Antonio Cuellar

El Tercer Debate

El columnista planta ala pregunta: ¿Qué podremos esperar de los tres candidatos en este tercer debate en educación?

La contienda no ha sido pareja desde el inicio. Uno de los candidatos ha venido haciendo campaña desde hace doce años, de ahí que la identificación de su persona y de su imagen esté extraordinariamente afianzada. El otro lo ha venido haciendo durante los últimos dos años, por lo que también goza de un amplio reconocimiento público. Y el tercero, a pesar de haber sido Secretario de Estado a lo largo de todo el presente sexenio, no ha podido participar en procesos de divulgación de su propia imagen porque la Constitución se lo prohíbe, de ahí que la penetración de ella sea absolutamente reciente.

Las cosas se han emparejado durante la campaña, y aquello que ha logrado esta circunstancia tiene una vinculación inmediata con los debates.

Hoy por la noche veremos el tercero y último de estos, y será propiamente en función de dicho ejercicio democrático que deberá decidirse, finalmente, quienes estarán contendiendo en el proceso del próximo 1 de julio, auténticamente.

Son tres los abanderados, pero sabemos que serán dos realmente quienes habrán de hacer hasta lo imposible para lograr posicionar a su partido en un segundo lugar, con el objeto de aspirar a que mediante la utilización del "voto útil", exista una posibilidad mediana de triunfo en contra de Andrés Manuel López Obrador, quien ha liderado las encuestas desde los comienzos del proceso.

¿Qué podremos esperar de los tres candidatos en este tercer debate, por celebrarse en Mérida a las nueve por la noche, en el que la temática que deberá abordarse girará en torno de la educación?

Un problema que ha tenido Ricardo Anaya en los dos debates anteriores tiene que ver con su falta de conexión con la gente. A pesar de su incuestionable capacidad de oratoria y su inmejorable retórica, el candidato de la coalición por México al Frente no logra tocar las fibras del elector y sí, en cambio, despierta cierta plasticidad que provoca desconfianza.

Esa imperfección de su discurso se verá agravada esta noche, por el video que circuló la semana pasada, en el que claramente se le imputa una participación en actividades vinculadas con el lavado de dinero para el financiamiento de su campaña, y la denuncia que sobre tal delito presentó ayer por la noche el senador Ernesto Cordero.

Difícilmente podrá ser valorada cualquier propuesta que llegue a presentar en la materia del debate, si se puede anticipar que su tiempo lo ocupará en defenderse de las revelaciones recientes y su ataque hacia el Presidente como supuesto orquestador de una estrategia para desprestigiarlo. Es previsible, además, que si intentara promover alguna iniciativa en este campo salga a relucir su decisión de inscribir a sus hijos en escuelas privadas en Atlanta, en los EEUU, resolución que aún cuan legítima llegue a ser, lo distancia de manera abismal del electorado al que debe convencer.

Andrés Manuel López Obrador carga con un doble problema en el ámbito educativo, que aflorará indudablemente en el debate de este 12 de junio: su alianza con la profesora Elba Esther Gordillo y su muy reprochable vinculación con la CNTE.

Así las cosas, ¿qué podría promover realmente en materia de educación un líder político que tardó más de una decena de años en terminar una licenciatura; que no habla el idioma inglés; que fundó una Universidad en la Ciudad de México que ha sido un auténtico fracaso; y que, además, suma como aliados a sus filas a la Secretaria del SNTE, a la que se atribuye una época de incomparable corrupción y corporativismo partidista, por un lado, y a la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación que ha promovido los más oprobiosos movimientos de huelga en el Estado de Oaxaca --sin miramiento alguno por sus educandos--, que tiene tomada por la fuerza las arterias de la Ciudad de México y las zonas urbanas más importantes del país?

Lo ha anticipado y podría suponerse que volverá a aprovechar el discurso de la corrupción y la justicia a favor de los trabajadores de la educación, y ello le bastará para conservar la ventaja numérica que aparece en las encuestas.

El reto más grande lo enfrenta José Antonio Meade, quien a pesar de ya venir ocupando con seguridad un segundo lugar en la carrera, necesita un repunte contundente que no deje lugar a dudas alrededor de su capacidad para gobernar a México. Es la última oportunidad.

Quizá será el más calificado para hablar de educación, si se toma en cuenta el hecho de que se trata de un estudiante destacado, con sobrados méritos académicos y reconocimiento público por su triunfo en la escolaridad. Un contendiente que ostenta el título de dos licenciaturas y un doctorado en economía por una de las mejores Universidades del mundo.

Cargará con el peso, sin embargo, de los embates que a lo largo de estos años ha venido impulsando Morena en contra de la reforma educativa, y la dificultad de hacer entender, en tan pocos segundos, cuál es el significado de la reforma que impulsó la administración del Presidente Peña en esta administración.

No debería de tener problema alguno para salir airoso de dicho desafío, si tomamos en cuenta que nadie mejor que él conoce la realidad fáctica y económica de la pobreza del país en materia educativa, tras su paso por la Secretaría de Desarrollo Social y la de Hacienda y Crédito Público; además, no se puede perder de vista que, su director de campaña, no es sino el ex Secretario de Educación Pública, ni más ni menos.

Lamentablemente, la tecnicidad y su manejo de los programas y propuestas de gobierno constituyen un buen elemento para acabar de convencer a quienes entienden de las virtudes de un buen gobernante, pero no encantan a quienes siguen viendo en él a un aliado de una administración a la que se califica como la más corrupta de todos los tiempos.

Quizá en este debate podría presentarse la última oportunidad con la que cuente el candidato, ya no para exponer su capacidad, sobradamente reconocida, sino para definir, de una vez por todas, cuál es la extensión de sus compromisos con el Presidente Peña Nieto. El mayor número de votantes indecisos aguardan a esa señal, que les demuestre la liberación de ataduras de un régimen por el que jamás desearían votar. La pregunta tiene que ver con la decisión que tomará el candidato: se compromete con México y sus votantes, o se compromete con el partido que lo llevaría a Los Pinos.

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