Monterrey

La fuerza de la memoria

OPINIÓN. Debemos reconocer que si no sentamos las bases de un verdadero Estado de Derecho no tendremos la capacidad de dotar de un mejor futuro a las nuevas generaciones.

La construcción de la memoria resulta imprescindible no solamente para cohesionar y darle sentido de comunidad a una sociedad, sino como un ejercicio colectivo que debe servir para inmortalizar hitos que han marcado a los habitantes de nuestra ciudad y como una forma de recordar las enseñanzas que ese conjunto de hechos nos ha dejado
con el fin de aprender de nuestros propios aciertos y evitar cometer los mismos errores en el futuro.

En el estricto sentido político, la memoria resulta tan poderosa que puede ser manejada a conveniencia de cierto sector de la sociedad para "monopolizar" los hechos que deben ser recordados y "borrar" aquellos que deberían ser olvidados al representar un riesgo para nuestra comunidad.

A lo largo de los años, la narrativa de la ciudad de Monterrey nos ha brindado un claro ejemplo de los diferentes usos que puede tener la memoria.

Cada 17 de septiembre, un sector de nuestra comunidad celebra el aniversario luctuoso de Eugenio Garza Sada; quien, de acuerdo a la historia oficial, sufrió un intento de secuestro por integrantes del grupo guerrillero "23 de septiembre" y fue asesinado en el acto en 1973.

Por el otro lado, la historia de nuestra ciudad no guarda dentro de su memoria la desaparición de jóvenes producto de la guerra sucia de la década de los 70 como Jesús Ibarra Piedra, hecho que sucedió solo dos meses después del fallecimiento de Garza Sada. Estas son las dos caras de la misma moneda; un sector de la sociedad que apoya la
construcción de una memoria colectiva mediante la celebración del aniversario luctuoso de Eugenio Garza Sada pero que suprime hechos de nuestra memoria como la desaparición forzada, la guerra sucia y las violaciones a los derechos humanos.

Desde la década de los 70 del Siglo XX, Monterrey y el Estado de Nuevo León no habían transitado por una etapa tan marcada por el incremento exponencial de inseguridad y de violaciones a los derechos humanos como la que padecimos durante la administración de Rodrigo Medina y que, hoy en día, seguimos padeciendo.

Quizás, uno de los hechos más lamentables y tristes de nuestra historia
fue el ataque al casino Royale realizado por un comando armado de narcotraficantes y que ocasionó la muerte de 52 personas. Por supuesto, este lamentable suceso marcó un parteaguas en nuestra comunidad por el descubrimiento de dos hechos fundamentales:
primero, la enorme capacidad de organización y destrucción del crimen
organizado en nuestra entidad y, en segundo lugar, la monumental incapacidad de las autoridades estatales para prevenir este tipo de sucesos y para realizar una procuración efectiva de la justicia.

Hoy, la mejor forma de honrar a las personas que fallecieron en el casino Royale es apropiarnos de la capacidad de escribir y construir una memoria como un ejercicio comunitario de reencontrarnos con nosotros mismos y nuestros vecinos para reconocer que nuestra memoria es válida y necesaria.

Al mismo tiempo, debemos reconocer que si no sentamos las bases de un verdadero Estado de Derecho no tendremos la capacidad de dotar de un mejor futuro a las nuevas generaciones. Hoy en día, la historia como ciencia social tiene el potencial de ser utilizado para analizar bajo que situaciones nuestra comunidad enfrentó graves riesgos y la capacidad que tuvo de generar soluciones para enfrentarlos. No cometamos los mismos errores del pasado.

* El autor es politólogo por el Tecnológico de Monterrey; consultor político de la firma internacional Global Nexus y cursa sus estudios de posgrado en la Universidad de Wisconsin.

Esta es una columna de opinión. Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad únicamente de quien la firma y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.

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