New York Times Syndicate

Picasso regresa a París en medio de polémica

Tras cinco años de remodelaciones, el Museo Picasso abrió sus puertas hace algunas semanas en París.  Sin embargo, existen defectos estructurales y curatoriales que impiden una buena apreciación de las obras. 

PARÍS.– "Denme un museo y lo llenaré", eso fue lo que supuestamente dijo Pablo Picasso en alguna ocasión. Lo haya dicho o no, suena a algo que podría haber dicho un sobreproductor en serie como él. Y justamente hoy, el pintor español le hace honor a sus palabras. 

El Museo Picasso, que cerró para una ampliación en 2009, finalmente ha reabierto a más del doble de su tamaño anterior, pero años después de lo programado y envuelto en un torbellino de intrigas.

Para los medios, el proyecto de renovación ha sido un regalo. Las obras en la mansión barroca que alberga al museo, la colección de obras de Picasso más grande del mundo, se prolongaron escandalosamente. Los presupuestos se inflaron. Hubo despidos que causaron consternación (Anne Baldassari, la directora del museo fue destituida), berrinches de alto nivel y montones de agresiones personales. 

El museo, que debutó en 1985, es un atractivo popular. No importa cuántas grandiosas obras individuales de Picasso haya en Londres, Madrid o Nueva York, en su museo París tiene al propio artista, en sus inicios y últimas etapas, a escala mayor y menor. No sorprende que multitudes ansiosas se formaran en las aceras y se arremolinaran en la puerta del frente para la inauguración pública el 25 de octubre.

Una vez adentro, ¿con qué se encontraron los admiradores?: con lo fabuloso y la frustración. En el lado positivo, hay más de 400 obras de Picasso que comprenden su carrera, junto con una selección de lujo de piezas que poseía de los artistas que le encantaban: Chardin, Degas, Cézanne, Gauguin, Braque, Miró, Matisse y Henri Rousseau. Y, en cierto sentido, incluso su propia obra representa una selección personal.

En amplitud, textura y espíritu, la exhibición no tiene comparación. Es completamente diferente de, digamos, la gran selección de obras de Picasso en "Cubismo: La colección de Leonard A. Lauder" ahora en el Museo Metropolitano de Arte. La exposición del Met es una serie clásica de obras maestras trofeo. Lo que hay en el Museo Picasso está más cerca de ser una sublime colección instructiva, con sobras y obras maestras mezcladas.

El objetivo aquí es menos monumentalizar a un artista o un estilo que contar una historia compleja de cómo hace arte una persona de energía proteica en una extensión de tiempo específica.

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 ENTONCES, ¿CUÁL ES EL PROBLEMA CON ESTE MUSEO?

Pablo Picasso fue un auto-coleccionista de toda la vida que conservaba ejemplares de su arte a los que no podía o no quería renunciar: apuntes juveniles y pictóricos de sí mismo, obras favoritas terminadas, y recuerdos de amores y traumas pasados. Dejó este archivo, o acumulación, a su familia cuando murió en 1973. Ellos lo revisaron y donaron una enorme cantidad al gobierno francés en lugar de pagar el impuesto sobre la herencia. Es esta colección, esencialmente modelada por el propio artista, en torno a la cual se construyó el museo.

Dado ese material ricamente personal, está muy mal que la nueva presentación en el Museo Picasso –oficialmente llamado Musée Picasso Paris– no cuente esa historia más convincentemente. La arquitectura es parte del problema. El edificio del siglo XVII que alberga al museo, el Hôtel Salé en el histórico distrito Marais, con su jardín, patio y vestíbulo de entrada de dos pisos incrustado de esculturas, nunca ha sido ideal para exhibir arte.

El interior es variable, con espacios muy pequeños, callejones sin salida, y conexiones ilógicas. La renovación original de los años 80 cubrió esto con una pátina corbusiana de paredes blancas sin lograr una sensación de unidad. El nuevo diseño, del arquitecto Jean-François Bodin, es básicamente una versión ampliada del plan antiguo. Hay más espacio –cuatro pisos de galerías, incluido un sótano abovedado y un ático tipo loft con vigas expuestas y vistas de las azoteas circundantes– pero su orden es aún más difícil de recorrer.

Una impresión de discontinuidad es agravada por el idiosincrático acomodo del arte ideado por Baldassari, quien permaneció en el puesto el tiempo suficiente para organizar la exposición inaugural. La instalación principal, en el primer y segundo pisos, empieza con algunas pinturas del Picasso adolescente en España, donde nació en 1881, y otras de su primera estadía en París cuando apenas salía de la adolescencia. El cambio es drástico: Realismo al estilo Murillo un año, el equivalente a la sicodelia al siguiente.

Pero el marco temporal rápidamente se vuelve más confuso. La pintura más antigua de la colección, "La niña descalza", de 1895, se presenta a dos galerías de distancia de algunas esculturas casi abstractas de los años 30. En otra parte, el acompañamiento de un autorretrato "en azul" de 1901 con un bosquejo de rostro redondo de 1972 tiene sentido al estilo de un ejercicio de comparar y contrastar. Pero ponerlos con el cubista "Hombre con bigote" de 1914 y una cabeza de bronce de 1958 no lo tiene, a menos que se quiera decir que todas las cabezas masculinas de Picasso son autorretratos, que no lo son.

El problema es que Baldassari no dice nada de nada sobre las selecciones que hace. No hay etiquetas de información. La idea no declarada, de moda entre curadores actualmente, es que el arte habla por sí mismo, fin de la historia. Pero esto no es así, y no lo ha sido desde el siglo XVIII, cuando la mayor parte del arte giraba aun en torno a la política y la religión y se dirigía a un público conocedor privilegiado. El arte ha cambiado; los públicos han cambiado y se han ampliado. Hoy, no puede suponerse ningún conjunto de conocimiento compartido. Los espectadores necesitan ayuda, y merecen la opción de hacer uso de ella.

Como forma de concesión, Baldassari da forma a la exposición en torno a algunos temas sueltos. Bajo la etiqueta "Primitivo" ha reunido una asombrosa colección de pequeñas pinturas y dibujos que demuestran, paso a paso audaz, como nació "Las señoritas de Aviñón" en 1907. Bajo "Pinturas de Guerra, vemos el "Guernica" de 1937 simultáneamente fusionándose y lanzando chispas en futuras direcciones.

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Gran parte de la colección del Museo Picasso, sin embargo, es de un periodo intermedio, de fines de los años 20 a principios de los 30, cuando el pintor estaba saliendo de su fase "clásica", posterior a la Primera Guerra Mundial, recuperando su estilo radical, y empezando a considerarse surrealista.

Fue un trayecto difícil. Las nuevas obras no se vendían muy bien
–posiblemente esa es la razón de que conservara tantas de ellas– y se puede ver por qué: Es material fuerte y agresivo. Todo es dientes y genitales, penetraciones y empalamientos. Los cuerpos, mayormente femeninos, son crudezas de miembros desprendidos. Picasso aparece repetidamente en el alter ego del Minotauro, una máquina sexual ovidiana.

En conjunto, se puede aprender mucho sobre Picasso en la exhibición del Museo Picasso, no menos que pudiera ser un artista realmente espantoso.

Quizá la mayor revelación, sin embargo, se da en el piso superior, cuando uno da un primer vistazo a un paisaje de Cézanne que alguna vez fue propiedad de Picasso, e instantáneamente percibe lo que falta en los dos pisos inferiores: enfoque, concentración, un punto de reposo, calidez como una luz en un túnel, el fuego en una chimenea, una lámpara de vigilia en una iglesia.

La comparación de Cézanne con Picasso que vemos aquí es de un pintor con un caricaturista, de un caminante rítmico con un bailarín en competencia. Es difícil incluso imaginar a Picasso pintando paisajes, aunque lo hizo; hay uno cerca, porque, a juzgar por esta exhibición irregular, él no sabe estarse quieto, permanecer sentado, dejar de producir, no hacer nada, mirar por mucho tiempo.

No obstante, puedo imaginarlo entrando en la galería, como hacemos nosotros, nerviosos, y ver a Cézanne con un sobresalto de alivio. Es apropiado que después de su muerte a los 91 años de edad, Picasso fuera sepultado en el jardín de su casa de verano, un castillo no muy diferente del Hôtel Salé, pero en el sur de Francia, a la vista del amado Mont Sainte-Victoire de Cézanne. No es que él fuera particularmente sentimental sobre la conexión. Fue territorial hasta el fin. "Cézanne pintaba estas montañas y ahora son mías", se dice que se jactó.

El único hecho es que, pese a todos los defectos museísticos, París posee a Pablo Picasso, o cuando menos a una amplia parte de él. 

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