New York Times Syndicate

Crosstown: la clínica de heroína que busca frenar una epidemia

En Vancouver, Canadá, está la única instalación médica en Norteamérica autorizada para prescribir clorhidrato de diacetilmorfina, el ingrediente activo de la heroína.

VANCOUVER, Columbia Británica .- Dave Napio empezó a usar heroína hace más de cuatro décadas, a los 11 años de edad. Como muchos adictos en estos días, se dirige al problemático barrio de Downtown Eastside de Vancouver cuando necesita una dosis.

Pero en lugar de buscar a un vendedor de drogas en un callejón oscuro, Napio, de 55 años de edad, recibe sus tres dosis diarias de una enfermera en la Clínica Crosstown, la única instalación médica en Norteamérica autorizada para prescribir el narcótico en medio de una epidemia que arrasa a todo el continente.

Y, en vez de robar bancos y joyerías para apoyar su hábito, Napio está pasando su tiempo haciendo joyas de oro y plata, con la esperanza de pronto convertir su pasatiempo en una profesión.


"Toda mi vida se ha enderezado", dijo Napio, quien pasó 22 de sus 55 años en prisión, durante una entrevista reciente en la sala de inyección recubierta de espejos de la clínica. "Me estoy convirtiendo en un tipo común".

Napio es uno de los 11 adictos crónicos con recetas para el clorhidrato de diacetilmorfina, el ingrediente activo en la heroína, la cual se inyecta tres veces al día en Crosstown como parte de un tratamiento conocido como mantenimiento de heroína. El programa ha sido tan exitoso para mantener a los adictos fuera de la cárcel y alejados de las salas de emergencia que sus partidarios están buscando ampliarlo a todo Canadá. Pero han sido obstaculizados por una maraña de papeleo y una batalla legal de muchos años que reflejan un conflicto entre la medicina y la política sobre cómo abordar la adicción a las drogas.

El programa de prescripciones de la clínica empezó como un ensayo clínico hace más de una década. Pero ha cobrado más interés recientemente cuando una plaga de uso ilícito de la heroína y de sobredosis fatales de analgésicos legales ha recorrido todo Estados Unidos, alimentando la frustración por los obstáculos ideológicos y legales a las formas de tratamiento que estudios demuestran frenan la propagación de enfermedades a través de las jeringas y evitan muertes.

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Canadá y algunos países europeos han permitido hace tiempo los intercambios de jeringas y los sitios de inyección monitoreados. Los programas de prescripción como el de Crosstown, para adictos a quienes los medicamentos de reemplazo como la metadona no parecen ayudar, han existido durante años en Gran Bretaña, Dinamarca, Alemania, Holanda y Suiza. Todos estos países han reportado importantes disminuciones en el abuso de drogas, la delincuencia y las enfermedades.

Pero esos programas han sido frenados en Estados Unidos, donde las sobredosis últimamente han conducido a 125 muertes por día, por las preocupaciones de que pudieran alentar el uso de drogas ilícitas. En febrero, el alcalde de Ithaca, Nueva York, fue criticado por algunos funcionarios republicanos, profesionales de la rehabilitación y agentes policiales después de que propuso establecer la primera instalación de inyección supervisada del país.

Las autoridades de Vancouver, una metrópolis bulliciosa en la costa de Columbia Británica, dicen que recurrieron a esos programas después de que enfoques de justicia criminal más tradicionales no lograron detener el rampante uso y venta de drogas ilegales en el Downtown Eastside, un barrio pobre famoso por la adicción y la delincuencia.

"Tratamos de salir de ello mediante arrestos y no funcionó", explicó el sargento Randy Fincham del Departamento de Policía de Vancouver. "Congestionar nuestros tribunales y cárceles no fue la solución".

La ciudad inició, en 2003, la primera instalación de inyección legal de Norteamérica, InSite, que actualmente atiende a unas 800 personas cada día. Los adictos llevan sus propias drogas, e InSite ofrece jeringas limpias y supervisión médica. La organización no ha registrado sobredosis fatales en su edificio, y dijo que las sobredosis cerca de la instalación han disminuido en 35 por ciento desde 2003, comprado con una disminución de 9 por ciento en todo Vancouver.

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Más ampliamente, un estudio realizado por el Centro de Columbia Británica para la Excelencia en VIH/Sida encontró que las personas que usan sitios de inyección seguros tienen 30 por ciento más probabilidad de entrar en programas de desintoxicación y 70 por ciento menos probabilidad de compartir jeringas.

Los sitios de inyección legales, sin embargo, no abordan los robos, la prostitución y otro comportamiento criminal de que dependen a menudo los participantes para financiar su adicción. Y la heroína vendida en la calle a menudo es combinada con - o subrepticiamente reemplazada por - fentanilo, un opioide hasta 50 veces más potente que fue la causa o un factor que contribuyó en 655 muertes en toda Canadá entre 2009 y 2014, según el Centro Canadiense sobre el Abuso de Sustancias.

