New York Times Syndicate

Velos de uigures son una protesta contra límites de Pekín

El uso de velos por parte de mujeres uigures, grupo étnico minoritario en gran medida musulmán y de habla turca, se ha vuelto un desafío contra los límites establecidos desde Pekín.

URUMQI, China. Afecta a la mezclilla y los encajes, conocedora de varios idiomas y orgullosa de su éxito como traductora de empresas internacionales, Luna parece ser un modelo de los uigures integrados por los que se esfuerza el gobierno chino. Creció en la región occidental de Xinjiang, donde casarse y ser madre era el máximo rol para las mujeres de su grupo étnico minoritario en gran medida musulmán y de habla turca, y eventualmente se mudó al distante Pekín, donde se siente más cómoda entre la mayoría han del país que en el mundo conservador de su juventud.

Pero Luna, quien como otros entrevistados para este artículo pidió ser identificada por un apodo para evitar represalias por parte de la policía, está cada vez más dividida entre su ambición profesional y su indignación hacia las restricciones oficiales que tienen como blanco el estilo de vida uigur. "Entre más nos obliga el gobierno chino a vivir un estilo de vida han, más encontraremos maneras de expresar nuestra identidad uigur", dijo.

A medida que las autoridades chinas en Xianjiang intensifican una campaña cada vez más cruenta enmarcada como una batalla contra separatistas islámicos, han tendido su red sobre una amplia gama de prácticas uigures, incluido el uso de velos y largas barbas, que son vistas como signos peligrosos de extremismo religioso. Algunos uigures han respondido con alarma, redoblando sus esfuerzos para salvaguardar sus tradiciones centenarias que temen pudieran desaparecer. Los críticos argumentan que las políticas cada vez más tajantes del gobierno inadvertidamente han fomentado el atractivo del islamismo conservador, con su énfasis en la moralidad y los papeles tradicionales para la mujer. Atrapadas en medio de esta intensificada guerra cultural están las mujeres uigures que quieren adoptar la modernidad sin renunciar a su herencia.


"Las mujeres uigures son realmente las primeras víctimas de las crecientes tensiones y represión en Xinjiang", dijo Nicholas Bequelin, un destacado investigador en Human Rights Watch en Hong Kong. "Están bajo presión del estado para adoptar nuevos estándares, y presionados por sus comunidades para cortar los lazos con una sociedad vista como poco limpia".

En un popular mercado nocturno aquí en Urumqi, la capital de la región de Xinjiang, mujeres en burqas negros pregonan ropa interior de diseñador falsificada al lado de puestos que hacen buen negocio con jeans y pañoletas de seda decoradas con el logo de Louis Vuitton. Una vendedora de pañoletas, con el rostro enmarcado en un hijab amarillo, explicó el hecho de que ocultara su cabello como un acto de devoción. "Alá nos dice a las mujeres que seamos modestas, así que nos cubrimos", dijo.

Pero el Estado está haciendo la vida cada vez más difícil para los uigures devotos. Además de desplegar fuerzas de seguridad armadas con armas pesadas, funcionarios han instituido una ola de prohibiciones destinadas a integrar a la fuerza a los uigures a la nación china.

Durante el mes sagrado musulmán del Ramadán, que terminó a fines del mes pasado, estudiantes y empleados gubernamentales tuvieron prohibido ayunar. Una campaña para reprimir el uso de pañoletas por parte de las mujeres en algunas áreas, marcadas por retenes callejeros, dicen los uigures, y prohibir esas cubiertas en hospitales, escuelas y bancos, cobró fuerza recientemente cuando Karamay, una ciudad en el norte de Xinjiang, prohibió a los hombres con barbas largas y a las mujeres con velos viajar en autobuses públicos. Las reglas más estrictas se suman a las antiguas quejas entre los 10 millones de uigures del país, que resienten las políticas que, dicen, favorecen al mandarín por encima del idioma uigur en las escuelas y les han convertido en una minoría en su patria tradicional.

Ansioso por ganarse a las mujeres uigures, el gobierno introdujo en 2011 el Proyecto Belleza, una campaña para desalentar a las mujeres de usar velos y pañoletas que las insta a "mostrar sus bellos rostros y permitir que su hermoso cabello ondee al viento". Funcionarios dicen que la campaña promueve el otorgamiento de poder a la mujer al tiempo que se nutre a una industria local de moda y cosméticos que, se dice, tiene un valor de 480 millones de dólares. Para impulsar el mensaje de igualdad de género, la campaña usa películas, programas de moda y los medios controlados por el Estado, algunos de los cuales afirman que los velos causan depresión y asustan a los niños.

