Rotoscopio

El regreso de Karate Kid

A pesar de empalagar tanto como la película original, 'Cobra Kai' tiene algún sentido más allá de la nostalgia y la caza de suscriptores, afirma Daniel Krauze.

Volver después de años a los mundos de películas comerciales casi siempre decepciona. Lo sabíamos desde antes de la acartonada precuela de Star Wars. ¿Qué es la tercera de The Godfather sino una conclusión mediocre para la saga de los Corleone? El siglo XXI no ha traído más de unos cuantos contraejemplos. Si bien involucró a los mismos actores, productor y director, Kingdom of the Crystal Skull nunca dio con el tono de las primeras películas de Indiana Jones. Algo similar ocurrió con la nueva Ghostbusters y las más recientes Terminators. A pesar de estos fiascos, era cuestión de tiempo para que volviéramos a una de las franquicias más rentables de los 80: The Karate Kid.

La serie Cobra Kai se sitúa en el presente, más de 30 años después de que Daniel LaRusso (Ralph Macchio) le asestara una patada en la nariz al odioso Johnny Lawrence (William Zabka). The Karate Kid estaba centrada en Daniel, pero la serie cambia de enfoque, siguiendo sobre todo a Johnny, a quien los años no han tratado con cariño. Convertido en un albañil alcohólico, Johnny vive fijo en 1984, escuchando música, viendo películas y manejando un coche de aquella década. Tal y como Miyagi ayudó a Daniel después de una fiesta de Halloween, Johnny rescata a Miguel (Xolo Maridueña), su vecino adolescente, de una paliza. Su amistad con el muchacho lo lleva a abrir un dojo y entrenarlo, para molestia infinita de LaRusso, que es ahora un empresario frívolo y adinerado.

Cobra Kai consigue ser fresca gracias a que intercambia los papeles de la original, creando dinámicas que no vimos en los 80: Daniel es ahora el villano, mientras que Johnny –con todos sus defectos– asume el rol de Miyagi. La serie, sin embargo, se aleja de este planteamiento binario: Daniel y Johnny son rivales que poco a poco descubren cuánto se asemejan. Todas las escenas entre ellos son magnéticas y le permiten a Zabka mostrar un abanico de registros que su personaje no tenía en 1984. Sobre todo cuando Johnny está solo en su departamento, Zabka nos pinta con dulzura a un pobre diablo que sabe que ha tirado su vida a la basura.

En la era del llamado helicopter parenting, el karate debe ser percibido como una forma bárbara y anticuada para enfrentarse a los bullies escolares. Cobra Kai reconoce esta evolución, al tiempo que reivindica un tipo de tutelaje y de relación entre adolescentes y adultos en la que se puede hablar y actuar con franqueza, sin temor a ser denunciado por decir malas palabras. Los alumnos de Johnny hallan una identidad en su dojo, tanto como Daniel lo logró entrenando con Miyagi (si bien esa identidad, en el LaRusso actual, se manifiesta ya como una caricatura).

A pesar de tocar temas familiares, y de empalagar tanto como la película original, Cobra Kai tiene algún sentido más allá de la nostalgia y la caza de suscriptores. Dudo que la premisa rinda para más de una buena temporada, pero por lo pronto tenemos 10 capítulos ágiles, escritos con ingenio. Bastante más de lo que yo esperaba, la verdad.

COLUMNAS ANTERIORES

'Once Upon a Time in Hollywood': cine sobre cine
'Mindhunter': una segunda temporada desigual

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.