Los participantes en el programa de prescripciones de Crosstown no tienen que preocuparse por la pureza de sus drogas.

Para conseguir una receta de diacetilmorfina de la clínica, los pacientes deben haber participado en dos ensayos clínicos anteriores sobre mantenimiento de heroína, cuyos requisitos de elegibilidad incluyeran más de cinco años de inyectarse opioides y al menos dos intentos fallidos con una terapia de reemplazo, uno de ellos con un tratamiento como la metadona.

El primer ensayo, conocido como la Iniciativa Norteamericana de Medicación Opiácea, siguió a los usuarios de 2005 a 2008, y encontró que prescribir diacetilmorfina podía ahorrar un promedio de 40 mil dólares en costos sociales de por vida por persona comparado con el tratamiento de metadona.

El segundo ensayo, cuyos resultados fueron publicados recientemente en The Journal of the American Medical Association Psychiatry, encontró que la hidromorfona inyectable, un analgésico autorizado, puede ser tan exitoso como la diacetilmorfina para tratar una adicción crónica a los opioides.

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Pero sus proponentes dicen que algunos adictos no pueden tolerar los efectos de la hidromorfona, y les preocupa que cualquier cosa salvo la heroína misma les haga regresar a las calles.

El programa de prescripción de diacetilmorfina es uno de varios servicios de tratamiento de adicciones en Crosstown, una clínica en un edificio bajo gris que abrió en 2005. El programa con financiamiento público cuesta unos 27 mil dólares canadienses, o 21 mil dólares estadounidenses, por adicto al año. (The Journal of the Canadian Medical Association publicó un estudio en 2012 que estimó que un usuario de opioides severo sin tratamiento cuesta a los contribuyentes al menos 35 mil dólares al año en atención médica, cárcel y otros gastos.)

Los pacientes pueden visitar la clínica hasta tres veces al día, de 8:30 de la mañana a las 4 de la tarde. Entran a través de una puerta de seguridad y llenan un área de espera de paredes blancas antes de tomar asiento en la sala de inyección, donde enfermeras les dan una jeringa y una dosis promedio de 200 miligramos de diacetilmorfina. El proceso toma unos minutos, pero el efecto es profundo.

"Hemos visto a la gente hacer cambios drástico en su vida", dijo el doctor Scott MacDonald, el médico principal de la clínica. "Ya no tienen que hacer tranzas o trabajos sexuales, y algunos ahora pueden ir a la escuela o trabajar. Es muy satisfactorio".

Larry Love, un experforador de pozos petroleros de 65 años de edad jovial y de cabello cano, dijo que empezó a usar heroína a los 13 años. Décadas de adicción destruyeron su matrimonio y las relaciones con sus hijos. Una herencia de 350 mil dólares que recibió en los años 90 se desvaneció en menos de cuatro años.

La diacetilmorfina, dijo, le ha reabierto el camino hacia la normalidad. La comparó con la insulina que se inyectan diariamente los diabéticos: simplemente un medicamento que él necesita para mantenerse vivo.

"Gira 100 por ciento en torno a la estabilidad", dijo. "Ahora tengo dinero en mi cuenta de ahorros y puedo hacerme un corte de pelo siempre que quiero. Incluso he empezado a invertir".

Sus proponentes han querido desde hace tiempo extender el mantenimiento con heroína más allá del pequeño grupo de pacientes en Crosstown, pero enfrentan enormes obstáculos burocráticos y una continua pelea judicial.

En 2013, el ministro de salud de Canadá, miembro del entonces gobernante Partido Conservador, buscó introducir regulaciones que prohibirían la prescripción de heroína y otras drogas ilegales fuera de un ensayo clínico, reflejando la amplia oposición del partido a las políticas de reducción de daños.

Cinco pacientes de Crosstown y la Sociedad de Atención Médica Providencia, que dirige la clínica, presentaron un caso ante la Suprema Corte de Columbia Británica para bloquear la medida, argumentando que las regulaciones federales violaban un derecho constitucional a un tratamiento que salvaba vidas. Un juez de la Suprema Corte concedió una orden judicial en 2014 que permitía a los pacientes actuales seguir recibiendo heroína de prescripción hasta que la refutación constitucional fuera escuchada. Una fecha en tribunales está programada para octubre.

En Crosstown, los pacientes continúan tratando de reparar sus vidas fracturadas.

Liane Gladue, de 48 años de edad, era maestra de séptimo grado y una mujer casada con hijos antes de empezar a inyectarse heroína hace dos décadas. Dijo que no pudo dejarlo, y pasaba sus horas de vigilia robando en tiendas y cometiendo otros delitos. Pero desde que se unió a los ensayos clínicos y el programa de Crosstown, dijo, se ha reconectado con sus hijos adultos.

"Cuando despierto y pienso en lo que tengo que hacer para conseguir heroína, me siento afortunada de estar en este programa", dijo. "Ahora puedo dedicarme un poco a la recuperación".

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