Rotoscopio

'The Terror', los horrores de la vida en altamar

Para Daniel Krauze, lo mejor de 'The Terror' no son los vínculos entre sus personajes sino su mirada a un submundo masculino con la barbarie a la orden del día.

The Terror, serie basada en el libro homónimo de Dan Simmons, suena atractiva. En 1845, el imperio británico envía dos de sus más sofisticadas embarcaciones hacia el Polo Norte en busca del Paso del Noroeste y, con él, una ruta más corta hacia China e India. En el camino, ambos barcos –uno capitaneado por John Franklin (Ciarán Hinds), un hombre testarudo, con más ambiciones que neuronas; el otro por Francis Crozier (Jared Harris), veterano del Ártico al que menosprecian por ser irlandés– acaban atorados en la nieve, sin posibilidad de escapar. La premisa parte de la historia real de los barcos HMS Erebus y HMS Terror. No obstante, por tratarse de un libro de Simmons, hay una vuelta de tuerca sobrenatural. Desde antes de quedar varadas, la tripulación cae en la cuenta de que algo inmenso, inasible y maligno los persigue entre el hielo y la bruma; y ese algo empieza a descuartizar a los hombres, uno por uno, mientras la enfermedad y la locura también los acechan.

Con esa premisa era imposible no sintonizar (o bajar) The Terror y los primeros seis capítulos no decepcionan, pese a que la serie arrastra un defecto de fábrica que apenas libra. En el caso de la película Everest, expliqué por qué es raro ver cintas (y series) sobre la alta montaña, un ambiente cuya volatilidad y riesgo vuelven complicada y onerosa a la filmación. Advierto estos mismos problemas en The Terror: dado que sería carísimo filmar en el clima gélido e impredecible del Ártico, la filmación depende de sets casi en su totalidad y éstos, aunque sean un prodigio de diseño, siempre dejan que desear, en gran medida porque el frío y la nieve son elementos difíciles de replicar con autenticidad (notarán, por ejemplo, que el aliento de los personajes de la serie rara vez emite vapor). The Terror es mejor –más claustrofóbica, más urgente– cuando baja a cubierta, barco adentro, donde los directores de fotografía paulatinamente emplean planos holandeses o ligeramente chuecos para añadirle mareo y desorientación al asunto.

Sobre todo en los primeros capítulos, hay un exceso de personajes: no es fácil reconocerlos y, por lo tanto, sufrir cuando el monstruo, la enfermedad o el Ártico los ataca. No obstante, descuellan las interpretaciones de Harris, de Tobias Menzies como su segundo de a bordo y, sobre todo, de Adam Nagaitis como el escurridizo Cornelius Hickey. Lo mejor de The Terror no son los vínculos entre sus personajes sino su mirada a un submundo masculino con la barbarie a la orden del día. La serie goza mostrando cómo los personajes se latiguean entre sí, se cortan dedos gangrenosos y se ayudan para arrastrar cadáveres al punto más recóndito de la embarcación. Se trata de un vistazo de casi diez horas, inédito en la televisión, a la dinámica humana (e inhumana) dentro de los navíos de antaño. Es curioso: una serie que engancha por su contenido sobrenatural acaba convenciendo como documento antropológico. Así es The Terror.

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