Desde San Lázaro

AMLO, a fuego cruzado en el debate

Een el primer debate entre presidenciables López Obrador enfrentará no sólo los ataques de sus adversarios, sino su propia dificultad para argumentar.

Para muchos, el debate del próximo 22 de abril será un punto de inflexión en el que Andrés Manuel empiece a declinar en las encuestas e irrumpa el segundo lugar con una fuerza inercial para ganar la elección del 1 de julio.

Es natural que desde ahora tanto José Antonio Meade Kuribreña como Ricardo Anaya enfoquen sus baterías contra el eterno puntero de los estudios demoscópicos; y será precisamente en el primer debate organizado por el INE en el cual, sin acuerdo alguno, mantendrán al Peje a fuego cruzado.

Pero no sólo eso, el propio Jaime Rodríguez, El Bronco, hará lo propio contra el tabasqueño, lo que augura ser un domingo muy complicado para el también eterno perdedor de elecciones.

Quién pensaría que Andrés Manuel López Obrador iba a prepararse para los debates, toda vez que ha sido tal su soberbia que en el pasado no consideró esta posibilidad, tan fue así que en el primer debate realizado en 2006 no se presentó a contrastar su oferta política con Felipe Calderón ni con Roberto Madrazo, decisión que le significó un grave retroceso en sus aspiraciones.

Seis años después, ya contra Enrique Peña Nieto, Josefina Vázquez Mota y Gabriel Quadri, fue tan desafortunada su participación que todos recuerdan la gráfica que puso de cabeza ante la pantalla de televisión, además del lenguaje cantinflesco y desesperadamente lento que esgrimió.

Para nadie es un secreto que AMLO no tiene ningún atributo digno de mencionar para posicionar sus argumentos en una discusión. No tiene la cultura ni los conocimientos para hacerlo, por ello opta por la descalificación y el insulto. Su lenguaje corporal habla de una persona enferma, insegura y con un halo de derrota, y qué decir de su lenguaje verbal que carece de ritmo, entonación, énfasis, tesitura y fuerza.

Estos factores lo convencieron de que es vital el entrenamiento, pues sus posibilidades, ya no de éxito, sino de mantener su ventaja, están en entredicho.

El problema es que lo poco que ha trascendido sobre quién lo capacita para el debate es incierto. Al parecer es alguien de casa, lo que significa que no estará sometido a los bombazos reales que le esperan. La irritabilidad y la nula tolerancia que tiene AMLO impiden que siquiera puedan entrenarlo con cierta garantía de triunfo.

El nuevo formato del INE es otro relevante elemento que impedirá que Andrés Manuel se refugie en las cuerdas, ya que tendrá que sufrir preguntas, réplicas y acusaciones directas que, de ninguna manera podrá evadir.

Si a esto le agregamos que una de las grandes limitantes para todos los participantes es el tiempo que disponen para sus intervenciones, pues el tabasqueño tendrá que elegir a bote pronto qué contestar y cómo hacerlo y, sobre todo, cuánto tiempo dedicará a las propuestas. Lo que es un hecho, es que la capacidad de administrar la bolsa de tiempo se logra en virtud del manejo de todos los escenarios que da la preparación, la experiencia y los conocimientos.

Pero además allí no terminan los problemas de López Obrador. En el debate del próximo miércoles entre los candidatos a la jefatura de Gobierno de la CDMX, su entrenada, Claudia Sheinbaum, cojea del mismo pie que él. Con una presencia desgarbada, corroída por los nervios e ignorante de muchos temas que agobian a la capital y de sus posibles soluciones, la exdelegada de Tlalpan también enfrentará a su Waterloo.

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