Rotoscopio

'A Star is Born': la misma estrella pero revolcada

Si la película engancha es gracias al carisma de Cooper y a la presencia magnética de Lady Gaga, escribe Daniel Krauze.

Quizás más que cualquier otro actor contemporáneo, Bradley Cooper ha elegido papeles con un tema recurrente: la adicción. Pienso en Limitless o Burnt, donde la adicción a una o más sustancias amenaza con llevarlo a la muerte o la quiebra. O en American Sniper, donde su personaje es incapaz de dejar ir la emoción malsana de la guerra como un adicto no puede librarse de la alegría artificial del alcohol o las drogas. A través de esta óptica, no es casualidad que Cooper haya saltado a la fama con The Hangover, una comedia que gira en torno a una borrachera de proporciones absurdas. El actor mismo ha declarado que al inicio de su carrera tuvo que dejar de beber: su obra, por lo tanto, puede leerse como una serie de variaciones sobre un adicto batallando contra sus demonios. Su primera película como director riza el mismo rizo. A Star is Born es la historia del ascenso de una estrella, Ally (interpretada por Lady Gaga), yuxtapuesta con el declive alcohólico del cantante que la descubre: Jackson Maine, interpretado por el propio Cooper.

A Star is Born da la impresión de ser una película manida casi desde el inicio, y no sólo porque hemos visto a Cooper interpretando papeles similares o porque este cuento en particular ya ha sido llevado a la pantalla en tres ocasiones previas. Si la película engancha es gracias al carisma de Cooper y a la presencia magnética de Lady Gaga, dentro y fuera del escenario. La dirección también atrapa en un principio, antes de que Ally y Jackson abandonen los micrófonos para asentarse en una domesticidad cuyo relativo silencio contrasta con el bullicio de sus conciertos. No obstante, al cabo de unas canciones, A Star is Born no sólo empieza a repetir la fórmula de otras películas como La La Land sino a repetirse a sí misma. Dado a la ingrata tarea de filmarse a sí mismo y a Lady Gaga cantando una y otra vez, Cooper no halla maneras de darle frescura a lo que vemos. La cámara gira lentamente en torno al intérprete en turno, siempre cerca de Jackson o Ally, las luces del escenario nos deslumbran, el público aplaude y volvemos a lo mismo: verlo a él bebiendo hasta la inconsciencia, en otra ciudad, antes de otro concierto.

Hacia el final A Star is Born coquetea con un tono trágico que, como actor y director, parece acomodarle más a Cooper que el de la fábula aséptica que hemos visto durante la primera hora y fracción. Aunque precipitado como muchos otros pasajes de la película, el descenso de Jackson es más llamativo que lo anterior, si bien es interesante que el personaje en el que Ally se transforma al volverse exitosa tiene mucho de Lady Gaga, filtrando así un peculiar comentario metaficticio sobre el costo de la fama, en la carrera de esta y otras cantantes. La mayoría de la cinta, sin embargo, parece embridada por una cierta timidez. Quizás no es coincidencia que la primera canción que Ally interpreta frente a Jackson, y cuyo título después adorna la sala que comparten, sea "La vida en rosa", de Édith Piaf. De todas las historias de adictos en las que Cooper ha actuado esta es la más blanda.

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