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Trump tiene mil 300 millones de razones para no pelearse con China

China podría aprovechar los ataques de Trump para estimular el nacionalismo en sus habitantes, y de paso, alentar el rechazo al mandatario estadounidense entre sus habitantes.

El presidente estadounidense Donald Trump ha atacado reiteradamente a China respecto de todo, desde el comercio hasta Taiwán, para obligar a su homólogo Xi Jinping a ceder terreno. De esa manera corre el riesgo de generar una reacción adversa que podría dificultar aún más establecer acuerdos.

China tiene una población de mil 300 millones de habitantes y sus medios estatales dominantes tratan de pulir la imagen del Partido Comunista. En ese contexto, el hostigamiento de Trump podría alimentar el nacionalismo en un año en que las autoridades de China ya hacen un considerable esfuerzo por inculcar orgullo popular y acentuar la unidad.

Si los ataques retóricos de Trump aumentan el patriotismo chino a Xi podría quedarle menos margen para negociar sin parecer débil en su país, lo cual eleva las probabilidades de que se vengue. Eso es un hecho, a pesar de que en general los líderes chinos se esmeran en tratar de evitar que el nacionalismo cobre demasiada fuerza por temor a que provoque tensión social.

Al igual que los presidentes anteriores, Xi usa el nacionalismo para fortalecer su posición, así como también la del partido. Mostrarse fuerte en la escena global y evitar las provocaciones de otros países, es una forma de fomentarlo. Desde que asumió el poder, Xi amplió el alcance de las fuerzas armadas de China e intensificó las reivindicaciones territoriales en el Mar del Sur de China.

"Si los chinos perciben que Trump acosa a Xi Jinping, esperarán una respuesta muy fuerte", dijo Paul Haenle, asesor del expresidente George W. Bush respecto de China y actualmente director del Carnegie-Tsinghua Center for Global Policy en Pekín. "Si las cosas se ponen realmente feas, podría ganar espacio el nacionalismo" como en las protestas antijaponesas de finales de 2012.

En el apogeo de dichas fricciones con Japón por el Mar de China Oriental, que tuvieron lugar poco antes del encumbramiento de Xi, los chinos salieron a la calle en más de una decena de ciudades, destrozaron autos japoneses, rompieron banderas y saquearon tiendas de ese país.

La furia cesó cuando el gobierno japonés nacionalizó tres islas en disputa, lo cual generó denuncias de que Tokio había violado la soberanía de China y "herido los sentimientos del pueblo chino".

En un momento los manifestantes desviaron sus críticas hacia el gobierno central y exhibieron carteles del fallecido presidente del partido, Mao Zedong, para dar a entender que éste había tenido una posición más fuerte que las autoridades de Pekín.

Otros aprovecharon las protestas para demostrar su apoyo a Bo Xilai, el político caído en desgracia famoso por querer revitalizar las políticas maoístas.

Ahora Trump y su equipo corren el riesgo de ofender a los nacionalistas en China haciendo recriminaciones a Pekín por Taiwán y el Mar del Sur de China, áreas que las autoridades partidarias consideran "intereses esenciales" que no se negocian.

Ahora que Xi se prepara este año para una reorganización de la cúpula partidaria realizada dos veces por década, cualquier provocación conlleva un riesgo adicional, dado que necesita proyectar una imagen de líder fuerte que no se acobarda ante una política estadounidense que parece destinada a frenar a China.

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