones oficiales "en algún lugar de la sierra"). Sin embargo, el gobierno de la República no debe en ningún momento renunciar a su supremacía, al uso de la fuerza y a la aplicación de la ley, ni entrarle al peligroso juego de los pactos y las treguas con los criminales. A Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César.

COLUMNAS ANTERIORES

¿Cómo poner fin a la negligencia y complicidad de las fiscalías?
Criminales se reparten Guerrero con mediación de la Iglesia; el gobierno asiente y la violencia disminuye

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.