Rotoscopio

'Custodia compartida': hombres monstruosos

La cinta de Xavier Legrand no es una experiencia gozosa. Y así debe ser. No todo el cine está hecho para entretener, afirma Daniel Krauze.

Custodia compartida, del escritor y director Xavier Legrand, es una película compacta, tensa y desagradable. No apunto esto último para menospreciarla: parte de su efectividad radica en incomodar al espectador, en apretar las tuercas de la historia hasta llegar a su inevitable desenlace. El punto de partida va directo al grano: Antoine (Denis Ménochet) y Miriam (Léa Drucker), una pareja recién separada, hablan frente a un juez sobre la custodia de sus hijos, Julien (Thomas Gioria) y Joséphine (Mathilde Auneveux). Miriam y su abogada afirman que Antoine es agresivo con los niños y que, por lo tanto, debe mantenerse lejos de ellos. Antoine lo niega rotundamente y pide que estén con él unos días a la semana. Después de esa primera secuencia –ambigua, ejecutada con gran precisión– la juez se decanta a favor de Antoine. Poco a poco sabremos a qué grado la decisión fue un error.

Uno de los mayores logros de Legrand es su contención: Custodia compartida no explica de más ni da información fácil de digerir, exigiendo nuestra atención. Antoine se revela como un loco sólo gradualmente, a medida que la película suelta pistas para que el espectador las interprete (una larga toma, afuera de un baño escolar, tal vez oculte un secreto macabro que Legrand jamás confirma, por ejemplo). El resultado nos coloca, al menos al inicio, en la posición del juez. ¿A quién creerle? Lo que decidamos en secreto dirá mucho de nosotros, sobre todo cuando entendamos la verdadera naturaleza de Antoine, cuyo carácter obsesivo afecta principalmente al pequeño Julien. El cine francés tiene acaso los mejores retratos de niños y adolescentes (Los 400 golpes, La infancia desnuda), y este no se queda atrás. La actuación de Gioria es un portento de pavor soterrado.

El final revela a qué grado los hombres podemos usar la fuerza para someter e intimidar a mujeres y niños. Por eso Custodia compartida no es una experiencia gozosa. Y así debe ser. No todo el cine está hecho para entretener. Hay algo, sin embargo, escueto y parco en ella. La contención de Legrand, admirable por largos trechos, al final redunda en una cinta fría y, por eso mismo, menos trágica y triste de lo que pudo haber sido. Aunque filmados con brío, los últimos 30 minutos son una casa de los sustos. El trayecto es tenso, vaya, pero no particularmente memorable ni profundo.

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