Wang Jianling, secretario partidista de la gubernamental Asociación de la Mujer de Xinjiang, negó la existencia de retenes e insistió en que era "extremadamente raro" que las mujeres uigures usen velos. Sin embargo, elogió al Proyecto Belleza como vital para alentar a las mujeres uigures a adoptar la modernidad. "Sería imposible dar poder a la mujer y que se diera cuenta de su potencial total si no se dice adiós a prácticas obsoletas diseñadas para reprimir a las mujeres", dijo en una entrevista vía telefónica.

Pese a la alegre propaganda, los velos se han convertido en un punto de contención para choques violentos. En mayo, manifestantes en el sur de Xinjiang golpearon a un director de escuela al cual acusaron de ayudar a las autoridades de reunir a las estudiantes que usaban pañoletas. Agentes policiales abrieron fuego contra la enojada multitud, matando a por lo menos cuatro personas, dicen activistas uigures. En junio, cuatro varones uigures fueron matados a tiros durante un enfrentamiento con funcionarios que habían levantado el velo de una mujer durante la inspección de una casa.

La batalla en torno del código de vestimenta femenino es parte de una lucha más grande por lo que significa ser un uigur en Xinjiang, un lugar conocido desde hace tiempo por su tipo moderado de islamismo sunita. Aunque algunas mujeres uigures se cubren el cabello y el rostro por razones religiosas, un creciente número parece estar adoptando la práctica como un gesto de discreto desafío. "Siempre que voy a casa a Xinjiang, uso una pañoleta para mostrar que aprecio mi cultura", dijo Luna.

Como el protector autodesignado de la cultura uigur, el gobierno se inclina a usar los medios masivos controlados por el Estado como una herramienta para guiar a la opinión pública en cuanto a la vestimenta. En televisión, las mujeres uigures invariablemente son encasilladas como elementos leales y exóticos en una épica patriótica escrita por el Estado que pone como protagonista a la mayoría han gobernante. Sus atuendos –vestidos étnicos tradicionales, gorros bordados y largas barbas– refuerzan el mensaje oficial de que los velos y las pañoletas no tienen lugar en la vida diaria uigur.

Así como hay mujeres en otros países que ven al velo como un símbolo de represión femenina, algunas mujeres uigures rechazan las tradiciones religiosas conservadoras de su grupo étnico. "En la cultura uigur tradicional, las mujeres están por debajo de los hombres", dijo Zoe, una editora de revistas uigur orgullosamente integrada, quien nunca cubre su cabello y tiene un novio han, pese a las objeciones de sus padres. "Muchas jóvenes como yo no quieren seguir las mismas reglas que sus madres".

Pekín ha gastado mucho en cortejar a las mujeres en Xinjiang. De 2000 a 2010, según cifras del gobierno, más de tres millones de mujeres de minorías étnicas se inscribieron en clases que enseñaban costura, cocina y habilidades computacionales. En Kashgar, el antiguo oasis de la Ruta de la Seda que es predominantemente uigur, funcionarios han distribuido unos 640 millones de dólares en micropréstamos para mujeres desde 2011, dijo Wang.

En cierta forma, la firme administración de Pekín ha eclipsado su medible éxito en fomentar las oportunidades para las mujeres uigures. "Antes, cuando las familias querían encontrar una novia para su hijo, buscaban a una muchacha que supiera cocinar", dijo Rahile Dawut, directora del Centro para la Investigación del Folclor de Xinjiang en la Universidad de Xinjiang en Urumqi. "Ahora, quieren una muchacha educada con un empleo".

Dawut se siente particularmente inspirada por sus alumnas de maestría, un grupo intrépido de mujeres académicamente exitosas que recorren Xianjiang para registrar historias orales. Pero en estos días, el orgullo de Dawut está empañado con la alarma conforme más mujeres se vuelcan en el islamismo conservador.

El cambio es visible en las calles de Urumqi, desde hace tiempo un bastión del carácter cosmopolita laico, donde las pañoletas y los velos ahora se mezclan con pantalones, faltas y zapatos de tacón alto.

"Algunas de mis amigas regresan a Urumqi y dicen: 'Este no es el lugar donde crecimos'", dijo. "Cada día sentimos que las cosas están cambiando a nuestro alrededor".

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