Repensar

Consecuencias políticas

    

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Se ha comentado ampliamente el costo económico que para los países integrantes tendría la terminación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). En lo que hace al capítulo agropecuario muchos analistas coinciden en que afectaría mucho más a los productores estadounidenses, por la sencilla razón de que son los que más exportan. Lo peor para ellos sería la entrada en vigor de las tarifas acordadas en la Organización Mundial de Comercio (OMC) para los diferentes tipos de productos. En ese caso, México tendría una significativa ventaja asimétrica porque, en sucesivas rondas de negociación, Estados Unidos y Canadá han ido bajando sus respectivos aranceles, mientras que nosotros no lo hemos hecho.

Si aplicáramos el máximo permitido, el efecto en nuestro vecino del norte sería devastador, pues caería el volumen de sus exportaciones. Las cargas a pagar serían del orden de 156 por ciento para el azúcar; 67 por ciento para el trigo; 45 por ciento para la soya, las frutas, las nueces, la carne de res y de puerco y sus productos; 37.5 por ciento para los lácteos; 36 por ciento para el maíz; 25 por ciento para el pollo.

Aunque el sector agropecuario tiene una modesta participación en el mercado trinacional (7.0 por ciento), México recibe cada año una tercera parte de la cosecha de maíz y hasta 72 por ciento y 33 por ciento de las exportaciones avícolas y de carne de res de Estados Unidos. Los efectos económicos serían importantes en los estados que más nos venden: California: carne de res, lácteos, frutas y almendras; Illinois: maíz, soya y productos de puerco; Texas: carne de res; Pennsylvania: lácteos; y muy especialmente, en el Medio Oeste: Montana, Nebraska, Dakota del Sur, Iowa, Indiana y Minnesota, de donde viene mucho del maíz y la soya que compramos. Además, se romperían las cadenas de suministro transfronterizo que se han creado, por ejemplo en la producción de carne de res.

Desde luego, Estados Unidos podría tomar represalias contra ciertas exportaciones mexicanas (como la cerveza o el aguacate), pero las tarifas que se le permitiría imponer no serían tan perjudiciales, además de que la devaluación del peso, causada por la terminación del TLCAN, las compensaría.

EN MÉXICO
Para nosotros lo más grave sería el retroceso comercial y el freno de las inversiones (sobre todo en los estados del Bajío y el norte). Gracias al conjunto de acuerdos de libre comercio que hemos firmado con 45 países, conseguiríamos encontrar proveedores y mercados alternativos. Conseguir maíz con tarifa de cero por ciento en Argentina, Brasil y Canadá; trigo, soya y carne de res en Argentina; fruta en Centroamérica y azúcar en el Caribe. Más oneroso sería hacer adquisiciones en Asia o Europa, por los costos del transporte. En todo caso no sería fácil; implicaría negociaciones complejas y tener que ceder en el acceso a otros productos.

Los costos económicos de salir del TLCAN serían altísimos. Se echarían para atrás tres décadas de esfuerzos para liberalizar los mercados agropecuarios. Con excepción del azúcar y los endulzantes, donde se enfrenta el implacable cabildeo de los productores de Florida, casi se han eliminado por completo las tarifas, cuotas y restricciones de los otros subsectores: granos y semillas oleaginosas; ganado y productos animales; frutas y vegetales; alimentos procesados; algodón, textil y vestido. Estados Unidos, que en las negociaciones del Acuerdo Transpacífico ya había obtenido nuevos mecanismos de resolución de disputas, la armonización de los estándares sanitarios y fitosanitarios (SPS) y la remoción de los subsidios al trigo mexicano y a los lácteos canadienses, se vería obligado a regresar a los acuerdos bilaterales de los ochenta.

En las tres naciones habría reducción del crecimiento; cierre de empresas; pérdida de empleos; escasez temporal, encarecimiento y especulación de comestibles.

Pero lo que hace más improbable ese escenario son las consecuencias políticas. En México resurgiría el nacionalismo económico y volvería a plantearse la autarquía. Crecería el resentimiento contra los estadounidenses y se agitarían el campo y las ciudades con ofertas populistas.

En Estados Unidos los productores presionarían a sus representantes para evitarlo. Esto es relevante allá debido a que el lobby de los agricultores es muy poderoso y porque en el Senado, donde se aprueban los tratados, los estados agrícolas tienen un peso desproporcionado a su poca población. Se pondría en riesgo la reelección de muchos congresistas y senadores de ambos partidos y los republicanos perderían su mayoría en el Senado.

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