Bloomberg Opinion

El bloque comercial Mercosur aún es una cáscara vacía

Como esfuerzo de integración regional destinado a impulsar a sus miembros hacia el desarrollo económico, siempre ha sido un fracaso.

Eduardo Porter, Columnista de Bloomberg

¿Encontrará el Mercosur un propósito?

Brasil, que acaba de asumir la presidencia rotatoria del bloque comercial de Sudamérica, parece optimista. En su cumbre anteriormente este mes, el presidente Luiz Inácio Lula da Silva insistió en las negociaciones que el grupo mantiene desde hace años con Canadá, Corea del Sur y Singapur. Propuso explorar acuerdos con China, Indonesia, Centroamérica y otros países. Expresó su confianza en que Bolivia –actualmente un “Estado asociado”– pueda convertirse pronto en miembro pleno.

Pero, a pesar de todo el entusiasmo de su discurso, Lula no respondió una pregunta fundamental, que sigue sin resolverse tres décadas después de que Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay crearan el llamado Mercado Común del Sur en los años noventa: ¿Para qué sirve?

Con los años, Chile, Colombia, Ecuador, Guyana, Perú y Surinam se han convertido en Estados asociados. El grupo sigue esperando finalizar un acuerdo comercial con la Unión Europea propuesto por primera vez hace un cuarto de siglo. Hace unos meses, Lula y su homólogo argentino, Alberto Fernández, plantearon la idea de crear una moneda común para el bloque.

A pesar del frenesí de actividad, el Mercosur no ha logrado imponerse. Como esfuerzo de integración regional destinado a impulsar a sus miembros hacia el desarrollo económico, siempre ha sido un fracaso. Antes de agregar nuevas campanas y silbatos, sus líderes deberían reflexionar más sobre su propósito.

Las uniones aduaneras como el Mercosur y la Unión Europea están diseñadas para ampliar el comercio entre sus miembros, que se sientan detrás de un arancel exterior común para comerciar libremente entre sí, fomentando las economías de escala y la especialización.

No ha sido así. El comercio intrarregional en el bloque sudamericano alcanzó un máximo de poco más de 54 mil millones de dólares en 2011 antes de caer a 29 mil millones en 2020. Ese año, solo el 18 por ciento de las exportaciones argentinas y el 5.9 por ciento de las brasileñas se dirigieron a socios del grupo (en cambio, el 33 por ciento de las exportaciones estadounidenses se destinaron a socios del T-MEC, al igual que el 74 por ciento de las canadienses y el 82 por ciento de las mexicanas).

Si la adhesión al bloque comercial pretendía aumentar la competitividad de sus miembros en los mercados mundiales, tampoco ha sido así. En 2022, las exportaciones representaron solo el 20 por ciento del Producto Interno Bruto de Brasil y el 17 por ciento del de Argentina, muy por debajo del 31 por ciento de la participación de las exportaciones en el PIB mundial.

De hecho, podría decirse que el Mercosur dificultó el intercambio de sus miembros con el resto del mundo, incluso cuando la globalización reconfiguraba la actividad económica, creando cadenas de valor en todo el mundo.

Los lobbies empresariales poco competitivos de Brasil y Argentina exigían protección frente al mundo, y la obtuvieron. Pero los elevados aranceles del Mercosur –el arancel aplicado promedio ponderado de Brasil es del 8.4 por ciento y el de Argentina del 6.9 por ciento, frente al 2.5 por ciento de China, el 0.4 por ciento de Chile y el 5.5 por ciento de Corea del Sur– dificultaron aún más la participación en la globalización, dejándolos fuera de la principal dinámica que configura la economía mundial.

Como se señala en un trabajo de investigación de 2017 de Eduardo Viola y Jean Santos Lima, entonces en la Universidad de Brasilia, “la situación actual del Mercosur representa algunas amenazas para la integración a largo plazo, y sus miembros se están alejando aún más de la competitividad manufacturera de las economías avanzadas”.

Puede que el Mercosur tuviera algo de razón. Algunos economistas sostienen que, sin él, ni Brasil ni Argentina habrían desarrollado una industria automovilística: la unión de los dos mercados era necesaria para atraer a los fabricantes extranjeros. Mentes maquiavélicas, por otra parte, sugieren que el bloque era sobre todo un acuerdo proteccionista: un intento de detener la Iniciativa para las Américas del presidente George H. W. Bush para liberalizar el comercio en todo el hemisferio occidental.

Son objetivos escasos, por no decir contraproducentes. “¿Qué pueden comerciar, aparte de una pequeña cadena regional de suministro de automóviles?”, preguntó Monica de Bolle, del Instituto Peterson de Economía Internacional. “Nada”.

Quizás haya alguna esperanza en el futuro. La reconfiguración de la producción mundial motivada por el cambio climático, las crecientes tensiones entre Estados Unidos y China y una reevaluación del riesgo inherente a las cadenas de valor lejanas podrían ofrecer una oportunidad a las economías del bloque sudamericano.

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