Repensar

Loco, loco pero...

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Desde siempre se ha tratado de entender qué pasa por la mente de los gobernantes. La mayor parte de las veces para explicar su maldad o sus errores; rara vez su grandeza o sus logros. A partir de Freud, cuando su especialidad todavía se denominaba "enfermedades de los nervios", los psicoanalistas han buscado en la infancia de los políticos los traumas inconscientes y los deseos reprimidos que esclarezcan su forma de ejercer el poder.

Hitler y Stalin, prototipos del dictador desalmado, han sido continuo objeto de estudio y, a partir de ello se ha buscado aclarar cómo germina la "personalidad autoritaria".

La Guerra Fría, en la que las superpotencias disponían de fuerza mortífera suficiente para asegurar su mutua destrucción y se provocaban entre sí continuamente, creó una psicosis colectiva. Alimentada por escalofriantes episodios reales, como la Crisis de los misiles en Cuba, o por películas apocalípticas como 'Doctor insólito' (Dr. Strangelove) o 'Punto límite' (Fail safe), los americanos se preocuparon por la salud mental de sus gobernantes.

A partir de eso, se volvió tema de campaña cuestionar los defectos de temperamento o la inestabilidad emocional de los candidatos. El 'character assessination', el proceso deliberado y sostenido para destruir la reputación del contrincante, incluyó en su cartera de triquiñuelas la publicación de diagnósticos patito de paranoia. Las cosas llegaron al punto que la Asociación Americana de Psiquiatría prohibió a los doctores difundir opiniones sobre personas que no fueran sus pacientes.

De hecho, los retratos psicológicos presentados en las campañas no han probado ser más acertados que las observaciones hechas con objetividad. La historia le dio la razón a los que advirtieron sobre el talante inescrupuloso y truculento de Richard Nixon o las tendencias belicistas y neuróticas de Lyndon Johnson. Pero se equivocaron quienes vieron a Ronald Reagan como una amenaza para la paz mundial y luego fueron testigos de sus exitosas iniciativas de desarme. El mismo exactor que amagó con un baño de sangre a los estudiantes pacifistas de la Universidad de Berkeley, luego concedió la más grande amnistía a los inmigrantes ilegales.

PARA ENTENDER A DONALD
Todo esto sirve de marco para tratar de comprender la conducta impulsiva y errática del presidente Trump. ¿Sus amenazas de aniquilación nuclear a Corea del Norte prueban que está mal de la cabeza, o simplemente que la rudeza le ha funcionado al negociar?.

Nadie puede negar que el tipo es un pelmazo insufrible, un narcisista extremo, un inmaduro caprichoso con agudo complejo de inferioridad, que se la pasa ninguneando a los demás. Todos sabemos que es un mentiroso compulsivo y desvergonzado, que una mañana hace comentarios crueles sobre los migrantes caribeños y africanos y al día siguiente dice que es la persona menos racista.

No resulta extraño que abunden las interpretaciones más o menos interesantes sobre el origen de tan singular comportamiento. Pero más allá del padre demandante que lo envió a la escuela militar o el hermano mayor que le hacía sombra, hay dos hechos que no debemos pasar por alto.

El primero es que su retórica estridente encuentra oídos atentos en la mitad del electorado que lo puso en la Casa Blanca. Sus comentarios aberrantes y sus actitudes agresivas son del gusto de los miles que lo siguen en Twitter o asisten a sus mítines. ¿Es Trump una anormalidad que pronto pasará, o es producto de un país que se debate en la frustración y necesita que alguien le diga que volverá su grandeza?

El otro asunto a reflexionar es que, no obstante sus excentricidades, payasadas y arrebatos, el señor siempre se sale con la suya. Recurriendo a la quiebra repetidamente, estafando a sus socios o eludiendo impuestos, el caso es que se volvió multimillonario desde muy joven. Lo real es que sus insultos a las mujeres, los mexicanos, los negros o los veteranos no le impidieron obtener la nominación, por encima de una docena de republicanos, y ganarle la elección a la experimentada Hillary Clinton, que parecía imbatible. Ya en Washington, con la animadversión del establishment y con un equipo novato en el que privan las tensiones, inició un cambio radical en la política comercial, sacó adelante la reforma fiscal, impulsa una nueva legislación migratoria y está replanteando por completo la política exterior. Tirarlo a loco y menospreciarlo es un error.

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