Año Cero

El poder no debe nada

La cuestión será cómo reaccionará el presidente López Obrador mientras siga en el poder y hasta dónde permitirá que su candidata cuente con cierta noción de autonomía.

No hay nadie que reciba más ayudas y apoyos voluntarios por parte de sus seguidores entusiastas que los entrenadores nacionales de futbol y los candidatos políticos hacia la Presidencia, eso sí, siempre y cuando las cosas marchen por buen rumbo. Hay que entenderlo, tanto tener un partido en el que juegue nuestro equipo nacional como el ejercicio de elegir quién será nuestro próximo presidente, se trata de una cuestión altamente emocional que algunas veces, pocas veces, se mezcla con un espacio para la reflexión. Estamos en un mundo nuevo. Todo es nuevo. Los temas que mueven a la gente, sus miedos y el eclipse del sistema democrático no está colocado únicamente sobre una parte del planeta, sino en el planeta en su conjunto.

Al presidente López Obrador no le gustó la defensa que su candidata hizo de su régimen en el debate. Es normal. Nunca en la historia ningún gobernante ha estado totalmente de acuerdo, convencido, agradecido o se ha sentido bien tratado por parte de quien se había designado para sucederlo. Hay un problema de original estructural que marca la diferencia, lo que un gobernante que cree que está en el cénit de su poder es asignar a quien lo sucederá y haciéndole ver o tratándole de imponer la continuidad de su propio programa. Muchas veces se hace con la intención de terminar de marcar un legado, pero en muchas otras ocasiones se hace simplemente porque no dio tiempo, recursos o capacidades para hacer lo que se planeaba hacer durante su administración. Comúnmente quien sale del poder exige que sea tratado con respeto, con consideración, muchas veces con impunidad y normalmente pretende que quien le suceda continúe implementando su visión sobre el presente y futuro de la nación.

Ningún gobernante se pone en los zapatos del que sigue, así como ningún gobernante se encuentra con la esperada consideración y respeto por quien le sucede. Como el poder verdaderamente es el santo grial de la condición humana, es normal sentir que la traición anida en quien se atreve a ver –aunque sea por un milímetro– el mundo de manera diferente a como lo conoció, lo diseñó y lo práctico quien aún está sentado en la silla. Hay que enterarse y ser completamente conscientes sobre que la elección de este año es una elección singular tanto en Estados Unidos como en México. Comúnmente se dice eso de todas las elecciones, pero nunca se había visto una situación interna tan delicada y volátil en ambos países como la actual. Venimos de crisis, estamos en crisis y probablemente sigamos en crisis. Son crisis internas, pero también externas que están afectando la relación entre ambos países y, de no arreglar la situación, podría llegar a un inevitable punto de inflexión.

En cuanto al resto del mundo, la situación no dista mucho de lo preocupante. Gran parte de nuestro planeta se encuentra en guerra, ya sea de forma directa o indirecta. Años después de la crisis de 2008 y antes del covid-19, el planeta –con algunas excepciones– vivió un periodo relativo de crecimiento, paz y armonía. Por un tiempo pensamos que la organización económica y la disciplina fiscal diera la felicidad, desde el punto de vista de poder tener la retribución adecuada para poder comprar un estado de bienestar, en un mundo en el que una y otra vez vuelve a aparecer como una amenaza fantasma la palabra guerra. En eso consiste el cambio, aunque eso está más allá del entendimiento de cualquier gobernante.

Para los gobernantes el único mundo que existe es el suyo. Ellos creen que, al estar el poder en sus manos, la verdad también lo está. Desde los romanos hasta nuestros días ha habido muchas discusiones sobre la autoridad y el gobierno o la capacidad de ejercer el poder. Pero si algo hemos aprendido es que un poder sin autoridad es un poder condenado a desaparecer.

