Repensar

Crónicas de guerra

Alejandro Gil escribe sobre las guerras comerciales y disputas entre nacionales en las que se utilizan sanciones monetarias como el arma.

Desde siempre ha habido disputas entre naciones, pero lo que conocemos como guerras comerciales, en las que se utilizan sanciones monetarias como armas, son relativamente recientes. La Revolución Americana empezó por la respuesta vandálica (el Boston tea party) a las restricciones e impuestos a los cargamentos de té enviados a las colonias por Gran Bretaña. A su vez, la gran cantidad de té que ellos compraban en China les causaba un fuerte déficit, así que, buscando algo valioso para intercambiar, se abocaron a venderles opio. Cuando el gobierno oriental se alarmó por la epidemia de adictos al alcaloide, le aplicó una gabela y luego lo prohibió. Y eso acabó a cañonazos.

Después de la Guerra Civil los republicanos abrogaron el Tratado de Reciprocidad y gravaron las importaciones agrícolas de Canadá, que no tuvo más remedio que contestar de la misma forma y reorientar sus tratos hacía el Reino Unido. No volvió a tener libre comercio con Estados Unidos hasta casi un siglo después.

En 1869 el rey Guillermo de Orange le asestó tremendas cargas al vino francés. Quería que sus súbditos se aficionaran a sus propios caldos, pero en lugar de ello se hicieron fanáticos de la ginebra. Durante las siguientes cinco décadas la prensa inglesa se llenó de historias de hombres que perdían su empleo por borrachos y de niños que se volvían delincuentes por la negligencia de sus madres alcohólicas. Las fake news de la época daban noticia de que algunos tomaban tanto gin que morían víctimas de la combustión espontánea.

En represalia, París cerró su frontera a una gran variedad de artículos producidos en las islas. Al mismo tiempo, le puso un arancel al aceite de oliva de Sicilia, Calabria y Puglia. En respuesta, la joven nación italiana, pretendiendo tutelar a su naciente industria, canceló sus acuerdos con Francia y elevó hasta 60 por ciento los derechos que debían cubrir sus mercancías. Como los galos hicieron lo mismo, terminaron por ya no comerciar nada. Todo ello empujó a Italia a aliarse con Alemania y Austro-Hungría y, finalmente, a la Primera Guerra Mundial.

Tras el conflicto bélico los europeos se recuperaron paulatinamente; se redujo la demanda de alimentos de Estados Unidos y hasta les exportaron. Los granjeros estadounidenses exigieron a sus legisladores que los defendieran con tarifas y así surgió la Ley Smoot-Hawley, que llegó a extenderse a más de veinte mil productos. Lo único que lograron es que se intensificaran los efectos de la Gran Depresión y que el comercio con Europa cayera a la tercera parte. Del otro lado del Atlántico se frenó la economía (dificultando el pago de las deudas de guerra) y se estimuló el autarquismo nacionalista y el militarismo. En Italia, mientras la turba quemaba coches americanos, Benito Mussolini se acercó a Alemania y a la Unión Soviética.

Pobres pollos

En la posguerra nuestros vecinos del norte desarrollaron las granjas-fábrica, lo que permitió producir aves masivamente. El pollo dejó de ser un lujo y se volvió popular. Su sobreoferta la dirigieron al viejo continente. Para frenarla, París y Bonn establecieron controles de precios. En represalia el presidente Lyndon B. Johnson le añadió una tasa del 25 por ciento al brandy francés y a las camionetas ligeras alemanas. Fue por eso que Volkswagen dejo de abastecer al mercado latinoamericano desde Estados Unidos y fabricó la Combi en sus plantas de Puebla y Sao Paulo. El impuesto europeo al pollo continúa vigente.

En los años setenta, el presidente Richard M. Nixon quiso enfrentar el creciente desequilibrio con Japón con tarifas generalizadas. Lo que consiguió fue una terrible estanflación.

En la medida en que en otras partes desarrollaron sus propias industrias metalúrgicas y la estadounidense no pudo modernizarse y competir, se convirtió en hija sobreprotegida de los presidentes, que siempre alegan estar salvando empleos.

El presidente Donald Trump no se podía quedar atrás. Mediante un tuit, el dos de marzo le declaró la guerra ¡a todo el mundo!: "Cuando un país (USA) está perdiendo muchos billones de dólares en el comercio con virtualmente cada país con el que hace negocios, las guerras comerciales son buenas y fáciles de ganar. Por ejemplo, cuando tenemos un déficit comercial de cien billones de dólares con cierto país y ellos salen ganando, no comerciemos más. Ganamos en grande. ¡Es fácil!" La historia no muestra que sea bueno ni fácil.

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