Desde Otro Ángulo

Tender puentes

Desde los extremos que hoy domina la opinión pública, el tono general de nuestras interacciones en materia electoral, abogar a favor de la conciliación suena muy poco atractivo.

La crispación social en la que llevamos años sumergidos aparece hoy como fuerte crispación y polarización político-electoral. De un lado, los que defienden la libertad individual, las instituciones, los pesos y contrapesos, el mercado, la transparencia, y demás. Del otro, los que reclaman existencia, voz y justicia para los ejércitos crecientes de mexicanas y mexicanos excluidos de todo derecho efectivo y de toda oportunidad de hacerse de vidas menos inciertas, precarias y vulnerables.

Posiciones encontradas vividas como irreconciliables en cada "conversación", sea presencial o virtual. Posturas que se enfrentan desde la palabra o la imagen, pero en donde lo que se juega es la emoción visceral. Monólogos situados en extremos opuestos que, sin embargo, comparten la imposibilidad y el rechazo rotundo a ver al "otro", a intentar entender qué lo mueve y a preguntarse si acaso pudiera tener algo digno de ser escuchado o tomado en cuenta.

La negación y demonización del otro resulta muy útil para generar cohesión fuerte dentro de un determinado grupo. Resulta evidentemente fatal, sin embargo, para intentar resolver conflictos entre intereses y valores contrapuestos forzados a compartir un mismo espacio y, dejado a su libre curso, suele constituir un pésimo augurio para todos los involucrados.

Desde los extremos que hoy dominan los micrófonos y el tono general de nuestras interacciones en materia electoral, abogar a favor de la conciliación suena muy poco sexy. De hecho, pudiera parecer inútil e ingenuo en el mejor de los casos y, para los más feroces extremistas, sospechoso o incluso peligroso.

Dado que estoy convencida de que lo peor que pudiera pasarnos es que se cumpliera la negra profecía de cualquiera de los dos bandos en conflicto en caso de ser derrotados (que estallara la olla exprés o, dicho de otra manera, se saliera de control el famoso "tigre", según los amlistas, o bien que nos precipitáramos hacia el caos económico y la concentración del poder en un solo hombre, según los antiAMLO), considero que lo procedente y sensato sería empezar a intentar escucharnos y tejer puentes. Básicamente porque si no lo hacemos, las probabilidades de que esas profecías se autocumplan aumenta.

A ese riesgo habría que añadir las oportunidades que abren dos elementos. Primero, el que el candidato puntero y sus numerosos partidarios hayan abierto la cortina que rodeaba al elefante en medio de la sala (la exclusión y la desigualdad a la que llevamos ya tanto tiempo tan acostumbrados) y lo hayan hecho no fuera de nuestra precaria institucionalidad sino dentro de ella. Colocar la exclusión social en medio de la arena pública sin patear el tablero en el camino, nos da la posibilidad de hacernos nuevas preguntas que incluyan a nuestra desigualdad como El Asunto Nodal y, a partir de ellas, comenzar a construir ingenierilmente soluciones que sean algo más que curitas o tapaderas para lidiar con nuestros problemas de fondo. Preguntas como, por ejemplo, ¿cuánta coerción, por un lado, y cuántos límites al uso de la fuerza, respeto a los derechos humanos, políticas sociales y reconciliación, por otro, para reducir la violencia y la inseguridad que nos está ahogando? O, ¿cómo y por dónde empezar a desmantelar redes clientelares y a construir servicios públicos universales sin poner en riesgo la gobernabilidad? O, ¿cómo reconciliar la necesidad de seguir ampliando la cobertura escolar como solución de corto plazo para reducir la exclusión social de millones de jóvenes mexicanos con la posibilidad de ofrecerles servicios educativos de calidad?

Segundo, el que, hasta la fecha, la distancia en las preferencias electorales entre el puntero y el segundo lugar (Anaya) sea lo suficientemente grande como para quizá acotar los impulsos de sus opositores de seguir jalando la cuerda y empeñarse en derrotarlo cueste lo que cueste. Ello es buena noticia, pues abre un espacio (aunque sea pequeño e incierto) para la moderación y la razonabilidad por parte de los sectores menos extremistas de ambos bandos.

El riesgo de que la profecía de ingobernabilidad y caos que predican los duros de los dos lados se autocumpla, aunado a las oportunidades a favor de una nueva agenda nacional compartida que incluya los valores e intereses centrales de ambos grupos y que nos permitiera encarar de mejor manera nuestros problemas más urgentes y centrales, militan a favor de la necesidad de escucharnos y tender puentes. Ojalá podamos verlos y no terminemos arrollados todos por nuestras vísceras desbocadas.

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