Monterrey

La propia política– Para mi confianza

OPINIÓN. Yo soy una ciudadana que quiere confiar en las instituciones públicas y trabajo por ello, me motiva creer que podemos llegar a ese estado de comodidad, protección y certeza que significa el bien común.

La confianza no se pide, se construye día a día como castillos en la arena destinados a desaparecer con las mareas. Esto no significa que lo invertido caiga en un hoyo negro que succiona y nulifica, aunque a veces así pareciera en esta crisis de credibilidad política que se vive.

Con muy poca esperanza llamé a la Policía Federal de Caminos, no podía localizar mi hija que viajaba en carretera, debía llegar a las 8 y ya era madrugada. Tomaron los datos del vehículo, me informaron que no había accidentes reportados y en ese momento salieron las patrullas a recorrer la ruta, si encontraban algo, me informarían de inmediato, también me adelantaron el procedimiento en caso de secuestro. Irresponsabilidad juvenil o señal fallida, mi hija se reportó al día siguiente muy temprano. Lo mejor fue que a alrededor de las 11 de la mañana me llamaron de la PFC para informarme que no hubo accidentes en el tramo y para saber si había aparecido mi hija. Lo único que sentí fue sorpresa, realmente estábamos protegidas. Con una llamada construyeron la confianza que jamás había sentido por la institución. Muchas reflexiones se detonaron porque mi desconfianza era un prejuicio aprendido.

En una sociedad históricamente plagada de antivalores aprendemos a no tener esperanzas ante el sistema y no consideramos la posibilidad de utilizarlo legalmente a nuestro favor, más bien tramamos estrategias para manipularlo. Sin saberlo, participamos activamente en el círculo vicioso de corrupción e inventamos variaciones para la transa.

Yo soy una ciudadana que quiere confiar en las instituciones públicas y trabajo por ello, me motiva creer que podemos llegar a ese estado de comodidad, protección y certeza que significa el bien común. Y de pronto descubrí que México no es el sistema corrupto, manipulador y unipartidista, eternizado en el poder, que conocí en mi infancia y que seguramente trasmití a mis hijas.

No hay candidez en mis reflexiones, la realidad es brutal, cargo con otras experiencias en la que la legalidad me ha costado mucho tiempo, esfuerzo, inteligencia y dinero para hacer valer la justicia o mis derechos, sin la certeza de lograrlo. Otras tantas que he dejado pasar porque no creí en el sistema o no tuve los recursos para mantenerme en el largo proceso. No es fácil hacer valer la justicia, el Estado de Derecho es débil en México, pero ahora advierto esfuerzos institucionales a los que tal vez no les he dado oportunidad, quizá en la maraña mediática rentable de violencia, corrupción y desacreditaciones aún no logran llamar la atención.

Va en dos vías, mi determinación para creer en el sistema y la determinación de ciertas instituciones del sistema que buscan un cambio y se esfuerzan en ser confiables. Ya están los dos ingredientes para un cambio cultural y la apuesta va en lo que sí existe.

La autora es Consejera Electoral en el estado de Nuevo León y promotora del cambio cultura a través de la Educación Cívica y la Participación Ciudadana.

Esta es una columna de opinión. Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad únicamente de quien la firma y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.

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