Rotoscopio

'Stranger Things 2': lo nuevo no existe

 

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Stranger Things, la serie creada por los hermanos Matt y Ross Duffer, no es ni por asomo el primer producto de entretenimiento masivo en emular –casi calcar- el estilo de otros productos populares en décadas pasadas. Me falta espacio para enumerar la cantidad de fuentes de las que abrevan, por ejemplo, Star Wars e Indiana Jones, en ocasiones con un descaro que hace de Stranger Things un experimento inédito en el cine y la televisión. Podemos creer que los ochenta, la inspiración más evidente de los Duffer, ocurrieron ayer –así opera la vanidad del que vive en el presente–, pero lo cierto es que Aliens y The Terminator están casi tan lejos de Stranger Things como los seriales de Flash Gordon, estrenados en la década de los treinta, estaban de Star Wars
(que hurtó hasta los créditos de Flash). The Terminator misma es mitad pesadilla de James Cameron, mitad copia de un episodio de The Outer Limits escrito por el mismísimo Harlan Ellison. Es cierto que los Duffer apenas habían nacido cuando se estrenaron aquellos peliculones de Cameron que ahora imitan u homenajean, pero George Lucas y Steven Spielberg tampoco habían nacido, o eran niños muy pequeños,
cuando salieron muchas de las películas que los inspiraron.

Descalificar a la primera o segunda temporada de Stranger Things por su carácter derivativo es no entender que el cine evoluciona mediante la imitación y el reciclaje. Nada es nuevo. La serie de los hermanos Duffer sabe esto y no oculta que lo sabe: tiene la honradez de señalarnos exactamente de dónde viene.

Ha pasado un año desde que Eleven (Millie Bobby Brown) acabara con el Demogorgon, el monstruo de la dimensión paralela que acechaba a los habitantes del ficticio poblado de Hawkins. Eleven está desaparecida y su pandilla no ha parado de buscarla. El malvado laboratorio de donde provino sigue activo y cometiendo errores
a granel, intentando contener la puerta a otro mundo que permanece abierta debajo de sus cimientos. Por supuesto que no logran su cometido y, al cabo de un par de episodios, Hawkins está infestado no por un demonio sino por decenas. Si la primera temporada fue Alien de Ridley Scott, esta es la secuela de Cameron: más grande, más
ruidosa, con más acción y, se sabe, menos sofisticada.

A veces, solo a veces, me gustaría que los homenajes de los Duffer superaran o igualaran con mayor constancia al "original". Además de que fracasan al copiar el ritmo trepidante de Aliens y Jurassic Park, los Duffer –y sus directores Andrew Stanton y Shawn Levy, ninguno graduado del género de suspenso ni horror– tienen una trama
muy similar a Gremlins, sin la simpatía ni la malaleche de Joe Dante, y un capítulo completo, dirigido por Rebecca Thomas, que funciona como The Warriors versión Kidzania. Si algo distingue a Star Wars, Indiana Jones y The Terminator es que, en el imaginario colectivo, ahora son ellas el referente antes que muchas de sus fuentes de inspiración. Con Stranger Things 2 pasa lo contrario. Cuando la veo, lo que más quiero
es ver Aliens.

Espero que poco a poco los Duffer se alejen de su manía referencial y apuesten por hallar un rumbo propio. Y espero que así sea porque cuando transforman, condensan o tuercen arquetipos en vez de calcarlos logran atmósferas, momentos y personajes de verdad notables. Pienso en Steve Harrington, el bully convertido en
nana y héroe de los chicos, a quien Joe Keery interpreta con dosis cada vez más generosas de vulnerabilidad. O en Bob Newby, un Grandes Éxitos de los personajes de la entrañable carrera de Sean Astin. Pero también pienso en el diseño de Chris Trujillo y en la fotografía, a cargo mayormente de Tim Ives, que hacen de Hawkins –sus casitas
ochenteras, sus rincones oscuros y recovecos ocultos– un lugar con una personalidad propia, lleno de información visual, muchas veces bello como el pueblo húmedo de The Goonies o el suburbio monótono de E.T. nunca fueron. (Mención aparte merece el baile al final de esta tanda de capítulos: uno de los más bonitos que hemos visto… y
hemos visto miles).

Como el pueblito de Hawkins, Stranger Things 2 está partida en dos. Por un lado obsesionada con el homenaje simplón y rebajado, y por otra apuntando hacia el terreno de los Lucas y los Spielberg: maestros que, al mezclar elementos conocidos, crearon algo que, sin serlo, se sentía nuevo. Ojalá que, para la tercera entrega, elijan el segundo camino.

Twitter: @dkrauze156

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