Dolores Padierna

“Vas a ganar más”, otra promesa incumplida de Peña

 

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Basta echar una mirada a los titulares de los últimos meses y a las agendas de las cámaras para darnos cuenta de que los escándalos de corrupción, la caída de uno u otro capo e incluso la discusión de importantes temas de nuestra inconclusa transición, se han convertido en una suerte de tapadera de los grandes problemas nacionales que las élites políticas y económicas han profundizado con sus decisiones y omisiones.

Los grandes temas siguen ahí, irresueltos, aunque sólo sirvan para la retórica de las campañas: el desempleo, el deterioro sostenido de los salarios, la pobreza y el hambre, la grosera concentración del ingreso, el abandono del mercado interno, los derechos sociales vulnerados, la inseguridad y la violencia (como lastimosamente lo prueban los recientes hechos de Jalisco).

Un poco de luz en la dirección correcta ha aparecido con el debate sobre el salario mínimo, que ha puesto en el centro de la agenda nacional el fracaso de un modelo económico, así como la pobreza y la desigualdad crónicas de al menos la mitad de la población.

Los adoradores del mercado han salido a decir, como si fuera verdad, que los salarios no crecen porque los trabajadores mexicanos son improductivos. Una mentira vil.

México tiene uno de los salarios mínimos más bajos de América Latina, a la par de Bolivia y Nicaragua. Sin embargo, y aquí cito a expertos de la Comisión Económica para América Latina y El Caribe (Cepal), los países citados "tienen la menor productividad laboral de la región, 75 por ciento inferior a la de mexicana. México acusa muy alta productividad, ligeramente detrás de la de Chile" (Juan Carlos Moreno-Brid y Stefanie Garry, El rezago del salario mínimo, Nexos, febrero de 2015).

Un pretexto utilizado para justificar los salarios más bajos de los países que forman parte de la OCDE es que la productividad laboral ha tenido un crecimiento marginal. Entre 2005 y 2014, sólo creció 0.6 por ciento en promedio anual, medida como la relación entre el PIB y el número de horas trabajadas por la población ocupada. Sin embargo, el ingreso promedio por hora trabajada de la población ocupada disminuyó 1.5 por ciento en promedio anual en el mismo periodo, lo que implica que ni siquiera el salario de la población ocupada se ha establecido en función de la productividad.

Si el ingreso de la población ocupada se hubiera establecido en función de la productividad laboral sería 20.7 por ciento mayor que el actual.

El otro pretexto absurdo para no elevar el salario mínimo es que se le utiliza como referencia para determinar los precios de una gran cantidad de bienes y servicios. Este tema se resolvería con facilidad, simplemente cambiando la referencia por otra que también refleje la inflación, como las Udi, por ejemplo.

Un aumento sostenido del salario mínimo traería beneficios inmediatos a los trabajadores, pero también para el conjunto de la economía, porque fortalecería el mercado interno y se convertiría en un motor de un crecimiento que, hasta ahora, sólo se ajusta a la baja.

Incrementos modestos y escalonados, cuyas fórmulas pueden discutirse para minimizar los posibles impactos negativos, traerían beneficios para el conjunto del país.

Los defensores del paradigma neoliberal que se desgarran las vestiduras frente a la propuesta de incremento salarial harían bien en releer una de sus publicaciones de cabecera, que ha afirmado: "…incrementos modestos en el salario mínimo no destruyen necesariamente trabajos y de hecho puede disminuir la desigualdad, atraer más gente al sector formal y aumentar la productividad". (The Economist, semana agosto 16-23, 2014, citado por Raymundo M. Campos Vázquez en Nexos, febrero de 2015).

La consolidación democrática, el desarrollo y la justicia social están vinculados irremediablemente a la generación de empleos y salarios decentes, a condiciones de vida dignas.

Elevar el salario mínimo nos acercaría al ideal de los constituyentes y de paso, y esto va para los senadores que tuvieron como candidato a Enrique Peña Nieto, permitiría que se hiciera realidad la promesa que en campaña aparecía en el atril del ahora presidente. Ahí leímos muchas veces la promesa que Peña hizo a todos los mexicanos: "Vas a ganar más".

Un incremento al salario mínimo no resolvería la profunda desigualdad que padece el país, pero sería un comienzo. Es hora de que cumplan o de que digan, de plano, que no pueden y que no van a cumplir sus promesas.

Twitter: @Dolores_PL

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