Rotoscopio

'Call me by your name', envolvente y conmovedora

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"Si supieras qué poco sé de las cosas que verdaderamente importan", le dice Elio (Timothée Chalamet) a Oliver (Armie Hammer) a la mitad de un paseo por el pueblito italiano en el que ambos viven en el verano de 1983. Como muchos otros diálogos en la película, la confesión de Elio
–un adolescente en busca de su identidad religiosa, moral y sexual– tiene más de un sentido y más de un propósito. Enamorado de Oliver, un chico mayor que él, Elio busca confesarle lo poco que ha explorado su sexualidad; quiere pedirle también que no se deje engañar por las apariencias: de alguna forma, Elio sigue siendo un niño. La frase es al mismo tiempo un acto de coquetería y una admisión de inocencia. Su sofisticada ambigüedad encapsula las virtudes de Call me by your name, dirigida por Luca Guadagnino, un romance de misterios y encantos sutiles.

Oliver llega a Italia como invitado del profesor Perlman (Michael Stuhlbarg), el padre de Elio, un arqueólogo que cada verano le abre sus puertas a uno de sus estudiantes. Desde el inicio entendemos por qué el joven invitado despierta el interés de Elio, un chico libresco, cuya apariencia y gestos son, como los de muchos adolescentes, tentativos: el ensayo de una personalidad. Oliver es todo lo contrario: de temperamento impulsivo, va y viene cuando se le da la gana. Guadagnino y su guionista James Ivory recurren a conversaciones y acciones en apariencia triviales para distinguir a sus dos personajes: basta comparar la manera en que comen los dos jóvenes. La película al principio mantiene lejos a Hammer. Los pocos acercamientos a su rostro sugieren enigmas detrás del comportamiento despreocupado de Oliver: hay algo de languidez en su mirada, como si sólo él supiera lo que Elio ignora: este verano, como todos, acabará en algún momento. Hacia el desenlace, una serie de revelaciones transformará radicalmente lo que creíamos saber de él.

Cuando el romance por fin comienza, Call me by your name hace que la mayoría de sus competidoras al Óscar parezcan diagramas más que películas sobre seres humanos complejos. Sí, la cinta de Guadagnino es un romance hecho y derecho que transcurre en ambientes bucólicos de la campiña italiana, pero la dulzura de sus escenas no parece prefabricada sino recién descubierta, como las estatuas que Perlman y su equipo recuperan del fondo del mar. Mucho de esto se debe al ritmo de la película. En un principio, el salto caprichoso de una escena a otra cansa, hasta que la estructura se impone: Call me by your name poco a poco enseña cómo verla, incluso cómo entenderla y disfrutarla. Su edición no es episódica. Lo que vemos más bien son parpadeos; historias inconclusas como fotografías en un viejo álbum.

Por último, Call me by your name tiene a Chalamet, nominado al Óscar y hoy en día considerado la gran promesa del cine. Generalmente hay que mirar con sospecha esos decretos, pero en este caso el joven actor se merece las palmas. Si la película de Guadagnino logra ser tan fresca como impredecible es gracias a Chalamet, cuya presencia transmite una soltura hipnótica. Qué raro, además, ver a un adolescente –gay o no– que se lleva bien con sus padres, cuyas frustraciones no se revelan a través de berrinches furiosos, capaz de explorar su sexualidad con libertad. Como Lost in translation, como la magnífica Weekend de Andrew Haigh, Call me by your name es un vistazo indeleble a un romance fugaz. El resultado es envolvente y conmovedor.

Twitter: @dkrauze156

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