Desde Otro Ángulo

¿Cuántas opciones de cambio efectivo quedan?

La ruta de cambio efectivo que proponía Ricardo Anaya, centrada en lo institucional y potencialmente menos riesgosa que la que abandera AMLO, parece haberse diluido, si no, de plano, cerrado.

De continuar las tendencias, el 1 de julio los mexicanos tendremos dos opciones en la boleta: cambios importantes, aunque bastante inciertos en sus alcances y efectos, por un lado, y recambio en la conducción del gobierno para darnos un respiro y, luego, volver a lo mismo, por otro.

Ricardo Anaya parecía hasta hace relativamente poco ofrecer una transformación efectiva. Un cambio distinto al que propone AMLO, pero también un cambio de fondo. El eje de aquella oferta se centraba en su promesa de "romper el pacto de impunidad". Si bien Anaya nunca desarrolló de forma detallada el contenido de esa promesa, su muy palpable y visible distanciamiento con el PRI-gobierno y con el sector calderonista del PAN (en suma: con el PRIAN) sugerían que ésta se refería a romper con el pacto de impunidad PRI-PAN, lo cual habría abierto una posibilidad de cambio muy significativa. Además de aportar pistas sobre el contenido de su promesa transformadora, su ruptura con el PRI-gobierno también sirvió para conferirle cierta credibilidad.

Las cosas, sin embargo, cambiaron tras los golpazos que le propinó el PRI-gobierno a la consistencia entre el proceder personal de Anaya y el eje discursivo de su campaña y, sobre todo, después de los coqueteos de ese candidato con su supuesto 'enemigo' en su afán por conseguir el apoyo de los grandes señores del dinero. Más allá de cuáles pactos concretos se cerraron o están cocinándose entre el candidato del Frente, el PRI-gobierno y nuestras élites económicas, y de si las presiones obligaron a Anaya a renunciar a sus convicciones o simplemente desnudaron la ausencia de éstas, lo que hoy queda totalmente desdibujado es cuál es el cambio efectivo que nos ofrece un Ricardo Anaya acomodado con los poderes de siempre.

Sólo hay transformación de fondo posible –en México y en cualquier colectividad organizada– si cambian las relaciones de poder que subyacen y sostienen un determinado statu quo. Importa que haya voluntad de cambio, sí, pero sin movimientos en las relaciones de poder –divisiones dentro de las élites y/o empoderamiento de sectores mayoritarios con recursos muy limitados– que sustentan el orden existente, no hay transformación efectiva posible.

La que ofrecía Anaya parecía sustentarse en la división al interior de la élite política. Más concretamente, en la ruptura PRI-PAN y en el rechazo de Ricardo Anaya a seguirle asegurando impunidad al grupo que actualmente controla el poder político a nivel federal. Esa división hubiese abierto posibilidades de cambios muy importantes en el país. En especial, la de imponerle límites al uso político de la justicia penal y, con ello, inaugurar una posible transición hacia a un sistema de justicia digno de tal nombre. Hoy, sin embargo, esa ruta de cambio efectivo, centrada en lo institucional y potencialmente menos riesgosa que la que abandera AMLO, parece haberse diluido, si no, de plano, cerrado.

La transformación que plantea e impulsa López Obrador abreva de cambios muy distintos en las relaciones de poder existentes en la sociedad mexicana. Lo que nutre y lo que abre las compuertas del cambio de fondo posible que promete AMLO, no es una división dentro de la élite política y/o entre esta y la élite económica. Se trata más bien de un distanciamiento entre una élite política coaligada con la élite económica, por un lado, y sectores ampliamente mayoritarios de la población dotados de nulos o muy escasos recursos de poder para defender sus intereses y sus 'derechos', por otro. De un distanciamiento fuerte, producto del rechazo generalizado frente a los excesos de voracidad de las élites mexicanas, en particular en las últimas décadas, así como de su posible traducción en una nueva correlación de poder menos sesgada en contra de las mayorías, vía el número de votos.

AMLO les produce a las élites mexicanas miedo justo porque su candidatura abreva de movimientos en las relaciones de poder subyacentes en la sociedad mexicana, que amenazan con acotar los privilegios de una élite que no parece dispuesta a ceder ni un ápice de privilegios. Frente a este panorama, espero y deseo sólo dos cosas. Primero que nuestras élites no se obcequen en impedirle llegar a la presidencia cueste lo que cueste. Segundo e igualmente importante, que AMLO y alguna parte de la élite puedan construir espacios de diálogo y conciliación para avanzar gradualmente y en firme hacia una sociedad en la que haya paz, justicia y prosperidad para todos, objetivo que no habrá de conseguirse si no logramos que la mexicana sea una sociedad menos brutalmente desigual e injusta.

Para conseguir un objetivo así, vamos a necesitar ceder algo, todos.

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