Alberto Nunez Esteva

El déficit educativo

El columnista explica en gráficas, que medido como porcentaje del PIB, el gasto total en educación se encuentra en línea con el realizado por otros países.

*En colaboración con el Lic. Pedro Javier González.

La educación está llamada a desempeñar un papel vital en la construcción de un mejor futuro para México. En el marco de la nueva economía del conocimiento, la educación de calidad es la pieza clave de la inclusión y de la cohesión social. En el marco de la transición democrática, la educación es un factor fundamental en la construcción de ciudadanía. De ahí la relevancia estratégica de una transformación de fondo del sistema educativo.

El problema, sin embargo, es complejo y va mucho más allá de la superación de las restricciones financieras y presupuestales. En efecto, medido como porcentaje del PIB, el gasto total en educación se encuentra en línea con el realizado por otros países. En 2015, México gastó en educación 1.2 billones de pesos, de los cuales 963 mil millones correspondieron al sector público y 249 mil millones al privado. Se trata de un monto considerable, sobre todo si se mide como porcentaje del PIB y se contrasta con el ejercido por otros países.

Como se puede observar en la gráfica 1, durante el ciclo escolar 2011-2012 (que es el que permite hacer la comparación), el gasto nacional en educación (fuentes públicas y privadas, así como recursos canalizados a instituciones educativas de todo tipo y a programas de becas) fue equivalente al 6.2% del producto; este nivel fue ciertamente inferior a los correspondientes a Estados Unidos (6.9%), Chile (6.9%) y Reino Unido (6.4%), pero superior al de Brasil (5.9%), Japón (5.1%), Alemania (5.1%) e Italia (4.6%). Desde luego, ello no significa que la inversión en educación en el país sea suficiente; de hecho, en términos absolutos, se encuentra por debajo de la realizada por todas las naciones que forman parte de la OCDE. Baste considerar que nuestro PIB es inferior al de todos estos países (con excepción de Chile) y se dirige a atender a una población de gran tamaño. De cualquier manera, en función del tamaño de nuestra economía, los esfuerzos de gasto educativo realizados por el país son significativos.

El sistema educativo registra avances en distintos frentes que vale la pena registrar. En materia de abatimiento del índice de analfabetismo, éste pasó del 9.4% del total de la población en 2001 al 5.2% en la actualidad. En paralelo, el número de años de estudio de la población ha aumentado de manera sistemática, según se desprende de la gráfica 2. En el ciclo escolar 1980-81, la escolaridad promedio era de apenas 4.4 años, mientras que la actualidad asciende a 9.2 años.

Son igualmente notables los avances observados en la cobertura de la matrícula del sistema escolarizado. Como se puede ver en la gráfica 3, la cobertura a nivel primaria es cercana al 100% de la población entre 6 y 15 años, aunque la matrícula a nivel de secundaria y de educación media superior, a pesar de los incrementos registrados, todavía se encuentra rezagada: 75 y 35%, respectivamente.

Los avances son evidentes, aunque a todas luces insuficientes. Los porcentajes correspondientes a la cobertura en educación media superior y superior no están en sintonía con las exigencias de la moderna economía del conocimiento. Pero atender la demanda en estos niveles de instrucción presupone un enorme desafío presupuestal, toda vez que mientras el costo promedio de un alumno en primaria asciende a 12.9 miles de pesos al año, en el caso del bachillerato se eleva a 27 mil pesos y en el de la educación superior rebasa los 60 mil pesos anuales.

Otro aspecto clave es la del rendimiento del sistema educativo, entendido en términos de su capacidad para retener y promover a los estudiantes desde los primeros grados hasta la conclusión de sus estudios. A este respecto, también se registran avances, tanto desde el punto de vista del incremento en el índice de eficiencia terminal como de la disminución de los índices de deserción y reprobación. Sin embargo, no dejan de ser importantes las diferencias registradas entre la educación primaria y el bachillerato, según se observa en la gráfica 4.

Ahora bien, sin dejar de reconocer que los recursos invertidos son, por definición, insuficientes, se impone la pregunta respecto a por qué si el gasto educativo va en ascenso y, en paralelo, la sociedad mexicana está crecientemente escolarizada, ello no se refleja en resultados tangibles en materia de calidad y rendimiento. Por ejemplo, la prueba PISA (Programme for International Student Assesment) da cuenta del rezago del país, al tiempo que refleja alarmantes déficit en el terreno de las matemáticas y el manejo del lenguaje, es decir, en el campo de las dos habilidades cruciales para el desarrollo del pensamiento lógico, el manejo de conceptos y la solución de problemas complejos (ver tabla).

Ciertamente, la OCDE reconoce que el desempeño de los estudiantes sigue mejorando. Sin embargo, México no logró la meta que se trazó para 2012, consistente en la obtención de un promedio de país combinado de 435 puntos obtenidos en lectura y matemáticas en 2012. De ahí que la conclusión obligada apunte en el sentido de que el sistema educativo no está produciendo ciudadanos portadores de valores democráticos ni profesionales con las capacidades necesarias para insertarse con éxito en una realidad económica dominada por la innovación continua y por la expansión de actividades intensivas en el uso de conocimientos.

En esencia, el problema educativo es de índole cualitativa y tiene sobre todo que ver con contenidos y con criterios. En atención a esta problemática, el principal avance de la reforma educativa, es haber puesto en el centro el tema de la calidad, la evaluación y la adopción de criterios meritocráticos para la contratación y la promoción. Asimismo, se han revisado los programas y propuesto un nuevo modelo educativo.

Mañana será otro día.

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