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La colonia Del Valle se colapsó; albañiles, los que la rescatan

Los ciudadanos, vecinos, los mismos transeúntes, pero sobre todo los albañiles de la zona, tomaron el control. Dos mujeres pasaron caminando vestidas de polvo, todavía con las ropas de casa puesta.

La señora estaba en cuclillas. Luego se levantaba. Nunca gritó pidiendo auxilio. De vez en cuando señalaba hacia abajo, hacia una montaña de escombros que yacía a sus pies.

Nunca perdió el control, ni siquiera cuando todos los que estaban sobre Gabriel Mancera y la calle de Escocia le suplicaban que se tranquilizara. Tenía unos 55 años. Vestía una playera blanca sin mangas y un pantalón holgado color negro.

Los primeros que llegaron hasta ahí fueron unos 30 albañiles de una construcción cercana. Ellos mismos la rescataron, unos 40 minutos después del terremoto que sacudió a la capital, ayer por la tarde.

Todos estaban concentrados en esa señora, pero si se giraba la mirada hacia el lado derecho se podía ver otra tragedia. Sobre la misma calle de Escocia, una diminuta vialidad de la Colonia del Valle, sólo a unos diez metros de ese edificio, se presentaba otro derrumbe.

Dos mujeres pasaron caminando vestidas de polvo, todavía con las ropas de casa puesta. Las dos, con heridas en rodillas y brazos deambularon como dos sonámbulos, sin decir nada, sin chistar nada. En ellas hablaba el concreto pulverizado en sus rostros y en su cabello.

Fue entonces cuando los mismos ciudadanos, los mismos vecinos, los mismos transeúntes, pero sobre todo los albañiles de la zona, tomaron el control en esas horas de incertidumbre, sobre todo en la tarea del urgente rescate de personas atrapadas.

Luego de dos horas, a ese sitio no habían arribado elementos de Protección Civil (federal o de la Ciudad de México), ni bomberos, ni elementos del Ejército o la Marina. Fue, como en el terremoto de ya esta trágica fecha, la de hace 32 años, que "los de a pie" eran los que acarreaban escombros con cubetas, con carretillas o a mano limpia.

Colchones, sillas, persianas, alfombras, muebles en general se suspendían peligrosamente hacia el vacío. "¡Apaguen cigarros!" "¡Los que no tengan nada que hacer aquí, retírense!", gritaban dos capataces.

Uno de los voluntarios aventó varias revistas de adolescentes al aire y descendieron casi en cámara lenta hasta la calle, como gritando que apenas hace unas horas tenían una dueña, o un dueño. "¡Silencio!" "¡Silencio!", fue el grito que paralizó a todos por unos minutos. Alguien pedía auxilio en algún sitio de esas ruinas.

—¿Estaba contigo Eva?—preguntó una vecina del lugar, de unos 60 años, a un muchacho con el rostro desencajado, con los ojos inyectados de sangre. Era el encargado del edificio de Edimburgo y Escocia.

—Sí, pero se quedó en la bodega —respondió apenas con un hilillo de voz.

—¡No es posible! ¡No es posible! —lanzó un alarido la señora. Los que estaban alrededor sólo se agacharon la cabeza o se llevaron las manos al rostro.

De nuevo un rodeo por Eje 5 Sur, Eugenia, para llegar al edificio colapsado de Gabriel Mancera. El olor a gas era penetrante, profundo, inmenso. Paramédicos de cuatro ambulancias de la Cruz Roja, del ERUM y particulares esperaban a un costado a algún sobreviviente, alguna camilla que inyectara esperanza en esta jornada. Era, pues, nuestro nuevo 19 de septiembre.

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