Monterrey

La amenaza del populismo en el entorno mundial actual

Opinión.      Es urgente modificar y fortalecer las instituciones sociales que permiten el eficiente funcionamiento del sistema económico actual, particularmente en la protección y seguridad de los ciudadanos,

Después de meses de incertidumbre, el candidato republicano Donald
Trump
ha resultado ganador y es presidente electo de los Estados
Unidos de América
, nuestro principal socio económico y con quien compartimos nuestra principal frontera geográfica.

Él habrá de gobernar una de las naciones más poderosas del mundo
durante los próximos cuatro años, y por tanto, el seguimiento y entendimiento a su filosofía de trabajo, ideología política, visión
económica, y de su enfoque a la solución de conflictos son fundamentales para plantear las expectativas de los cambios en el orden mundial que habrán de marcar la agenda internacional en los próximos años. En las últimas semanas muchas páginas han sido dedicadas a estudiar el fenómeno político de cómo el entonces candidato republicano resultó favorecido por la votación de los colegios electorales necesarios para ganar la elección presidencial, y sin embargo, el tema no se agotará en el corto y mediano plazo debido al resurgimiento de un fenómeno político que se pensaba agotado en países desarrollados, pero que ha resurgido con fuerza en los últimos años: el modelo político populista.

Por populismo, en este caso, no me refiero a la concepción
norteamericana del término con la cual el mismo presidente Barak Obama se identifica (esto es, defensor de las causas sociales con una agenda política y económica en donde el gobierno es un agente activo en promover el bienestar de sus ciudadanos a través de instituciones y políticas públicas activas), sino con nuestra muy latinoamericana
concepción política de un gobierno no legitimado por el voto, que ha canalizado resentimientos sociales, que desprecia el comercio y la integración internacional, y que está dispuesto a sacrificar décadas de
avances significativos en materia de desarrollo y estabilidad en aras de mantener la popularidad ante las masas que le eligieron.

Y es que el problema es mucho más complejo de lo que parece, pues esta aparente paradoja está intrínsecamente vinculada al funcionamiento del sistema democrático y a las fallas en las instituciones del sistema económico basado en la competencia y la integración de los mercados internacionales.

Si bien, bajo un sistema democrático el voto de cada participante tiene el mismo peso, no importando su condición social, también es cierto que los nuevos participantes en las votaciones se consideran desfavorecidos por los cambios en el entorno económico y político mundial; son los grupos más vulnerables, los menos educados, y aquellos a quienes los beneficios de la globalización no lograron llegar en las mismas
condiciones que a los grupos más favorecidos, típicamente grandes
empresarios, inversionistas y corporativos financieros. Es aquí donde
el populismo, abogando por "el cambio necesario", peligrosamente
utiliza el disgusto social como catalizador de votos necesarios para resultar electo, pero sin presentar una propuesta concreta de un modelo alternativo que erradique los problemas sin sacrificar los beneficios que ha traído la mayor integración de los mercados.

Así, el populismo ha encontrado el caldo de cultivo perfecto para su propagación en medio de la pobreza, la desigualdad, y la vulnerabilidad,
agrupando en una misma bandera presentada como "cambio", el malestar y disgusto generalizado contra el orden político tradicional.

El disgusto social contra el orden político que en países como México ha enriquecido a unos pocos y se ha visto envuelto en escándalos de corrupción sin capacidad de solucionarse legalmente debido a lo
complejo del sistema judicial y a la falta de contrapesos políticos.

La integración económica y financiera internacional nos ha traído a todos los ciudadanos grandes beneficios directamente relacionados al acceso a bienes y servicios a un menor costo, como son el caso de los medicamentos y servicios médicos, o las nuevas tecnologías de comunicación basada en telefonía celular.

Sin embargo, es urgente modificar y fortalecer las instituciones sociales que permiten el eficiente funcionamiento del sistema económico actual, particularmente en la protección y seguridad de los ciudadanos, la transparencia del uso de recursos públicos, la rendición de cuentas de los servidores públicos, y la protección de los derechos de los ciudadanos ante la ley, ya que la carencia de estas instituciones están vinculadas a la grave desigualdad que prevalece en nuestro país. Los próximos años serán una gran prueba para nuestro sistema democrático nacional y para nuestro entorno económico internacional,
pero como ciudadanos deberemos ser capaces de cuestionar no sólo los resultados, sino las alternativas de política económica y social que se nos presentan para mejorar tales condiciones.

* Doctorado en Economía en la Universidad de Chicago. Es Profesor-
Investigador de la Facultad de Economía de la UANL y miembro del SNI-CONACYT Nivel 1.

Esta es una columna de opinión. Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad únicamente de quien la firma y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.

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