Monterrey

La satanización del neoliberlalismo

Para México es importante distinguir entre tres etapas económicas de la época moderna para entender el neoliberalismo en el país.

Recientemente escuché voces que indican que el bajo crecimiento económico de México y la pobreza en el país son efectos directos de la aplicación de un modelo económico neoliberal en el país.

Creo que existe una gran confusión e ignorancia sobre lo que significa el liberalismo económico. Dicho concepto nace en la época de la ilustración siendo Adam Smith, el padre de la economía, uno de sus primeros precursores. En su libro, La Riqueza de las Naciones, Smith aboga por un sistema económico de mercado en lugar de uno dictado por el estado. Es decir, un sistema donde la libertad individual económica proveería de un mayor bienestar y mayor harmonía en la sociedad. La propiedad privada y los contratos individuales son el ejemplo de este sistema.

Para México es importante distinguir entre tres etapas económicas de la época moderna para entender el neoliberalismo en el país. La primera etapa fue la llamada desarrollo estabilizador durante las décadas de los 50s y 60s, donde la economía comenzó un proceso de industrialización. El gobierno destinó grandes recursos para obras de infraestructura, educación y salud. Aunado a eso, la recuperación de los Estados Unidos y los países europeos ayudaron a potenciar las exportaciones y manufacturas nacionales. Se vivió una etapa de crecimiento económico alto con bajos niveles de inflación y se industrializó al país.

Llega la década de los 70s donde se adopta un modelo de sustitución de importaciones y de la intervención del estado en sectores clave de la economía. Como lo comprobó David Ricardo hace tres décadas, ningún estado es autosuficiente, y se requiere de la especialización para competir. El resultado fue un gasto de gobierno excesivo lo que ocasionó una pérdida de competitividad y déficits fiscales acumulados que provocaron el colapso de la economía. Se perdió una década, los 80s, que se destinó para pagar la deuda que se generó en esta etapa.

En los 90s, se adopta un modelo económico neoliberal, es decir, se privatizan gran parte de las empresas paraestatales y se fomenta a la economía de mercado. Lo anterior transforma una economía dependiente del petróleo y del gasto de gobierno para su crecimiento a una de libre mercado y manufacturera. El modelo adoptado, teóricamente parecería el mejor para potenciar a la economía y el bienestar nacional. ¿Qué pasó?

Como lo dijo Jonathan Heath en una entrevista reciente en El País, en México no se adoptó por completo un modelo neoliberal. Se privilegiaron a oligopolios y en su caso a monopolios privados, circunstancia que va en contra del modelo neoliberal. De hecho, se mantuvieron varios monopolios estatales como CFE y Pemex que, sin competir, sufren ahora las repercusiones de bajos niveles de productividad e ineficiencias.

Las recientes reformas estructurales, en su mayoría, abogan por mayor competencia en los mercados y por ende mayor inversión individual para participar en los mismos. La apertura del sector de telecomunicaciones, el sector financiero y el energético son ejemplo de ello. Los resultados de ello, como en el caso de la firma del TLCAN en 1994, se observarán en el largo plazo. Sin embargo, sería un gran retroceso devolverle al estado el control de sectores clave de la economía y más cuando vemos que sus directores serán políticos y no administradores. Basta con observar economías como la japonesa, alemana e inglesa para observar estos beneficios.

Cabe destacar que normalmente se confunde a los países nórdicos en Europa como socialistas. La realidad es que estos países tienen índices de libertad económica mayores a los de México. Es muy distinto un estado de bienestar social que un estado socialista, este último implicaría que el estado controlar sectores clave de la economía, que no pasa en estos países. Esto sí sucede en México con Pemex y CFE.

El autor es Director general y fundador de GF GAMMA y catedrático en el ITESM campus Monterrey. Cuenta con un doctorado en Finanzas y maestría en Economía Financiera por la Universidad de Essex en el Reino Unido, y una Licenciatura en Economía por el ITESM (campus Monterrey).

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Esta es una columna de opinión. Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad únicamente de quien la firma y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.

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