New York Times Syndicate

Jattu, una sobreviviente al ébola pero estigmatizada por su comunidad

Jattu Lahai es una de las 61 personas que contrajeron ébola y se salvaron de los 337 que fueron tratados en un campamento de Médicos Sin Fronteras en Kailahun, en Sierra Leona; volver a su comunidad le fue difícil pues el miedo recorre a todos. Y ser de esta parte de África Occidental parece ser igual a contraer ébola.

DARU, Sierra Leona - Los vecinos estaban alineados, sonriendo y pronunciando suaves felicitaciones cuando la camioneta se detuvo trayendo a Jattu Lahai y su hija de 2 años de edad.

Nadie se acercó a abrazarlas. Nadie salió de la fila de 30 y pico de personas mientras Lahai, una sobreviviente de ébola, caminó a la habitación que comparte con su marido. Un visible espacio se formó alrededor de la mujer de 26 años de edad, de rostro terso, y de su bebé, también sobreviviente, mientras se sentaba en un banco.

"Cuando caí enferma, todo el mundo me abandonó", dijo Lahai, en su cuarto oscuro por primera vez desde que la ambulancia se la había llevado, en un viaje de no retorno.

Llorando en voz baja, se enjugó las lágrimas con el borde de su vestido y pronunció una oración silenciosa. "No pensé que volvería a casa nuevamente," dijo, acunando a su hija Rosalie.

Aquí, en la zona de ébola, el mundo se divide en tres: los vivos, los muertos y los atrapados en algún punto intermedio. Para quienes tienen la suerte de sobrevivir, volver a casa es otra lucha por completo.

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RETORNOS SIN ALEGRÍA

La experiencia de Lahai, de retornar a casa – silenciosa y cauta – ha sido compartida por muchos sobrevivientes de la epidemia de ébola que se extiende por África occidental. En agosto, Médicos Sin Fronteras declaró que sólo 61 de los 337 pacientes de ébola que habían sido tratados en el campamento, habilitado como centro de tratamiento en las cercanías de Kailahun, han sobrevivido. Cuando retornan a casa, algunos son recibidos calurosamente, con abrazos y bailes. Pero otros, como Lahai, sienten un escalofrío de cautela, o peor. En algunos lugares, los vecinos huyen, dijeron los trabajadores de salud.

"¿Cuánto tiempo vive el virus?" preguntó un joven a los trabajadores de salud que trajeron a Lahai a casa. "¿Qué lo mata?" exigió otro en medio de un aluvión de preguntas ansiosas. "¿Cómo se puede curar uno?", preguntó otro.

Las preocupaciones no se limitan a Sierra Leona, el país con el mayor número de casos de ébola. Algunos en los Estados Unidos se opusieron a la decisión de llevar a dos trabajadores de ayuda estadounidenses al Hospital Universitario de Emory en Atlanta para tratarlos, dado que estaban infectados y temían que la enfermedad se extendiera aún más.

En otros lugares, cualquier forma de asociación con uno de los países afectados, aunque sea remota, es suficiente para desencadenar las sospechas y el ostracismo.

Durante los últimos 10 años, MacQueen Farley ha estado viviendo en un campamento de refugiados en Ghana, un país no afectado por la epidemia hasta el momento, en donde se gana la vida trenzando el cabello por alrededor de 3 dólares por persona. Pero debido a que ella es originaria de Liberia, ha tenido que hacer frente a los temores de la gente, y ha encontrado dificultades en atender clientes, o incluso viajar en autobús a la ciudad desde el brote en su país natal.

"Así que nos encontramos con dificultades para comer," dijo. "Ellos dicen que 'todo el campamento está cubierto de ébola.'" Y agregó: "En algún momento, cuando voy al mercado a comprar comida, incluso cuando estoy tratando de pagar al vendedor, utilizan plástico para recibir nuestro dinero. Sí, se colocan plástico en las manos para recibirnos el dinero".

Algunos de los otros refugiados que viven en el campamento, que huyeron hace años de Liberia, en tiempos de la guerra, han manifestado su resistencia a ir al hospital por temor a que sean puestos en cuarentena sumariamente, como enfermos de ébola.

