Repensar

Republicanos unidos

Alejandro Gil Recasens escribe que los republicanos no han encontrado un tema de campaña pegador, ya que la reducción de impuestos y el incremento de empleos no levantan mayor entusiasmo.

A diferencia de otras épocas, en las que el apoyo al partido en la Casa Blanca iba variando en el tiempo, conservando, perdiendo o ganando simpatizantes de acuerdo a su desempeño, la administración de Donald Trump sigue teniendo prácticamente los mismos seguidores que le dieron su voto hace dos años: no muchos más y no muchos menos. Tampoco han crecido significativamente los que se le oponen rabiosamente. En consecuencia el voto cambiante sigue en proporciones similares.

Sin embargo, no es probable que se repitan los resultados de 2016 porque un número sin precedente de congresistas republicanos no se presentaron a la reelección, ya sea por su edad, porque han perdido influencia o porque están sumidos en escándalos que les aseguran la derrota. En la Cámara de Representantes y en las legislaturas estatales hay muchos asientos en riesgo y pocas oportunidades de compensar las pérdidas, arrebatándole curules a los otros. Todo indica que habrá resultados negativos para los republicanos. La pregunta es si serán malos, muy malos o catastróficos.

Lo que explica la lenta evolución del voto es la polarización que se ha observado en la política estadounidense desde hace años. Cuando tener opiniones divergentes se interpreta como traición, se va inhibiendo a los que tienen apreciaciones objetivas o equilibradas. Por eso obtuvo Trump la nominación frente a otros trece precandidatos, que trataban de ser prudentes y centrados. Y por eso predica sólo para su grey y no le importa insultar o espantar a los demás.

El efecto que eso ha tenido dentro del propio Partido Republicano ha sido decisivo. La vieja nomenklatura (los Bush, Mitt Romney, Paul Ryan) va de retirada y no han surgido liderazgos frescos con propuestas alternativas. Los que parecían prometedores, como Ted Cruz, Chris Christie o Rand Paul, se han ido desinflando. Por las buenas o por las malas el partido está unido en torno a Trump. Dos facciones lo apoyan sinceramente y otras dos, porque no hay de otra.

¿Quiénes son?

Los conservadores fiscales, que tanto lo criticaron por su oposición al libre comercio y el peligro de escalar el déficit, se convirtieron rápidamente a la doctrina del America first y están muy contentos con el descenso de los impuestos, el aflojamiento de las regulaciones y el clima business- friendly prevaleciente.

Los conservadores evangélicos tratan de no enterarse de las reprobables conductas de Trump, lejanas a las de un cristiano modelo, porque ha enarbolado sus políticas en temas como aborto, drogas y seguridad pública. Él está cumpliendo lo que otros republicanos prometieron y luego no hicieron, como poner jueces favorables a sus ideas en la Suprema Corte.

Los resignados creen que las políticas del presidente están equivocadas y odian su estilo, pero no van a hacer nada contra él mientras la economía esté fuerte.

Los detractores tratan de organizarse para presentar otra candidatura en 2020, pero tampoco quieren arriesgar lo ganado y que sus contrincantes los desplacen. Su enojo principal es contra sus correligionarios en el Capitolio, que no frenan al Ejecutivo.

Al igual que los del otro partido, los republicanos no han encontrado un tema de campaña pegador. La reducción de impuestos y el incremento de empleos que tanto presumen, no levantan mayor entusiasmo. En las primarias, en las que sólo participan los más convencidos, el tema principal de los anuncios de televisión fue: vota por los candidatos republicanos para que el Congreso siga respaldando al presidente. Ya en las campañas lo que predomina son los mensajes negativos, que buscan desprestigiar a los oponentes sin pretender convencer de nada.

Trump mismo, apartándose de la relativa neutralidad de los presidentes en los comicios de medio término, está ayudando a los suyos en los distritos más peleados. En lugar de evitar que la elección se convierta en un plebiscito sobre su permanencia, lo propicia.

La estrategia de creciente polarización ha tratado de presentar a los demócratas como una horda irracional y violenta. A sus contrincantes más definidos les imputan radicalismo, sobre todo si son mujeres. Elizabeth Warren, Dianne Feinstein y Nancy Peloisi han caído en la provocación, haciendo creíbles las acusaciones. A los candidatos más centristas y moderados los tachan falsamente de ser liberales de clóset, poniéndolos a la defensiva. Si ofrecen cambios en las políticas sociales con relativo éxito, los culpan de ser blandos contra la criminalidad.

COLUMNAS ANTERIORES

Cuotas carreteras
Terribles carreteras

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.