Mundo

El incierto futuro de migrantes tras la deportación de EU

Una madre hondureña y su hija de nueve años regresaron a su país tras ser deportadas por el gobierno estadounidense; ahora, temen por su vida, ya que deben seis mil dólares a un pandillero de la zona, dinero que utilizaron para llegar a Estados Unidos.

TEGUCIGALPA.- Cuando Génesis, de nueve años, se bajó del avión en Honduras después de haber sido deportada desde Estados Unidos, estaba entusiasmada con la idea de ver a sus primos.

Pero para su madre, Victoria Córdova, el regreso es aterrador: teme morir si no devuelve el dinero que la esposa de un pandillero le prestó para pagar al "pollero" -traficante de personas- que las llevó a Estados Unidos.

Tras un agotador viaje de dos mil 500 kilómetros por tierra, Victoria y Génesis fueron capturadas ingresando a Texas en junio y enviadas esta semana de vuelta a casa, como parte de un esfuerzo de Estados Unidos para acelerar la expulsión de miles de inmigrantes ilegales, muchos de ellos niños.

Madre e hija, que habían huido de la violencia rampante en la ciudad hondureña de Tegucigalpa, regresaron a una situación aún más precaria que la que dejaron. Córdova, que está desempleada, no sabe cómo va a pagar el préstamo.

Su historia es emblemática de un problema más amplio del que se ha hablado poco: amenazas, deudas y desesperación a menudo acechan a los emigrantes deportados que regresan Honduras, El Salvador y Guatemala.

Génesis, que dejó atrás a amigos, su perro y sus juguetes para viajar 25 días al norte con su madre, a veces durmiendo en el lodo bajo la lluvia, estaba contenta de volver a casa.

"Vengo alegre porque voy a ver a mis primos", dijo Génesis a Reuters después de salir del vuelo proveniente de Estados Unidos con otros 20 niños y 17 mujeres en San Pedro Sula, la ciudad con la mayor tasa de homicidios en el mundo.

Pero el comentario inocente contrasta con la realidad que enfrenta su madre en un país donde las pandillas controlan los barrios pobres.

UNA DEUDA DE SEIS MIL DÓLARES

Córdova, de 30 años, y Génesis llegaron a casa cerca de la medianoche. En cuestión de horas, recibió la visita de la esposa del líder criminal, que está en prisión, para recordarle que aún le debía seis mil dólares.

"Me dijo que pague lo más pronto posible porque ella podría tener problemas", dijo Córdova, tratando de ocultarle sus lágrimas a Génesis, mientras relataba la historia junto a su numerosa familia en una casa de láminas en Tegucigalpa.

"Si él se da cuenta (el líder de la pandilla) se podría enojar con ella o conmigo y tú sabes qué quiere decir eso, perder la vida" agregó Córdova, cuya deuda equivale a 21 meses de salario en el trabajo que tenía antes de emigrar.

Julio Pineda, un hondureño de 21 años que fue deportado desde México en la primavera boreal tras fracasar en su intento de llegar a Estados Unidos, dijo que los pandilleros no son muy tolerantes con quien se atrasa en el pago de las deudas.

"(Te dan) dos, tres meses, y si no encuentras el billete, vas para abajo", comentó, mientras esperaba a su cuñado, quien regresa en un vuelo de Estados Unidos con otros deportados.

Córdova dijo que preguntó al traficante hondureño de personas (también llamados "coyotes") si le devolvería el dinero. Se negó, pero ofreció llevarla de nuevo al norte.

"Le dije: no, ¿por qué haría eso? ¿Para que me devuelvan otra vez?", comentó.

Muchos niños y jóvenes que emigran están tratando de huir de violentas pandillas o "maras" como la "Calle 18" o la "Mara Salvatrucha", formadas en la década de 1980 en Estados Unidos por inmigrantes centroamericanos, que han vuelto a sus países y que tienen vínculos al tráfico de drogas y la extorsión.

Luis Zayas, de la Universidad de Texas en Austin, señaló que "algunos de esos adolescentes están ahora de nuevo en la mira de esa gente que quería reclutarlos y quizás ahora sean castigados por tratar de irse".

NIÑOS EN FUGA

En el automóvil de regreso a casa desde el aeropuerto, Córdova expresó algunos de sus temores mientras Génesis dormía apoyada en su hombro, aún con los mismos zapatos rosa con los que salió hacia Estados Unidos.

Niños no mucho mayores que su hija son seducidos por las pandillas, como su sobrino Henry, a quien trataron de reclutar a sus 12 años, ordenándole un asesinato.

El niño se negó y tuvo que ocultarse incluso de su madre por el temor de ser asesinado. El chico se convirtió en ladrón para sobrevivir y ahora está prisión.

Su vecino Javier González, de 23 años, no tuvo tanta suerte. Tras ser forzado a vender drogas en el barrio de una pandilla rival, los de "Calle 18" lo mataron.

Córdova pidió detener el coche en camino a su casa desde el aeropuerto para vomitar. Luego pasó la noche despierta en la cama que comparte con su hija en su casa, donde viven cinco adultos y tres niños y en la que el padre de Córdova, de 63 años, aporta el único ingreso fijo como pintor.

Antes de irse, Génesis pasaba la mayor parte de su tiempo libre jugando a las escondidas con su primo Wenzel, de 11 años, y con su perra Lassie, a la que suelen vestir con ropa de niña.

Génesis dice que quiere ser maestra y usualmente usa un juguete con forma de tableta digital para jugar a las clases con niñas más chicas.
La deportación podría tener efectos duraderos.

"Psicológicamente, los niños que son devueltos son frecuentemente devastados porque se fueron con la esperanza de un futuro mejor, y vuelven a una dura realidad", dijo Van Tran, sociólogo de la Universidad de Columbia que pasó años en campos de refugiados en Tailandia.

Génesis se rió nerviosamente cuando le preguntaron sobre el viaje hacia Estados Unidos, en el que se vio forzada a dormir a la intemperie mientras llovía.

Pero en un momento clave, cuando el coyote que la llevaba con otras personas en un bote inflable sobre el Río Bravo hacia Estados Unidos se echó al agua al ver una lancha de la Patrulla Fronteriza, amenazando con volcar el bote, ella recuerda haber sido valiente.

"Yo no estaba llorando", dijo con orgullo. Su madre, la corrigió cariñosamente: "tú sí".

Génesis se acerca a la pubertad, y su madre teme que pueda volverse hacia las drogas, o hacerse novia de un pandillero.

"La verdad es que yo no veo un futuro", dijo. "Ya me deportaron, que era la única esperanza que tenía, educar a mi hija, ayudar a mi papá. Ahora mi futuro es conseguir trabajo para pagar mi deuda. Los sueños (...) se fueron para abajo".

También lee: