New York Times Syndicate

Ellos ayudaron a borrar el ébola en Liberia, pero su país los desprecia

En una Liberia profundamente religiosa, el ébola obligó a romper un tabú: quemar cadáveres. Pero ahora los ‘héroes’ que sacrificaron sus vidas para borrar los cadáveres de los fallecidos por la enfermedad son repudiados.

MARSHALL, Liberia - Eran cerca de las 3 de la tarde cuando Sherdrick Koffa leyó el nombre en la bolsa para cuerpos que se estaba preparando para encender.

Era el nombre de un compañero de clase. Había crecido con él, había jugado con él. Ahora, apenas unos pocos días de haber empezado en su trabajo quemando los cuerpos de los fallecidos por ébola, trabajo que ya había alejado a Koffa de su familia, debía desaparecer el cadáver de su amigo.

Lo hizo. Primero roció el cuerpo con aceite para que fuera más fácil prenderle fuego. Después, tendió cuidadosamente el cuerpo, a la par de otros, sobre la madera que se quemaría en el altar del crematorio. Apiló más yesca encima. Finalmente, mientras prendía la yesca con una antorcha, Koffa se despojó de su equipo de protección y caminó hasta el campo, lejos del acre olor de carne quemándose.


No dejó de caminar hasta que llegó a casa y, una vez ahí, abrió primero una botella, después otra, de zumo de caña, el potentísimo equivalente liberiano al aguardiente. Bebió durante toda la noche, hasta desmayarse. Quince meses más tarde, Koffa, sigue bebiendo profusamente.

Ha pasado más de un año desde que su país, profundamente religioso, acogió uno de sus mayores tabúes: la cremación de cadáveres. Tras la tragedia, la mayoría de los liberianos empiezan a retomar sus vidas.

Sin embargo, ese no es el caso de alrededor de 30 jóvenes que fueron convocados durante la cúspide de la crisis el año pasado.


A medida que los cuerpos se iban apilando en las calles y funcionarios mundiales de salud advertían que las viejas tradiciones del país para funerales y entierros estaban propagando la enfermedad, estos hombres hicieron lo que pocos liberianos habían hecho antes: prenderle fuego a los muertos. Y durante cuatro meses lo hicieron repetidamente, quemando cerca de dos mil cuerpos.

Pobladores protestaron cerca del sitio, profiriendo insultos y epítetos contra los hombres, a quienes apodaron " quemadores de ébola". El gobierno desplegó agentes de policía y soldados a lo largo del camino de tierra hasta el crematorio en un campo para mantener lejos a los enojados pobladores locales.

Sus familias les dieron la espalda a causa de su sombrío trabajo. Matthew Harmon, quien vivía no muy lejos del crematorio local, dijo que su madre se negaba a verlo, diciéndole que nunca más le volviera a llamar. "Mi ma dijo: '¿Tú estás quemando cuerpos?' Entonces ya no quiero volverte a ver cerca de mí", recordó.

El exilio oscureció lo que de por sí fue una época pésima para los hombres, a grado tal que ahora, un año después de que el país cesó las cremaciones, sus vidas siguen prácticamente destruidas.

Pasan sus noches con alcohol o drogas… hábitos que dijeron haber adquirido para soportar las quemas masivas. Uno de ellos, William Togbah, dice que no pasa noche en la que no sueñe con carne quemada. Varios de los hombres, evitados por amigos y familiares, ahora viven juntos, compartiendo la misma habitación en una casa no muy lejos del sitio del crematorio.

"Mi vida no es buena ahora", dijo Togbah.

En su mayoría, Liberia ha salido de su larga pesadilla nacional. Los casos de ébola surgen de manera esporádica, con tres nuevas infecciones registradas apenas el mes pasado, en tanto expertos advierten que la enfermedad pudiera seguir apareciendo durante los próximos años.

Sin embargo, los niños ya volvieron a la escuela, se reanudaron los partidos de futbol y las iglesias se han llenado de nuevo.

Sin embargo, los hombres siguen atormentados por lo que vieron e hicieron. Al principio, usaron un incinerador para cremar los cuerpos, normalmente de noche. Sin embargo, ese método dejaba huesos humanos que los recibían cuando regresaban por la mañana, macabros restos de la vibrante gente que había vivido su vida en este país del oeste africano.

Togbah y otros usaban la palabra "borrar". A cambio, su país ahora ha borrado a estos jóvenes hombres.

"No fue nada fácil", dijo Frederick Roberts, uno de los incineradores, al recordar esa primera noche cuando llegaron los camiones con los primeros 21 cuerpos. Aterrado de acercarse demasiado a los muertos por ébola, al principio todos se diseminaron en la espesura silvestre, mientras alguien en el camión gritaba a través de un megáfono que mantuvieran cierta distancia.

"No tenía ni la menor idea de en qué me estaba metiendo", dijo Ciata Bishop, a quien el presidente le había asignado la tarea de establecer la operación del crematorio.

Esa primera noche, los hombres jóvenes vestían suéteres azules y guantes de plástico, pero funcionarios del gobierno les dieron más tarde ropa, guantes y botas protectoras. Día tras día, noche tras noche, los camiones llegaban con los cuerpos. Los fogoneros los descargaban, los rociaban de aceite y los apilaban sobre un altar.

"Olía muy mal", dijo Koffa. "Como carne, pero diferente". Su voz se cerró y él dejó de hablar, abrumado. Él y otros quemadores se habían reunido cerca del campo crematorio. Ellos nunca están lejos de ahí actualmente. El lugar que tanto odiaban se ha convertido en un hogar, por así llamarlo. En ninguna otra parte los aceptan.

"Ellos solían traernos 30, 60, 100 cadáveres al día", dijo Koffa.

Debido a que el incinerador era incapaz de convertir los huesos en cenizas, los hombres cambiaron a cremar cuerpos en piras preparadas sobre dos altares en el campo. Llevaba más tiempo, pero al menos al final había solo cenizas que limpiar.

Un día, los camiones entregaron 137 cuerpos. "Fueron necesarios dos días y medio", dijo Burdgess Willie, otro incinerador. "Olía tan mal, que teníamos que alejarnos constantemente y después volver".

Entonces, repentinamente, como si nada, había terminado. En diciembre, bajo intensa presión pública y con el número de muertes  en descenso, el gobierno anunció que estaría poniendo fin a las cremaciones. Se había asegurado una nueva parcela de 10 hectáreas, informaron funcionarios gubernamentales, para darles sepultura a los muertos del ébola. Para los 30 hombres jóvenes que llevaron a cabo la tarea de cremar a más de 2 mil muertos, la ordalía había terminado.

Solo que no era así. "La gente aún se burla de nosotros", destacó Roberts. "Cuando nos ven, dicen 'ahí va el quemador de ébola, ah'".

A lo largo de la ordalía, los jóvenes hombres dijeron pensar que obtendrían becas del gobierno cuando todo hubiera terminado. Ellos creían que serían celebrados como héroes, que la gente se disculparía por evitarlos. Siguen esperando.

Roberts dijo que unos cuantos días atrás, a casi un año desde que el gobierno puso fin a las cremaciones, había intentado subir a un taxi. Uno de los pasajeros lo detectó y rápidamente se volvió al chofer. "Él dijo: 'Este hombre trabajó en la valla, ese quemador de ébola, ah'", recordó Roberts.

La respuesta no se hizo esperar.

"Baje del auto", insistió el chofer del taxi.

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