Desde Otro Ángulo

Cambio de coordenadas

Faltan cuatro meses para que López Obrador asuma la titularidad del Poder Ejecutivo federal y muchos más para poder ver qué tanto el nuevo gobierno logra mover nuestra realidad.

El terremoto electoral del pasado 1 de julio ha generado una sacudida necesaria en el país. Por lo pronto, a nivel de la mirada y el discurso, una fuerte sacudida a los supuestos implícitos del debate, la fuerza de distintos argumentos, así como al peso relativo de los participantes en el foro público.

Como si un enorme ventarrón hubiese movido la percepción de lo posible y lo imposible. Como si nos hubiésemos ido a dormir en un país y hubiésemos amanecido en otro. Otro que siendo el mismo de siempre, aparece trastocado por la llegada al poder de voces y miradas que se salen de los linderos del paradigma que ha sido hegemónico durante más de 30 años en México y en el mundo.

Faltan cuatro meses para que López Obrador asuma la titularidad del Poder Ejecutivo federal. Muchos más para poder vislumbrar qué tanto el nuevo gobierno logra mover la realidad pura y dura de los muertos, de los arreglos oligárquicos detrás de la desigualdad y de la falta de horizontes para las mayorías.

Pero antes de todo eso, se movieron ya las coordenadas ópticas y discursivas a partir de las cuales nos ubicamos, reconocemos e interpelamos unos a otros. A pocos días del triunfo arrollador de López Obrador en las urnas, percibo mutaciones importantes en la puesta en escena de la obra en la que nos armamos como colectividad. Cambió de elenco, de guion, de escenografía.

Los protagonistas de las muchas temporadas de la serie 'Mercado, democracia y modernidad: fin de la historia a la mexicana' permanecen en escena, pero lucen descolocados. Por su parte, las premisas y argumentos centrados en la primacía de la libertad individual, de la razón técnica que presupone que todos estamos de acuerdo con los mismos fines, y de la eficiencia en clave suma y resta contable aparecen, de pronto, bastante menos autoevidentes.

Me parece muy saludable la llegada de nuevas voces y puntos de vista, al poder y al centro de nuestra conversación común. Muy refrescante y posibilitador, también, el resquebrajamiento del monopolio de un modo de pensar, describir y analizar la realidad autoasumido como obvio, único e infalible. Celebro, sobre todo, el que el triunfo de AMLO nos obligue a mirar de frente nuestros dos problemas medulares: la exclusión y la desigualdad social. En suma, el que nos obligue a hacernos cargo del elefante en medio de la sala. De ese elefante aparatoso que durante tantísimo tiempo hemos soslayado en los hechos para grave infortunio de los más, pero también de todos.

La reconfiguración en curso de nuestro horizonte de miradas y narrativas abre posibilidades hasta hace poco insospechadas, pero también entraña riesgos. Por el momento, me inquieta en particular el riesgo de sustituir una mirada única con otra mirada similarmente monocromática.

Me preocupa, en concreto, el que la muy legítima prioridad que habrá de darle el nuevo gobierno al combate a la exclusión social no tome en cuenta otros temas y valores muy importantes. Centrales no sólo porque son prioridad para sectores importantes (y muy vocales) de la población. Centrales, sobre todo, porque resultan claves para darle viabilidad a una transformación a favor de la igualdad social que, siendo pragmática y realista, sea perdurable y compatible con la prosperidad incluyente, con la pluralidad y la libertad. Me refiero, entre otros, a asuntos tales como la necesidad de aminorar los obstáculos sistémicos que han impedido generar más y mejores empleos; la importancia de fortalecer la dignidad y credibilidad sí, pero también la capacidad del gobierno como organización; el valor de la libertad de expresión; la construcción progresiva de instituciones de justicia que empoderen a los excluidos más allá de quién detente el poder político; y la centralidad de reconciliar equidad con calidad educativa.

No se trata de demandarle al nuevo gobierno que adopte la agenda de los gobiernos neoliberales que han conducido al país desde fines de los 80, añadiéndole el 'toque' de mayor atención a la desigualdad social. Comparto la convicción de que importa transitar a una nueva agenda colectiva que le dé máxima prioridad al combate a la desigualdad social. Considero, además, que el camino hacia la inclusión será accidentado y que, dado lo traqueteado de nuestra gobernabilidad, exigirá moderación, gradualismo y mucho realismo político.

Dicho lo anterior, pienso que para evitar simplemente volver a un statu quo un poco mejor que el presente y poder avanzar de forma autosustentable hacia un mejor lugar, resultará indispensable buscar la manera de reconciliar la atención a lo urgente con la generación gradual y progresiva de oportunidades de desarrollo para las personas, las familias y las empresas que no dependan exclusivamente de transferencias monetarias o de políticas compensatorias.

Es muy pronto para saber hasta dónde ira el cambio por el que votó la mayoría de los mexicanos. Importa darle tiempo al tiempo, pero también seguir atentos, activos y pendientes.

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