Comprendo la sorpresa y desolación de una persona que siempre supo que era extraordinaria. Visto lo visto, no se puede considerar al presidente López Obrador como un gran defensor del feminismo, no hay pruebas sobre que su situación familiar y personal le permitiera ser misógino. Pero lo que sí queda claro es que él en ningún sentido hace diferencias entre hombres y mujeres. Por una parte, pide, exige y otorga lealtad absoluta, por lo menos en lo que se refiere hacia su persona y hacia su movimiento. Y no es que haya habido tradición ni es que ya se vea viajando por las islas Fiji. No se trata de un caso similar a lo que le sucedió a López Portillo, quien se pasó los primeros dos meses siendo despertado en la madrugada por su predecesor, Luis Echeverría, quien todos los días le marcaba a primera hora para planificar lo que debía ser la acción del gobierno, empezando por ese día. En alguna ocasión, López Portillo le comentó esta dinámica a su secretario de Gobernación, don Jesús Reyes Heroles, y como obra de magia las llamadas llegaron a su fin. Pasado el tiempo, un día López Portillo le preguntó a Reyes Heroles cómo había conseguido que Echeverría ya no lo llamara más y le dejara de crear problemas en el gobierno. Reyes Heroles contestó que simplemente había cortado el teléfono.

Esta es la naturaleza humana, así es y funciona el poder. No sé hasta dónde estaría dispuesta la candidata Sheinbaum a cambiar las cosas y las dinámicas, lo que sí sé es que cualquier cambio de mirada, de coma o de una sola letra del programa –según la mente del Presidente– será considerado como un acto de traición. Mientras tanto, todos los fieles seguidores tienen un plan para el entrenador, para el Presidente, ellos saben cómo se deben comportar las aspirantes y los candidatos para llegar a ser presidente. Todos sabemos cómo se conquista el poder, pero al final –por selección y por definición– el poder es un manjar que muy pocos pueden llegar a disfrutar.

Ahora es tarde para todo. Lo es para una revocación o para poder producir un terremoto en el proceso electoral. Pero para lo que aún se está a tiempo es para reflexionar sobre que, por mucho que uno fuera elegido directamente por Dios, existe la posibilidad de tener un programa alternativo al que uno diseñó. En ese sentido la gran pregunta aquí no es cuánto es de leal una candidata, sino la gran cuestión es poder contestar cuál es el margen de juego que un presidente puede soportar con relación a su programa y con las propuestas o las políticas que haga quien él mismo eligió para sucederle.

Estamos en una situación que no tiene antecedentes. Una de las únicas medidas que ha tomado esta presidencia antes del 2 de junio ha sido rebajar el porcentaje para poder sacar el voto de censura contra la presidenta, sea quien sea, a los dos años de establecido el mandato. Y ahora este cambio sobre los indultos que no sé –ya que desconozco el contenido exacto de lo aprobado–, pero que en algunos casos podría llegar incluso a esa situación que tanto temen los estadounidenses. Esa situación es que sea posible un panorama en el que cualquier expresidente pueda hacer un acto de autoindulto, como en un futuro podría hacerlo Donald Trump. ¿Es eso lo que también podría suceder en México? En cualquier caso, llegamos a la recta final y las lealtades están demostrando lo frágiles que son cuando se está tan cerca de obtener el poder. La cuestión aquí será cómo reaccionará el presidente López Obrador mientras siga en el poder y hasta dónde permitirá que su candidata cuente con cierta noción de autonomía.

Y, finalmente, tal y como está previsto y como anunció Joe Biden, más pronto que tarde “Irán atacará Israel”. Bastaba de un ataque para Irán para demostrar que no se puede atacar a un consulado y matar a generales de la revolución sin tener consecuencias y tener que pagar un precio por ello. El problema de las guerras, de las armas y de la tecnología es que siempre hay espacio para los errores. Un error de cálculo es suficiente para que, de un momento a otro, se produzca una catástrofe. Parece que el tema se quedará aquí, siempre y cuando Israel se mantenga sin actuar. La crisis y la tensión crece cada instante que pasa. Estamos en un momento en el que la tercera guerra mundial forma parte de las declaraciones y pensamientos de las sociedades. Pero, lo que es peor, es un tema latente e incluso incrustado en las mentes de gran parte de los dirigentes globales.

COLUMNAS ANTERIORES

La tentación de la división
La Revolución de los Claveles 50 años después

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.