Desde San Lázaro

Basta de polarizar y sembrar el odio

Gane quien gane, buena parte de su tiempo y de los propios recursos del Estado se ocuparán en restablecer el orden y la paz.

La contienda por la presidencia de la República ya polarizó a los mexicanos y ya no depende del resultado, sino que desde ahora ya hay dos frentes: los simpatizantes de Andrés Manuel López Obrador y sus detractores. Así es, ya las discusiones han subido de tono entre unos y otros y ya de plano no sólo se constriñe a quién va ganar la elección, sino al encono y el rencor que se van anidando como un cáncer social.

Estamos divididos y hasta el propio presidente de la República toma partido, en lugar de mantener la ecuanimidad y ocuparse por la estabilidad y la paz.

Enrique Peña Nieto debe ser el garante de la unidad de los mexicanos, por ello debe actuar con absoluta imparcialidad.

En lugar de que el INE de Lorenzo Córdova haga sólo un llamado al voto, debe conminar a la unidad nacional. Los enemigos de México no están adentro, se ubican allende nuestras fronteras.

Es urgente una campaña de publicidad en este sentido.

También los propios partidos y sus candidatos deben pronunciarse contra la división y la ruptura. Deben empezar por dedicar buena parte de sus pautas publicitarias a fomentar la cohesión.

De qué sirve pronunciarse a favor de un candidato y más aún que éste gane, si va a recibir un país al borde del estallido civil.

Gane quien gane, buena parte de su tiempo y de los propios recursos del Estado se ocuparán en restablecer el orden y la paz.

¿Es eso lo que queremos para el país para las próximas generaciones?

¡Basta de polarizar y de sembrar el odio!

Los cuatro candidatos no miden las consecuencias de sus beligerantes posiciones. No han sopesado la enorme responsabilidad que tienen sobre sus hombros.

Ciertamente, esta elección tiene una relevancia trascendente para el futuro, debido a que desde los tiempos de la Revolución no ha estado la exacerbación social al límite.

La sociedad mexicana está dividida.

Cierto, el rechazo generalizado de la población contra sus gobernantes es el ingrediente principal de un caldo de cultivo que cada vez se torna más espeso y a punto de desbordarse, pero también Andrés Manuel López Obrador se ha encargado de dividir, de polarizar y de enfrentar a los que menos tienen con los que tienen un patrimonio logrado con el esfuerzo propio.

Los candidatos que compiten por la presidencia, léase José Antonio Meade y Ricardo Anaya, no deben contribuir a exacerbar el ánimo una sociedad que está lastimada por la corrupción y la impunidad y expuesta totalmente ante la delincuencia. Por ello, ya no busca quién se la hizo, sino quien se la pague.

Quién ganó el debate, eso es subjetivo; lo que importa es que se preserve la gobernabilidad y el respeto a las instituciones.

Por ello, Meade y Anaya deben actuar en consecuencia y pugnar por la unidad de los mexicanos, por encima de proyectos personales o de grupo.

Esta elección presidencial ya se caracteriza por haber dos frentes: los que quieren un cambio a costa de lo que sea y los que rechazan de manera contundente que gobierne un populista.

Así las cosas, pues el resultado apunta directo al estallido social.

COLUMNAS ANTERIORES

Ni como Noruega, ni como estaba antes
Morelos va para la oposición

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.