Monterrey

Pactos, ¿para qué?

OPINIÓN. Pareciera que la construcción del llamado Frente Amplio Opositor, con la participación de partidos tan disímbolos como Acción Nacional y de la Revolución Democrática, tiene como simple objetivo sacar al PRI de la Presidencia de la República. Y, por añadidura, el país podrá caminar por la senda del progreso, aunque esa cantaleta ya la hemos escuchado y vivido sin mayores repercusiones

El diseño de instituciones y y la aplicación de un marco jurídico que brindaría certidumbre a los procesos electorales en Nuevo León y en México eran, en teoría, el paliativo para dinamizar nuestra democracia y generar los incentivos necesarios para dotar de mayor pluralidad política a los diferentes poderes en los distintos niveles de gobierno. Por esta razón, la construcción de pactos y acuerdos entre las élites políticas que pudieran devenir en políticas públicas encaminadas en satisfacer las demandas de la sociedad fueron, quizá, una de las grandes apuestas de los ciudadanos.

En países como España, la capacidad de construir acuerdos permitieron darle entrada al juego político a organizaciones que estuvieron prohibidas durante la dictadura de Franco como el Partido Comunista. La inclusión de las distintas corrientes políticas en la incipiente democracia española, facilitaron el proceso de desmontaje y construcción de un nuevo régimen.

Por supuesto, no fue un proceso político desprovisto de contratiempos.

Pero el espíritu del Pacto de la Moncloa estuvo vigente, por lo menos, hasta que la "gran recesión" económica cimbró los cimientos del moderno Estado español.

En México, la alternancia política en la Presidencia de la República que benefició al Partido Acción Nacional generó un estancamiento democrático, en donde únicamente sobreviviría la institucionalización del acceso a la información en los diferentes niveles de gobierno. Sin embargo, en la "década perdida", el PAN no sólo se negó a desmantelar la estructura de un Estado autoritario, sino que además empoderó a los gobernadores como virtuales amos y señores de sus entidades.

Con el regreso del PRI a Los Pinos, el "Pacto por México" vino acompañado por un incremento en la percepción de que la corrupción se convertía en el cemento que fortalecía el nuevo andamiaje del gobierno federal. Y por supuesto, los pactos políticos más rentables han sido los electorales.

La "Alianza por la Grandeza de Nuevo León" se convirtió en un acuerdo entre actores bastante heterogéneos cuyo único logro ha sido la victoria electoral de un candidato independiente que, en las formas, es un priista funcional. Durante su campana política, Rodríguez Calderón no tuvo la altura política para transparentar los recursos utilizados y los nombres de las personas que realizaron donaciones a su campana política.

Y pareciera que la construcción del llamado Frente Amplio Opositor, con la participación de partidos tan disímbolos como Acción Nacional y de la Revolución Democrática, tiene como simple objetivo sacar al PRI de la Presidencia de la República. Y, por añadidura, el país podrá caminar por la senda del progreso, aunque esa cantaleta ya la hemos escuchado y vivido sin mayores repercusiones. ¿Porqué habríamos de creerles al PAN y al PRD que "ahora si" van a trabajar a favor de la construcción de un nuevo régimen político que desmonte el entramado que constriñe la participación ciudadana y favorece la dictadura de los partidos políticos si cuando el primero tuvo el poder no lo hizo?

La participación de Fernando Elizondo en las mesas de trabajo que preparan las directrices del eventual Frente Amplio Opositor siembre más dudas que certidumbre. Porque desde octubre del 2015, el proyecto del Gobierno del Estado que abanderaron Jaime Rodríguez y Fernando Elizondo ha sido incapaz de innovar la forma de administrar y se ha negado en abrir espacios a la participación ciudadana, es esta la transición que proponen a nivel nacional?

El autor es politólogo por el Tecnológico de Monterrey y candidato de la Maestría en Ciencia Política y Política Pública de la Universidad de Guelph.

Esta es una columna de opinión. Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad únicamente de quien la firma y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.

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