New York Times Syndicate

Macron y la resurrección de Europa

El triunfo de Emmanuel Macron en Francia le ha dado un 'nuevo aire' a la Unión Europea, en especial después del Brexit, en lo que ha sido interpretado como una victoria ante Putin. 

No es solo que Emmanuel Macron haya ganado y que se vaya a convertir, a los 39 años, en el presidente más joven de Francia. No es simplemente que haya derrotado, a través de Marine Le Pen, las fuerzas de nacionalismo xenofóbico explotadas por el presidente Donald Trump. Es que ganó con una postura valiente a favor de la tan calumniada Unión Europea (UE), y así reafirmó la idea europea y el lugar de Europa en un mundo que necesita de su fuerza y valores.

Esto fue crítico, luego de la triste decisión de Gran Bretaña del año pasado de abandonar la UE y de cara a la lamentable ignorancia anti europea de Trump. Macron subrayó su mensaje al salir a hablar en París ante sus partidarios acompañado por el himno europeo, la Oda a la Alegría de Beethoven, en lugar de usar la Marsellesa; un poderoso gesto de apertura.

Se ha evitado un vuelco encabezado por Le Pen hacia una Europa de nacionalismo y racismo. Vladimir Putin, presidente de Rusia, respaldó a Le Pen por un motivo: quiere romper la unidad europea y cortar el lazo europeo con Estados Unidos. En cambio, el centro resistió y, con ello, la civilización.


La Europa federal es la base de la estabilidad y prosperidad europea de la postguerra. Ofrece la mejor oportunidad para que los jóvenes europeos cumplan su promesa. Es el "destino común" de los europeos, como dijo Macron durante su discurso de aceptación, parado frente a las banderas francesa y de la UE. Pensar lo contrario es olvidarse de la historia. Con razón la Canciller alemana, Ángela Merkel, a través de su vocera, inmediatamente proclamó una victoria "para la Europa fuerte y unida".

Eso requerirá reforma. Europa, complaciente, ha perdido inercia. Macron lo reconoció. Declaró: "Quiero volver a hilar el lazo entre los ciudadanos y Europa". Se requiere más transparencia, más fijación de responsabilidades y más creatividad. Ningún milagro jamás se auto comercializó de forma más miserable que la UE.

Macron, quien salió de la nada en el transcurso de un año como dirigente de un nuevo movimiento político, no hizo promesas simplistas ni inventó historias. Apoyó a los refugiados; respaldó la moneda compartida de Europa, el euro, y estuvo preparado para decirle a los franceses que no pueden dar la espalda a la modernidad y prosperidad.
Con un argumento racional elevó a 30 por ciento una ventaja sobre Le Pen que las encuestas ponían en 20 por ciento luego de la primera ronda de finales de abril, ganando con el 65 por ciento de los votos, mientras que Le Pen obtuvo el 35 por ciento. Eso, en la era de Trump de noticias y afirmaciones falsas, y de falsedad general, fue una demostración importante de que la razón y la coherencia siguen siendo importantes en la política.

Ahora empieza la parte dura. Por primera vez en Francia, la extrema derecha se quedó con más de un tercio de la votación, un reflejo de la ira en el país por la pérdida de empleo, la fallida integración de inmigrantes y el estancamiento económico. Macrón, quien dijo ser consciente de "el peligro, la ansiedad, las dudas", tiene que encarar de frente esta inquietud social reviviendo un sentido de posibilidad en Francia. Sin un cambio, Le Pen seguirá ganando apoyo.

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El cambio es notoriamente difícil en Francia. Es un país ferozmente apegado al "acquis", o derechos adquiridos, incluidos en su extenso Estado benefactor. Muchos lo han intentado; muchos han fallado.

Es especialmente difícil sin un fuerte respaldo parlamentario, y Macron lo va a necesitar. El próximo mes se llevarán a cabo elecciones parlamentarias. Su movimiento En Marche! (¡En Marcha!) debe organizarse rápido para capitalizar su victoria. Tiene una inercia extraordinaria. El paisaje político tradicional de la Quinta República (la alternancia de socialistas de centro-izquierda y republicanos de centro-derecha) ha sido despedazado.

Quizás esta misma proeza, sin paralelo en la historia política europea reciente, y el estatus de Macron como centrista independiente, le confieran una latitud única para persuadir a los franceses, por fin, de que pueden (como los alemanes y los neerlandeses y los suecos y los daneses) conservar la esencia de su Estado benefactor forjando al mismo tiempo un mercado laboral más flexible que de esperanza a los jóvenes. Con 25 por ciento de sus jóvenes desempleados, Francia se anula ella misma.

Si Francia vuelve a crecer otra vez, Europa crecerá junto con ella. Esto constituirá una poderosa censura para la escuela autócrata-nacionalista (Le Pen con su farsa de transformación política; Nigel Farage, el xenofóbico bufón de Gran Bretaña – amigo de Trump-; Putin, en Moscú; Recep Tayyip Erdogan, en Turquía, y por supuesto, el propio presidente estadounidense, cuya irresponsabilidad en el tema de los aliados europeos de Estados Unidos ha sido horrible.

Macron es una victoria por muchas cosas. Ha demostrado que Francia no es un país donde el racismo y el jingoísmo anti europeo puedan ganar una elección. Ha reafirmado la idea europea y aumentado la posibilidad de que Francia y Alemania conjuren una resurrección del idealismo europeo. Ha censurado a los inglesitos que votaron por sacar a Gran Bretaña de la Unión (y ha hecho inevitable una negociación dura para esa salida).

Sobre todo, con su inteligencia y creatividad, su cultura y apertura, Macron ha erigido una muy necesitada barrera para la locura e incivilidad, la ignorancia y cerrazón mental que se filtra de la Oficina Oval de Trump y que amenaza con corromper la conducción de los asuntos mundiales.

¡Vive la France! ¡Vive l'Europe! Ahora más que nunca.

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