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SIERRA LEONA, UNO DE LOS PAÍSES MÁS AFECTADOS

Expertos internacionales de salud han advertido que la epidemia en los países afectados – Sierra Leona, Liberia, Guinea y Nigeria – es probablemente mucho peor que la estimación oficial de 2 mil 127 infecciones y mil 145 muertes. Las autoridades locales de salud dicen que están esperando un aumento en los casos, mientras se intensifica el esfuerzo para localizar a los pacientes ocultos, muchos de los cuales temen que un viaje al hospital es una sentencia de muerte.

"Miembros de la comunidad van de casa en casa", dijo Mohamed Vandi, oficial del distrito de salud gubernamental, de la cercana capital de la región, Kenema. "Por eso es que vamos a ver un aumento."

Muchas más muertes están siendo reportadas a las autoridades, dijo, aunque pocas resultan estar relacionados con el ébola.

Aproximadamente una cuarta parte de Sierra Leona ha sido acordonada por el gobierno, reforzada con barricadas manejadas por soldados y la policía, que exigen una autorización oficial para pasar.

Lahai dijo que se quedó en casa enferma durante tres días, con diarrea severa, antes de ser llevada apresuradamente a una sala de aislamiento en las instalaciones de la ciudad de Daru. Dijo que había sido contagiada por su marido, Lahai Kallon, de 32 años, un profesor que se infectó por asistir a un funeral en un pueblo vecino.

Entonces, los trabajadores de salud en trajes estériles llegaron para llevarla a Médicos Sin Fronteras, en el centro de tratamiento de Kailahun. "El día que me fui, se sentía como estar en la guerra. Estaba muy, muy asustada", dijo.

"Estaba pensando que iba a perder la vida. Fue sólo gracias a MSF", dijo, usando las iniciales del nombre francés de la organización.

Su marido había sobrevivido también, pero el día que Lahai regresó al mundo de los vivos, ¿sería vista todavía como parte del universo del ébola, donde al menos la mitad mueren, o tendría que ser uno de los vecinos en el bajo bungaló comunal en el borde de esta ciudad comercial? La respuesta parecía poco clara por ahora en la mente de muchos de los que se formularon la pregunta.

Nadie salió corriendo. Al menos otras 10 personas infectadas han regresado a Daru, dijo Ella Watson-Stryker, uno de los Médicos Sin Fronteras trabajadores que ayudó a traer de vuelta a Lahai.

Pero Lahai se sentó sola en un banco con su bebé, junto a su marido. Él no la abrazó. Su hermana mayor vino, pero tampoco ella la tocó. En cambio, sonrió y dijo que estaba contenta de ver a Lahai de nuevo.

A su alrededor, las preguntas sobre el ébola son vertidas a los dos trabajadores de la salud, quienes exhortaban a los vecinos y familiares a no tener miedo.

La presencia de los trabajadores, en sus vestimentas blancas, ayudó a facilitar el reingreso, dando algo de credibilidad a la recuperación de la joven, a los ojos de sus vecinos.

"Siempre y cuando ustedes la acompañen, no tenemos miedo'', dijo Sakpa Sawi, un pastor, sentado en una mesa, a unos 3 metros de distancia.

"No esperábamos que se fueran a recuperar", dijo Mohammed Kpande Yenge, un maestro, mirando a la pareja. "La enfermedad es una enfermedad que no tiene ninguna medida correctiva. No mucha gente sobrevive. Por lo tanto, estamos contentos".

Lahai, una mujer de suave voz, tímida sonrisa y una luz en sus ojos, sabía que era un caso sumamente afortunado: una sobreviviente con una familia como motivo para volver a casa.

En algunos hogares de esta parte del país, familias enteras han sido exterminadas. En otros, los niños pequeños han quedado huérfanos. A veces, el sostén de la familia fallece, dejando nada más que incertidumbre a aquellos que se quedan. En la ciudad de Kenema, un joven sopesaba el alivio de sobrevivir contra el dolor de una vida sin los más de una docena de familiares que había perdido.

Lahai fue a su habitación, se sentó en el borde de su cama delante de un revoltijo de posesiones – juguetes, ollas y sartenes, ropa – juntó las manos e inclinó la cabeza.

"Ahora he vuelto, y puedo empezar la vida de nuevo", dijo en voz baja. "Ahora, puedo volver a la vida normal. Soy libre."

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